Muere 'la Pepa'

Al hacer recuento del tiempo en que han gobernado los liberales o las izquierdas desde la promulgación de la Pepa hasta la llegada de la democracia actual, comprobamos que es exiguo, casi inexistente. En la España esperpéntica de los dos últimos siglos, casi siempre ha mandado la derecha, pero eso no disminuye la fuerza del liberalismo democrático, que hasta la dictadura de Franco pugnó por imponer sus principios contra la derecha absolutista.

La Constitución de 1812 tuvo un mérito extraordinario. Toda España, menos Cádiz, estaba ocupada por las tropas de Napoleón, el emperador que conquistó Europa a caballo de los principios avanzados de la Revolución francesa. En ese contexto, redactar un texto constitucional que en vez de retrógrado fuera moderno y de intenciones transaccionales (ahora diríamos consensuadoras) no era lo más sencillo. No sirvió de nada, aparte de propiciar la independencia de las colonias, porque Fernando VII abolió la Pepa, pero las intenciones y el dibujo político eran los mejores que se podía esperar.

DEBE RECORDARSE que la Europa del momento intervino 10 años después, con los Cien Mil Hijos de San Luis, a fin de restaurar el orden absolutista. A partir de aquí, y a vuelo de pájaro histórico, guerras carlistas, medio siglo de conservadurismo ineficiente con escasas, efímeras, pero muy significativas excepciones. El canovismo del último cuarto del XIX, poco democrático pero propiciador de una insólita estabilidad y un cambio ordenado en el poder, desembocó en la crisis del 98 por la impericia de Madrid en la guerra de Cuba.

Las frustraciones de los liberales y los progresistas dan lugar a un siglo XX en el que España vive procesos convulsos de enfrentamiento radical, de modo que la derecha se ve abocada a las dictaduras y a la guerra civil para no perder el poder. La fuerza de la izquierda era tan impresionante como la incapacidad de todos juntos para conseguir un marco de estabilidad democrática. La Pepa no tuvo herederos dignos del esfuerzo y la altura de miras de sus redactores.

¿Ahora sí? Por mucho que digan e intenten tergiversar la propia historia, la democracia actual no deriva de aquella Constitución, ni siquiera de su espíritu, que nadie invocó durante la transición. Es una clara adaptación a la unión de Europa, a sus valores y principios, presidida por la sentencia orteguiana según la cual España era el problema y Europa, la solución.

De hecho, y a partir de una mirada que quizá no todo el mundo compartirá, los redactores de la Constitución de 1812 no estarían muy contentos. Dos siglos más tarde han cambiado las tornas. Ellos buscaban un espacio común de juego con hegemonía liberal. Ahora tenemos un espacio común de juego, pero con una tal hegemonía conservadora que la celebración solemne no es una exhumación sino una losa sobre el espíritu de la Pepa. La Constitución de Cádiz, redactada por los liberales, expresaba la virtud de un espacio común para el juego político y un rumbo plausible para España. La estupidez de Fernando VII y el contexto europeo la apuñalaron.

De ahí, se mire como se mire, provienen las dos Españas enfrentadas que los de Cádiz intentaban evitar. Dos siglos de torpe autoritarismo más tarde, se acabó la confrontación entre la España A y la B, la avanzada y la retrógrada. No se ha reconducido en el espacio del respeto democrático sino que se ha liquidado. La democracia ya no es un terreno de juego equilibrado sino el espacio de la derecha. El PSOE se ha tragado la propia ideología, la herencia de la que se había hecho cargo. En España, la izquierda ha claudicado. El progresismo está desmantelado o en franca retirada. España es del PP. Nadie protesta. A todos les parece bien. Miren, si no, los diarios de Madrid, todos de derecha o de extrema derecha menos uno que es de centroderecha. Miren las televisiones privadas: ¡Ay, progresde la Sexta y reducto de TVE, que tenéis los meses contados!

LA VERDAD Y LA ecuanimidad, tan presentes en el espíritu de aquellos constitucionalistas, son las primeras víctimas del actual sistema hispánico de valores. Solo así se explica, por poner un solo caso, que millones de españoles tengan dudas sobre la autoría de la masacre del 11-M, o aún peor, no las tengan a la hora de sostener la versión conspirativa. El regeneracionismo, que algunos aún tienen la desfachatez de exhibir, ha pasado a ser una caricatura burlesca y malintencionada al servicio de la propia conveniencia.

Los de la Pepa pretendían embellecer la vida pública. El establishment actual se propone envilecerla conscientemente. Las élites dirigentes están bajo sospecha ciudadana en su conjunto. La orgía continúa, a pesar de que España se encuentra en estado de postración, con escasas perspectivas de recuperación. Y encima lo celebran.

Por Xavier Bru de Sala, escritor.

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