Mucha derecha, poca coalición

Hace tan sólo unas semanas, Beniamin Netanyahu parecía un mago que lograba salir airoso de situaciones políticas difíciles superando a sus rivales. El Likud, con él a la cabeza, conseguía 30 escaños de los 120 que componen el Parlamento israelí y en cambio el Partido Laborista, liderado por Isaac Herzog, obtenía 24 escaños. El sector de la derecha religiosa perdió un poco de peso y no logró conseguir una mayoría. Tan sólo la decisión de Moshe Kahlon –líder del nuevo partido Kulanu y antiguo dirigente del Likud– de aconsejar al presidente de Israel para que fuera Netanyahu quien formara gobierno permitió a este contar con la oportunidad de componer el futuro gabinete.

Sin embargo, el proceso para lograr este objetivo ha sido mucho más complicado de lo que parecía en un principio. Ni en el Likud ni en el Partido Laborista estaban por la labor de formar un gobierno de derecha-izquierda. Así que Netanyahu concentró todos sus esfuerzos en los partidos de derecha y en los religiosos, y eso suponía conformar una coalición no muy grande (con 67 diputados), pero aparentemente estable. No obstante, al final todo se vio truncado cuando dos días antes de la fecha para presentar gobierno, el exministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, anunció que su partido no entraría en esa coalición, con lo que Netanyahu se quedaba con sólo 61 diputados. Pero la cosa no acabó ahí: el partido ultraderechista de Naftali Bennett aprovechó la coyuntura para mejorar su posición y le exigió a Netanyahu la cartera de Justicia. Tan sólo cuando le fue concedida, Netanyahu pudo presentar ante el presidente de Israel, Reuven Rivlin, el nuevo Gobierno.

Resulta curioso que en este caso los actores principales con los que Netanyahu ha mantenido unas negociaciones exasperantes eran todos fieles aliados en el pasado: Lieberman fue el ministro de Asuntos Exteriores en la última legislatura de Netanyahu; Bennett fue su jefe de gabinete cuando era el líder de la oposición, y Moshe Kahlon fue un ministro suyo muy alabado por él gracias a la reforma que emprendió en el sector de las telecomunicaciones. Parecía que los tres habían pasado de ser socios a rivales y estaban aprovechando su posición clave para empañar la sensación de victoria del hombre al cual habían servido en el pasado.

Una coalición de 61 diputados puede caer ante cualquier moción de censura. Basta con dos parlamentarios insatisfechos para que la oposición tenga mayoría. Esto significa la necesidad de llevar a cabo una negociación agotadora antes de cada moción de censura, antes de poder aprobar los presupuestos generales o antes de hacer cualquier cambio legislativo. Un gobierno donde reine un alto grado de confianza mutua –como ocurrió en el Gobierno de Yitzhak Rabin entre 1992 y 1995– sí puede mantenerse aun cuando la coalición sea pequeña, pero este no es el caso, por lo que es de suponer que Netanyahu en los próximos meses hará todo lo posible para ampliar sus apoyos de gobierno.

En el plano internacional, es cierto que la dimisión de Lieberman como ministro de Exteriores le ha dado un poco de respiro a Netanyahu, pero muy probablemente el partido de Bennett le exija seguir construyendo en Jerusalén oriental y Cisjordania, y esta vez el primer ministro israelí no contará con aliados capaces de calmar los ánimos a la diplomacia internacional, tal como hacían en el pasado personas como Shimon Peres o Tzipi Livni. Se puede decir que a partir de ahora Netanyahu se enfrenta él solo a la comunidad internacional, que en parte es hostil a Israel y en su mayoría exige el cese en la construcción de asentamientos y la vuelta a las negociaciones con los palestinos. Sin embargo, posiblemente los palestinos no querrán volver a jugar al “proceso de paz” sabiendo que Netanyahu no está realmente dispuesto a aceptar la solución de los dos estados y que sus socios de gobierno no le van a dejar hacer concesión alguna.

Todo esto deja a Netanyahu inerme ante el Gobierno de Estados Unidos, ante la Unión Europea, ante las decisiones de la ONU relativas a la construcción de asentamientos –sobre las que ahora Estados Unidos no impondrá su veto– y ante las sanciones que habían quedado paralizadas a la espera de que se formase gobierno en Israel. En estas circunstancias, con un Ejecutivo conservador formado por una coalición mínima, Netanyahu puede acabar cortejando al Partido Laborista con todo su empeño. Para lograr un gobierno con más apoyo, tendría que hacer concesiones políticas, pero podría así mantenerse en el sillón. La cuestión está en que como se tope con la negativa de la izquierda, no tendrá más remedio que prepararse para unas próximas elecciones.

Yossi Beilin, exministro de Justicia israelí, negociador en el proceso de paz de Oslo.

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