Mover la lengua

Los ciudadanos de Cataluña hemos tenido noticia estos días de una iniciativa del Consorcio para la Normalización Lingüística que viene poniéndose en práctica desde el pasado mes de noviembre en distintos municipios de la provincia de Gerona. Se trata de un ejercicio de terapia lingüística según el cual durante 21 días no debemos hablar a nadie en castellano, así sea un despistado turista coreano que hace el esfuerzo de preguntarnos por una iglesia. Las autoridades, por tanto, nos instan a reprimir una lengua como si fuera un vicio nefando. Se supone que los comisarios lingüísticos han calculado que pasados esos días -ni 20 ni 15, sino 21- ya habremos superado el síndrome de abstinencia y podremos contestar en catalán a todo quisque sin que nuestro cerebro conserve ningún resto de esa toxina diglósica que nos obligaba a rebajar y minusvalorar la lengua propia frente al presunto foráneo.

Mover la lengua
Sean Mackaoui

La iniciativa viene a sumarse a otra impulsada por el Govern balear, una campaña titulada Mou la llengua (Mueve la lengua) que también anima a no cambiar de idioma por mucho que nuestro interlocutor tenga rasgos sospechosos. Así, por ejemplo, en uno de los anuncios que se están publicando estos meses en la prensa de las islas se puede ver un dibujo de una chica de facciones inequívocamente africanas -le han puesto incluso un aro en la nariz- de la que sale un bocadillo con la siguiente declaración, que traduzco aquí esforzada e imperdonablemente: "El aspecto de una persona no determina las lenguas que sabe. ¡Mueve la lengua, empieza hablando en catalán!". Aparte de que eso de "mover la lengua" tiene una desafortunada connotación entre obscena y reptil, el cartel es una muestra impúdica del racismo constitutivo del nacionalismo, asumido ya sin complejos por la actual presidenta del Gobierno autonómico balear, la socialista Francina Armengol, y sus socios parlamentarios. El componente racial se utiliza tanto para extranjerizar -el alemán überfremden sería aquí aún más exacto- una lengua como a sus hablantes y a sus receptores, en aras además de una Gleichschaltung, de una uniformización que, bajo la apariencia del multiculturalismo, vincula la pertenencia a un territorio con un determinado pedigrí étnico y el uso legítimo, exclusivo y bífido de una sola lengua.

Una vez más, los contenidos naturales se imponen al pacto que en la modernidad nos permitió emanciparnos de la comunidad de sangre. Bajo la bandera del progresismo, Armengol, igual que los ultranacionalistas del consorcio gerundense, está amparando una política inmoral y deletérea de segregación lingüística, llevada a cabo además con métodos de una embarazosa y descarada banalidad. El anuncio antes mencionado lleva como título, por encima de la africana que habla catalán, dos rótulos, que también traduzco: "Cambiar de idioma porque crees que no es de aquí" y "Descubrir que tiene un canal en TikTok en catalán". Aunque redactado en indio, la construcción pretende ser adversativa. ¡Al percatarnos de nuestro error, descubrimos que la chica no solo habla la lengua adecuada sino que además ha ingresado con ella en la comunidad de la imbecilidad gracias a esa red social! Por si esto fuera poco, el Govern también ha lanzado un vídeo, un spot de la campaña, de una estupidez literalmente indescriptible. En él se ve a una mujer con sobrepeso, en un gimnasio, a punto de dirigirse a un monitor en castellano mientras dos locutores fingen retransmitir un partido en el que cuentan cómo la pobre mujer se equivoca al intentar pasarse a la otra lengua, porque el monitor sabe hablar perfectamente catalán aunque parezca extranjero. Da vergüenza tener que explicarlo.

La peste de las identidades ya se ha extendido por toda España. El PSOE hace mucho tiempo que en Cataluña y otras comunidades empezó a confundirse con todos los esencialismos, lo mismo que Podemos, un partido que debe su existencia a su mutación en las distintas y creativas taifas regionales. Como sabemos, ese conglomerado imposible conforma hoy el Gobierno de la nación. Y del otro lado, la oposición, gracias a Vox, también se está infectando de nacionalismo folklórico y bullanguero. Por fin todos han encontrado a su enemigo ideal. Dentro de poco no nos quedará a donde mirar sin sentir asco y una infinita vergüenza. Toda nuestra cultura común está siendo instrumentalizada para acabar con el bien público.

Si algo nos enseña la experiencia del lenguaje es que no pertenece a nadie. Son las lenguas las que nos hablan a nosotros. Las islas, tradicionalmente, han sido lugares de destierro, la marca indeleble que llevamos todos los isleños. La insularidad, en contra de lo que suele creerse, no induce solo al retraimiento y a la desconfianza sino que representa un estado extremo de desarraigo, como si fuera una metáfora del exilio inevitable que acaba siendo la existencia para cualquier ser humano decente. Como observó W. H. Auden durante sus veranos en Ischia, en las islas, más que en ningún otro lugar, se oye el rumor de todas las civilizaciones desparecidas, de las lenguas de los muertos conformando el sedimento de la piedra caliza. Una de las maravillas de haber nacido en Mallorca era precisamente el privilegio de escuchar muchas lenguas. No solo la convivencia secular del castellano y el catalán. Era también el francés que suele oírse en Andratx o en Soller, el inglés de Deià, ahora el alemán en todas partes. O la capa freática del latín, el árabe o el hebreo, vivos aún en la gastronomía. Y la constante resonancia, muy anterior a la guerra civil y el franquismo, del español de América, que fue la primera lengua de muchos de nuestros antepasados, exploradores de esa terra incognita que supone aprender a estar aquí sin reconocer ninguna pertenencia.

Ahora todo ese sustrato, esa riqueza inalienable, pretende erradicarse de la forma más brutal y burda que cabe imaginarse, inventándole un sujeto histórico y dominante, colonizador, que someta a todos los hablantes y los enfrente entre ellos. Un inmenso y vacuo yo catalán que señale a un tú español y culpable. No puede concebirse operación más ruin por parte de un gobernante que animar a los ciudadanos a practicar el odio. Porque esa es en el fondo la intención última. La lengua es lo de menos. Como decía Agustín García Calvo, una de las personas que más hizo en este país por intentar liberar al lenguaje de sus grilletes, los idiomas son cosas que manejan las Academias y los capitostes nacionalistas -en nuestro caso, el Consorcio para la Normalización Lingüística y el Govern balear-, un simple negocio, pero en la lengua de verdad no manda nadie porque "mana de la sabiduría soterraña de lo olvidado. En ésa no habla uno: se habla sencillamente".

Es esa impersonalidad indomeñable lo que ha hecho que todas las lenguas sobrevivan a sus opresores. Como decía Hannah Arendt cuando le preguntaban qué quedaba de su Alemania natal después del nazismo: "Es bleibt die Muttersprache". Queda la lengua materna. No fue el alemán el que se volvió loco sino tan solo unos manipuladores que no consiguieron apropiárselo. Y eso es lo que seguirá ocurriendo, a pesar de las campañas, los talleres de asertividad lingüística -otra iniciativa dedicada a lo mismo- y todas las formas de coacción que se vayan inventando. Quedará la lengua, libre de atributos y sujetos, hablándose, sin que nadie tenga que moverla.

Andreu Jaume es poeta, traductor y crítico literario.

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