Mr. Shoemaker goes to Washington

Recluido durante la primera parte del vuelo en su cabina de la sección delantera del Airbus, Mr. Shoemaker ha repasado y pulido cada una de las palabras del discurso con la minuciosidad y mimo de quien desmonta la maquinaria de un reloj para asegurarse de que funcionará a la perfección. Luego, mientras el avión presidencial se zambulle hacia la base de Andrews, me enseña con orgullo la composición de la mesa en la que estará sentado: Obama, Michelle, Hillary, Biden, el jefe de la junta de jefes de Estado Mayor, la estrella del fútbol americano (y de las campañas antiaborto) Tim Tebow… Pero sigue sin soltar prenda sobre el pasaje de la Biblia escogido.

-Sólo te puedo decir que el comienzo te va a gustar…

A Mr. Shoemaker le brillan los ojos con la misma mezcla de idealismo y pillería que al Mr. Smith de la película de Capra. Aunque venir desde Madrid, o no digamos nada desde León, es hacerlo desde mucho más lejos que el más recóndito lugar del medio oeste, en audacia y osadía nadie le gana a nuestro gran aventurero. Mientras cruzamos el Potomac y la caravana se desliza en la noche entre el parpadeante obelisco a Washington y el Kennedy Center, doy por hecho que si su coche se detiene, le veremos subir las escaleras del Lincoln Memorial, no para escuchar al viejo Abe sino para leerle algún fragmento del discurso.

Mr. Shoemaker es agnóstico tirando a ateo. No de los que lo van proclamando en las traseras de los autobuses, pero casi. Claro que con una cintura tan elástica como la suya, cuando le invitaron a intervenir en el National Breakfast Prayer la adaptación de la conciencia a la conveniencia más que un acto político fue un reflejo psicomotor.

-No lo dudé ni un minuto. Qué oportunidad para nuestro país… ¡Poder hablar en un acontecimiento así, delante de todas estas personas!

El círculo lo cuadra explicando que los Estados Unidos se fundaron para preservar la libertad religiosa de peregrinos como los del Mayflower que llegaban huyendo de la intolerancia de la vieja Europa y que en realidad el Desayuno de la Oración es más un contexto que algo que haya que tomar al pie de la letra… ¡Que te has creído tú eso!, pienso mientras la bruma del sueño va envolviendo su imagen en mangas de camisa a lo James Stewart, blandiendo en el saloncito de su Air Force One la lista de los comensales como si fuera el gordo de la lotería.

A las seis de la mañana siguiente las ocas del Capitolio andan revueltas. Voy a pasar el primer control de seguridad que el FBI ha instalado en nuestro hotel cuando me encuentro a F. G., Entrecanales, Del Pino, Sánchez Galán y Villar Mir presos de una gran agitación, haciendo rondos a pasos nerviosos, ya embutidos en sus abrigos y bufandas. Es mediodía en Madrid y la Bolsa parece en caída libre. «Nos están dando fuerte… Nos están dando hasta en las orejas… Los mercados se están comportando como hace un año y pico, pero sólo con nosotros… El spread se ha ido a más de 140 puntos básicos y aun así no colocamos la deuda… Los hedge funds han mordido la presa y no la van a soltar… El Santander ha presentado unos resultados cojonudos y está cayendo un huevo… Nos castigan por la marcha atrás de las medidas sobre las pensiones… Es el precio España… Si se va el dinero, ya sólo queda rezar».

Al menos eso no va a ser difícil esta mañana. Las ocas del Capitolio quieren avisar a su emperador de que el asalto e incendio de la ciudad ya han comenzado, pero primero tendrán que escucharle tocar la lira. Y encima con alguna incomodidad adicional. Cuando antes de entrar en el Gran Salón de Baile del Hilton nos quitan los teléfonos móviles, al líder mundial de las energías renovables le sale del alma la exclamación:

-¡En mi pueblo era mucho más fácil ir a rezar que aquí!

Traspasamos el umbral del recinto y en un abrir y cerrar de ojos todos formamos ya parte del hormigueante archipiélago de La Familia, nombre cotidiano de la Fellowship Foundation, más que organizadora, inspiradora del acto que comenzará dentro de una hora. ¿O más bien habría que decir que ya ha comenzado, que lleva un buen rato desarrollándose en torno a los tres centenares de mesas que a modo de islotes comunicados entre sí sirven de punto de apoyo para las miles de relaciones políticas, sociales y económicas que en este momento están tejiéndose en nombre de Jesús de Nazaret, Dios de las élites? Es la colmena de los poderosos en plena ebullición. Así funciona La Familia, célula a célula, relación a relación, negocio a negocio. No en vano el folleto que acompaña al programa de mano recuerda que «Jesús dijo (…) que donde haya dos o tres reunidos en mi nombre, yo estaré en medio de ellos»; y añade que «se estimulará a cada participante [en este desayuno] a formar parte de un pequeño grupo de amigos en su comunidad».

Mi mesa es la número 68. Aunque la comparto con un congresista por Georgia, un político rumano, una finlandesa no identificada, una eurodiputada laborista escocesa muy simpática y un diplomático japonés de los de tarjeta de visita en ristre, enseguida me entra la ansiedad por todo lo que debo estar perdiéndome alrededor. Me obsesiona en concreto una reflexión de quien desde 1969 viene actuando como mítico y enigmático hermano mayor de La Familia, Doug Coe, sobre lo que puede verse en el Desayuno de la Oración: «Esto es sólo la décima parte del 1% del iceberg».

De repente, en medio del enjambre, el imán de una melena caoba y un pañuelo de seda bailando alrededor de una piel muy blanca y un rostro lleno de vida. Me acerco. Es la mesa del presidente del BBVA. F. G. me dice que ella acaba de pasar una temporada en España. Se llama Janice Wagner. Hablamos. Me cuenta que ha vivido en casa de una familia con muchos hijos apellidada Silva. Luego resulta que es la casa de sus tíos. Y que el dueño de la casa es hermano de la madre de Janice y que la que se apellida Silva es su esposa y que es hija del que fuera ministro de Obras Públicas de Franco Federico Silva Muñoz.

-Yo entrevisté una vez a ese señor. Era muy inteligente, representaba a la democracia cristiana dentro del régimen de Franco… ¿Pero tú por qué estás aquí? ¿Tienes algo que ver con el Congreso o el Senado? ¿Eres de la Fellowship Foundation?

-Es que Doug Coe es mi abuelo. ¿Has oído hablar de él?

-Sí, claro. Le he dicho al presidente Zapatero que me tiene que contar cómo es cuando le conozca. Todos dicen que es un gran líder espiritual y uno de los hombres más poderosos de América.

-A mi abuelo no le gusta ni siquiera que se mencione su nombre.

-Porque piensa que la discreción ayuda a las actividades de La Familia, ¿no?

-Porque su única preocupación es ayudar a los demás y servir a Jesús. Es un gran hombre… y un abuelo maravilloso. Somos 21 nietos, más tres embarazadas y varios biznietos.

-Entonces sois la familia y La Familia.

Janice me presenta a su padre. «Business man», me dice. De repente el hilo por el que avanzo hacia el ovillo, de forma tan prometedora y sugerente, se corta en seco porque el elenco de oradores ya está alineado en la mesa sobre el escenario y los senadores Amy Klobuchar -una demócrata vivaracha- y Johnny Isakson -un republicano con eslora- empiezan a presentar la gala con más tablas que Igartiburu y el actor que le pusieron al lado en Nochevieja.

El traje de chaqueta rojo con cuello marinero y enormes botones oscuros de Hillary Clinton es, a la derecha del podio, el foco de todas las miradas. A la izquierda, Mr. Shoemaker, el único con auriculares para la traducción simultánea, da una cierta sensación de pulpo en el garaje que se acrecienta cuando el capellán del Senado hace una primera plegaria y mientras todos inclinan ostensiblemente la cabeza en señal de sometimiento a Dios, él permanece erguido mirando con asombro a derecha e izquierda.

Algo no ha salido de acuerdo con lo previsto porque los dos asientos a su lado, reservados para Michelle y Barack Obama, permanecen vacíos. Y si el presidente no ha llegado aún es que no se ha celebrado ese anhelado encuentro previo entre bambalinas en el que, según leyendas y denuncias, Doug Coe y otros jefes de La Familia administran los pequeños apartes de sus invitados con las máximas autoridades de la Nación a modo de sabias inversiones para la extensión de su red. Pero el formato de hoy es diferente por razones de seguridad. Se trata de la primera ocasión de los últimos ocho años, cuatro meses y 24 días -es decir desde el 11-S- en que el presidente de los Estados Unidos, el vicepresidente de los Estados Unidos y la secretaria de Estado de los Estados Unidos van a estar juntos en un acto público.

El acontecimiento se consuma cuando a los acordes del Hail to the Chief y anunciados de acuerdo con el ritual «-¡Ladies and gentlemen….!»-, aparece Michelle con uno de sus característicos vestidos malva, seguida de su marido con corbata azul de rayas. Ella besa a Mr. Shoemaker y él le abraza con afecto. He aquí la «conjunción planetaria», el fugaz acoplamiento cósmico pronosticado por Leire. Este tío ya ha hecho el viaje, pienso, imaginando los telediarios y las portadas de la prensa.

Los dos senadores que copresiden el comité organizador hablan de sus experiencias religiosas. «Cada semana participo en un desayuno de la oración con un grupo reducido… Yo salgo de esa reunión siendo una mejor persona». A continuación la sargento primera Mary Kay Messenger, soprano de la banda de la Marina, canta a capella God bless America, land of the free. Tiene una voz cristalina y poderosa que brota de su frágil figura uniformada con medallas de colores prendidas en el pecho. Todos los invitados extranjeros sentimos un primer escalofrío de envidia cuando ataca el terceto final de la composición de Irving Berlin: «From the mountains, to the prairies,/ to the oceans, white with foam/ God bless America, my sweet home».

Tras una lectura de las Sagradas Escrituras sobre la forma en que Moisés debía liderar al pueblo y nuevos testimonios, esta vez de miembros de la Cámara de Representantes, sobre el valor terapéutico de la oración, llega el momento de Mr. Shoemaker. A la sorpresa inicial de verle aparecer con una intérprete a la espalda sucede un murmullo general de aprobación cuando se traducen sus primeras palabras: «Permítanme que les hable en castellano, en la lengua en la que por primera vez se rezó al Dios del Evangelio en esta tierra».

Efectivamente, me ha gustado el comienzo. ¡Qué hábil ha sido poniendo en valor su minusvalía! Lástima que en los colegios de al menos dos comunidades españolas no se pueda seguir rezando -el que quiera-, ni menos aún hacerlo en castellano…

Mr. Shoemaker ha logrado suscitar la curiosidad del público, pero la atención será descendente a medida que vaya desgranando un discurso seriote y de izquierdas ante una audiencia conservadora con ganas de que le den vidilla en forma de anécdotas y vivencias personales. La cita del Deuteronomio contra la explotación del jornalero seguro que funciona en España pero aquí es acogida con total indiferencia. Ningún business man parece darse por aludido. La defensa de la «autonomía moral» provoca cierto mosqueo y la de la «Alianza de Civilizaciones» extrañeza, pero el speech genera otra vez empatía al pedir que «honremos juntos a las víctimas del terrorismo». Cada palabra está en efecto medida, cada matiz equilibra al anterior o al siguiente.

Por tres veces habla de «plegaria» pero ni una sola más vuelve a citar a Dios. «Quienes me conocéis no me habríais perdonado la impostura», me dirá después. Al final el discurso vuelve a irse para arriba cuando se apoya en el Quijote para proclamar que «la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos» y desear que «ese don siga iluminando a América y a todos los pueblos de la Tierra». La gente se pone de pie y el aplauso es más cálido que cortés. Ha sido espabilado con la cita porque eso de «los cielos» es muy socorrido: igual sirve para un roto teológico que para un descosido atmosférico.

Misión cumplida. Mr. Shoemaker sonríe relajadamente mientras van sucediéndose los discursos más esperados por el público. El del almirante Mullen concluye con unas palabras de Salomón del Libro de los Reyes que podrían parecer dedicadas a él cuando una y otra vez mantiene la cabeza erguida mientras los demás la inclinan: «No soy más que un muchacho y apenas sé cómo comportarme». El de Hillary y el de Obama dejarán por las nubes el listón de la oratoria cívico-sagrada y volverán a plantear la encarnizada duda zanjada por las primarias de si no habría sido mejor presidenta ella que él.

Hillary es la oradora principal de la mañana y por eso se extiende con una intervención brillantísima en la que no falta una alusión al caso Lewinsky y otras infidelidades de Bill, «esos momentos difíciles y dolorosos en los que mi fe se fortaleció» a través de «un grupo bipartidista de mujeres que rezaban por mí y vinieron a verme a la Casa Blanca». En el polémico libro de Jeff Sharlet sobre este movimiento y cuanto hay organizado en torno al Desayuno de la Oración se explica que aunque no pertenezca a La Familia, «Hillary es su compañera de viaje» y así lo prueban sus pasadas referencias laudatorias a Doug Coe como «un verdadero mentor espiritual para cualquiera que, al margen de cuál sea su partido o su fe, quiera profundizar en su relación con Dios».

Pero además de transmitir sus vivencias religiosas como ser humano, Hillary quiere trasladar un mensaje político como secretaria de Estado al presidente de Uganda, Musevini, «a quien conocí a través del Desayuno de la Oración». Estados Unidos siente «una fuerte preocupación» por la ley que tramita el Parlamento ugandés castigando las prácticas homosexuales con duras penas de cárcel e incluso con la muerte. El propio Obama volverá sobre el asunto al referirse a «esas leyes odiosas que acaban de plantearse en Uganda».

¿Por qué tanto énfasis? Pues porque al doctor Frankenstein se le ha escapado el monstruo. Como explica Sharlet, Musevini es «el hombre clave de La Familia en África» y, efectivamente, los Desayunos de la Oración le han permitido desde adjudicar contratos millonarios para la construcción de una controvertida presa junto a las fuentes del Nilo Blanco hasta obtener grandes donativos para sus campañas en pro de la abstinencia sexual y en contra de los preservativos como método para combatir el sida. Esto de la homosexualidad ha ido ahora demasiado lejos y el propio Doug Coe se ha visto obligado a desaprobarlo.

El otro gran asunto común a los discursos de Hillary y Obama es el terremoto de Haití, abordado desde la perspectiva de las dudas que catástrofes así plantean sobre la existencia de Dios y el sentido de su Providencia. De repente es como si estuviéramos escuchando la respuesta de Rousseau a la vitriólica reacción de Voltaire tras el terremoto de Lisboa. Tanto Hillary como Obama se fijan en el esfuerzo de solidaridad que ha seguido a la hecatombe. «Recemos para que después de esas tragedias podamos mantener la fuerza de nuestra fe y recemos para que todos continuemos siendo guardianes de nuestros hermanos y hermanas», sostiene ella. «El mes pasado la gracia de Dios, la misericordia de Dios parecían estar muy lejos de nuestros vecinos de Haití», añade él. «Y sin embargo yo creo que esa gracia no estaba ausente en medio de la tragedia. La escuchamos en las oraciones y los himnos que rompieron el silencio del terremoto. La escuchamos entre los parroquianos cuyas iglesias ya no se sostenían en pie, formando una congregación en la cuneta y sosteniendo las biblias en su regazo».

A casi todos les gusta más el discurso de Hillary. Yo prefiero el de Obama, gracioso al principio, con dos potentes imágenes históricas al final a propósito del ataque terrorista contra Martin Luther King y su familia y de los horrores de la Guerra de Secesión: «En los ojos de quienes negaban su condición humana, Luther King vio la cara de Dios… Incluso en los ojos de los soldados de la Confederación, Lincoln vio la cara de Dios».

A la salida le comento a Duran Lleida que, desde un ángulo distinto al suyo, me da envidia comprobar cómo un país tan pluriconfesional convierte la religión en un factor de cohesión nacional mientras en España se utiliza la fe común de la mayoría como espacio para la confrontación permanente. Cebrián nos cuenta que ha visto a una chica arrodillarse mientras se rezaba la última plegaria. Yo les recuerdo que el dueño del hotel, Conrad Hilton, encargó un cuadro que representaba al Tío Sam de rodillas ante Dios para presidir el primer Desayuno de la Oración en el año 53.

Encontramos a Mr. Shoemaker tomando un café a pequeños sorbos como si quisiera saborear todas las texturas del momento. Todavía está como flotando. «Ha sido la primera vez que un primer ministro en ejercicio de un país extranjero ha sido invitado a participar en este acto». Y cuando yo doy por hecho que ha sido cosa de la Administración Obama, me saca del error y me cuenta una película en la que hasta él no tiene más remedio que ver los ocultos designios de la Providencia.

-Resulta que le hicimos un favor a un señor. Algo que para nosotros no tenía ninguna importancia pero que para él sí la tenía y mucha… algo humanitario relacionado con un tercer país. Y, mira por dónde, este señor era el íntimo amigo de Doug Coe…

Acabáramos. Así se escribe la Historia.

Las ocas del Capitolio rodean alarmadas al presidente sin atreverse a sacarle de la nube de su cuarto de hora de gloria. A mí se me ocurre una manera educada de hacerlo.

-Pues me temo que lo único bueno de esta jornada para España va a ser lo que acaba de ocurrir hoy aquí.

-¿Por qué lo dices? ¿Qué pasa?

Y, entonces sí, los cinco empresarios disparan una tras otra sus bengalas de alarma: la Bolsa está a punto de cerrar con una caída del 6%, el Santander con sus resultados «no tan cojonudos como parece» está cayendo un 9%, no se ha logrado colocar la totalidad de la emisión de deuda ni siquiera a un precio exorbitante, está siendo el día más negro en los mercados desde el otoño de 2008…

Pese a que son ya las cinco de la tarde en Madrid, Mr. Shoemaker pone cara de hacerse de nuevas ante esa tempestad sobre Washington. Improvisa una reacción de circunstancias sobre «el debate virtual entre analistas que no conocen la realidad de España» y se disculpa porque quiere tener más información.

-Voy a subir a hablar con la vicepresidenta.

Luego toca sesión en el Washington Post. Mr. Shoemaker queda bien en la distancia corta con el Consejo Editorial que encabezan el hijo y la nieta de Mrs. Graham. Es mi segunda visita a este periódico emblemático. La primera tuvo lugar en el invierno del 73 el día en que Ben Bradlee me dio una entrevista mientras el juez Sirica tomaba una de las decisiones clave del caso Watergate. A la salida Mr. Shoemaker nos anticipa su diagnóstico sobre la tormenta financiera que a la mañana siguiente tapará en las portadas de los periódicos todos sus rayos de luz washingtoniana:

-Estamos siendo víctimas de un ataque especulativo contra la moneda única, orquestado desde fuera de la zona euro.

El parte de batalla suena como si los mercados funcionaran de acuerdo con las reglas de La guerra de las galaxias y algún avieso Darth Vader nos hubiera puesto la proa. Pero en la Chamber of Commerce Mr. Shoemaker se transfigura en el más ortodoxo adorador de esos mismos mercados que tantas veces percibe como antipáticos y desdeñosos. Repite el mensaje de Davos: España, «país fiable» que cumplirá sus «compromisos» reduciendo el déficit público hasta los niveles marcados por el Pacto de Estabilidad y -¡oh milagro!- sitúa dos reformas de las que ha venido huyendo como del agua hirviendo, la de «la protección social» y la de «las instituciones del mercado de trabajo», en la cima de las prioridades de su política económica.

Incluso «garantiza» que las no hace tanto denostadas agencias de riesgos «mantendrán la calificación de la solvencia del reino de España». Remata la faena proclamando que «el liderazgo supone elegir a veces el camino más difícil». Su intervención cae bien a los inversores norteamericanos y los españoles -ocas del Capitolio y pavos reales varios- creemos durante un momento que lo de la reforma laboral va en serio. Ingenuos de nosotros.

La adaptación al terreno se repite en el Atlantic Council. Oyéndole hablar cualquiera diría que la política exterior norteamericana -Afganistán incluido- no tiene hoy en el mundo un más resuelto y sincero aliado. Aunque su mezcla de idea y ocurrencia de ampliar la Comunidad Transatlántica a «América Latina y los países del África Atlántica» crea un híbrido de curiosidad y desconcierto, lo que queda es el veredicto del general Jim Jones, consejero nacional de Seguridad: «He aquí a un buen amigo de los Estados Unidos». No está mal, menos de siete años después del numerito de la bandera. A su fontanero jefe, Bernardino León, aún deben sonarle los oídos de los piropos que a título personal le dedicó luego el general Jones en una cena privada.

Son las ocho de la noche. De nuevo en el vientre del Airbus. A Mr. Shoemaker le han salido brillos en la cara y los ojos se le han puesto más saltones que nunca. «Cada jornada de viaje es así. Ni siquiera te da tiempo de comer. Seguro que pierdo dos kilos por día. Pero ahora dormiré de un tirón… No, no, sin pastilla ni nada. La única duda que tengo es si me iré a correr antes o después del Consejo de Ministros».

-Oye, este año cumples los 50. ¿Qué quieres que te regalen?

-Ya sabes que yo tengo pocas necesidades. Con que a mis hijas les vaya bien y con ganarle al PP ya me quedo contento, je, je, je…

El Lincoln Memorial, el Kennedy Center, la sargento primera Mary Kay, el beso de Michelle, el abrazo que bien vale un Breakfast Prayer, la nieta de Doug Coe y toda esa «décima parte del 1% del iceberg» se empequeñecen en la noche.

Bernardino se empeña en que le ponga nota al viaje.

-Depende de lo que él haya sido capaz de aprender.

Good night, dulce Washington; buenos días, Madrid cruel.

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.