Movimientos de capitales

Intentaba justificar en un programa de Radio Nacional de España la salida con retraso del primer avión militar que acudía a Ecuador llevando a bordo junto a otros servicios a un contingente de la Unidad Militar de Emergencias (UME). En este caso se trataba de permisos de sobrevuelo sobre Barbados, pero en otros casos son las propias condiciones de la ayuda los que lo justifican. No tengo la menor duda de la rápida disponibilidad de la unidad procedente del Batallón de León. La palabra «ejército» procede de la de ejercicio. Son unidades más que bien ejercitadas, que saben lo que es asumir riesgos, como lo saben los bomberos, los servicios de emergencia, los guardias civiles, los mossos, la Policía o la Cruz Roja.

Y cité entre otras dificultades, la necesaria disponibilidad en zonas de conflicto de dinero en efectivo y en moneda corriente: marcos en Bosnia; dólares en América, etc. No sólo hay que poder pagar productos y mano de obra locales, sino que hay que estar en condiciones de resolver emergencias, como el comprar agua embotellada, mantas, tiendas de campaña, o pagar la evacuación de un herido grave en avión medicalizado. Porque en estas zonas dañadas no suelen operar los bancos, ni se encuentran cajeros automáticos en cada esquina.

Estos necesarios y legales «movimientos de capitales» no tienen nada que ver con otros que ejercitan algunos de nuestros compatriotas. Y para no llorar, recordaré una anécdota relacionada con este tema que más bien invita a sonreir.

El huracán «Mitch» había sacudido el istmo centroamericano y parte del Golfo de México entre el 22 de octubre y el 5 de noviembre de 1998. Recordemos que se trató de vientos sostenidos de 290 Kms/ hora, de precipitaciones de 1.900 litros por metro cuadrado, de 11.000 muertos y 8.000 desaparecidos constatados a finales de este trágico año. Sólo el deslave del volcán Casita en Chinandega (Nicaragua), región que muchos españoles conocieron bien sirviendo en ONUCA, provocó 2.000 muertos y desaparecidos bajo los aludes de lava.

España se volcó en ayudar a estos pueblos hermanos -especialmente Honduras y Nicaragua- recogiendo entre ayudas oficiales y particulares 30.000 millones de las antiguas pesetas. Los Ejércitos y la Armada se movilizaron inmediatamente bien coordinados por el Ministerio de Defensa. Fundamental la gestión y apoyo de la AECI del Ministerio de Asuntos Exteriores. Las primeras ayudas y desplazamientos los propició el Ejército del Aire con sus Boeing 707 y sus Hércules C-130. La Armada despacharía a un flamante «Galicia» aun en pruebas, pero más que adaptado para la misión que se le encomendaba dada su capacidad hospitalaria -quirófanos y camas- la posibilidad de embarcar helicópteros y una más que rentable planta potabilizadora. En su bodega trasladó todo el material de que disponía el Parque Central de Ingenieros del Ejército, concretamente dos Puentes Bailey doble vía, de 40 metros de luz. Dos anteriores se habían dejado en Túnez y en nuestro País Vasco. La unidad encargada de instalarlos fue el Regimiento de Ingenieros n° 11 de Salamanca cuyo grueso de efectivos -unos 150- se incorporó sin materiales por vía aérea. El huracán había destruido el 70% de la red de carreteras y 71 puentes importantes. El Regimiento instaló los puentes en Guasaule -frontera Honduras Nicaragua- y sobre el río Juticalpa. Habilitó y reconstruyó 97 kilómetros de carreteras mientras ayudaba al reparto de ayuda humanitaria (2.700 toneladas) y médica (9.000 asistencias)

A finales de diciembre de 1998 aterrizaba yo en el aeropuerto de Managua junto a componentes de esta Unidad y de la Cruz Roja. A pie de escalerilla nos esperaba el Embajador y varios miembros de su embajada. Palabras de cortesía habituales y presentaciones de cada uno de los expedicionarios. Junto a mí, un joven oficial de Intendencia llevaba bien adosada a su cuerpo, una bolsa de costado. El Embajador se dirigió particularmente a él diciéndole: «Veo que lo habéis traído; lo entregaremos a su familia», señalando tras de sí a un grupo de nicaragüenses vestidos de riguroso luto. El oficial titubeó, sin despegarse no obstante de la bolsa. Podrían ser fondos de Exteriores para la AECI. Pero el tenía orden de entregárselos personalmente al teniente coronel de Ingenieros. Durante esta breve e inesperada contingencia, apareció el suboficial de carga del Boeing portando una bolsa semejante y dirigiéndose al Embajador dijo: «Su Ministerio nos ha rogado que le entreguemos estas cenizas de un ciudadano nicaragüense recientemente fallecido en España».

El lector imagina el momento.

¡Si el oficial de Intendencia no se hubiese resistido; si el Embajador no hubiese comprobado el contenido; si en lugar de cenizas los familiares de riguroso luto hubiesen recibido dos millones de dólares en billetaje fraccionado y de curso legal, aun se estaría hablando en Managua del milagro del «Mitch»!

En clave actual añadiría que no todos los movimientos de capitales constituyen irremediablemente delito.

Luis Alejandre, General (R)

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