Muerte por masculinidad

Los medios de comunicación constantemente informan sobre las maneras en que las actividades cotidianas pueden dañar nuestra salud. No obstante, quizás el riesgo para la salud mundial de más largo alcance, pero a la vez más desatendido, surge de las normas de género.

A pesar de la abrumadora evidencia que indica que los estereotipos y las expectativas basadas en el género pueden afectar negativamente a la salud, los problemas de salud relacionados con el género se ignoran o mal interpretan, y a menudo las organizaciones internacionales de salud constriñen los esfuerzos específicos de género a las mujeres o, aún de forma más estrecha, a únicamente las madres. Sin embargo, según información de la Organización Mundial de la Salud, en todos los países con excepción de tres países en el mundo (in all but three countries worldwide), las mujeres tienen una mayor esperanza de vida que los hombres, que llega hasta un máximo de siete años más, como es el caso en Japón, o por lo menos hasta un año más, como ocurre en los países más pobres del África subsahariana.

La mayor esperanza de vida de las mujeres se ha vinculado a las diferencias en la “predisposición biológica”, que se explican con teorías que van desde la protección que ofrece los niveles más bajo de hierro en las mujeres hasta la ausencia de genes “extra” que están presentes en el cromosoma “Y” de los hombres. Sin embargo, algunos de los factores más obvios que acortan la vida de los hombres se encuentran en un ámbito más común y silvestre, pero políticamente más sensible: en las diferencias entre los comportamientos que se consideran “apropiados” tanto para los hombres como para las mujeres, según lo dictado por la sociedad y reforzado por el mercado.

Los datos publicados el año pasado en The Lancet muestran que las diez principales enfermedades más graves a nivel mundial son más comunes en los hombres que en las mujeres (the top ten most burdensome global diseases are more common in men than women), y con frecuencia por un amplio margen. Por ejemplo, los hombres mueren de cáncer de pulmón en un porcentaje que dobla al de las mujeres. Del mismo modo, las muertes y lesiones de tránsito y las discapacidades relacionadas con el alcohol son responsables por una pérdida de años potenciales de vida saludable en los hombres en un nivel que triplica al de las mujeres

Estas diferencias pueden explicarse en gran medida por el hecho de que los hombres están expuestos a más riesgos que las mujeres. Si bien puede haber un componente biológico que explica la propensión de los hombres a tomar de riesgos (sobre todo entre los hombres más jóvenes), las normas de género refuerzan las conductas riesgosas o insalubres al asociarlas con la masculinidad.

La comprensión y explotación de las normas de género ofrece beneficios comerciales. Debido a que las normas sociales en gran parte del mundo desalientan el consumo de tabaco y alcohol por parte de las mujeres, y, en casos extremos, desalientan que las mujeres conduzcan vehículos y motocicletas, los anunciantes en estos sectores tienden a centrarse en los hombres. Por ejemplo, los productores de bebidas alcohólicas son los principales patrocinadores de los deportes profesionales masculinos, pero rara vez patrocinan eventos deportivos femeninos.

Es más, los anunciantes suelen promover una filosofía que invita a “vivir rápido, morir joven” con el fin de alentar a los hombres a ignorar los riesgos para la salud inherentes a sus productos. A pesar de que tres de los “Hombres Marlboro” originales murieron de cáncer de pulmón, su espíritu machista perdura en la publicidad de los productos de tabaco en muchos países de bajos y medianos ingresos.

Las diferencias en los resultados concernientes a la salud se exacerban aún más por la tendencia de las mujeres a utilizar con mayor frecuencia los servicios de atención de la salud en comparación con los hombres. Parte de este uso adicional se debe a las necesidades que tienen las mujeres en cuanto a planificación familiar o uso de servicios de atención prenatal, cuando están en la búsqueda ya sea de prevenir o de promover la reproducción. No obstante, incluso cuando se espera que el uso de los servicios de atención de la salud sea análogo, como por ejemplo en la atención de la salud de quienes sufren de VIH/SIDA en África, las expectativas basadas en el género obstaculizan que los hombres VIH positivos obtengan medicamentos antirretrovirales de manera proporcional a sus necesidades.

A pesar de las normas de género están socavando claramente la salud de los hombres en todo el mundo, las principales organizaciones internacionales siguen haciendo caso omiso al problema o abordan únicamente los temas que están específicamente dirigidos a las niñas y mujeres al momento de elaborar estrategias para mejorar la salud mundial. La Iniciativa Mundial de la Salud (Global Health Initiative), por ejemplo, utiliza en Estados Unidos dinero de los contribuyentes para compensar las “desigualdades y disparidades relacionadas al género que de manera desproporcionada ponen en peligro la salud de las mujeres y las niñas”.

Sin duda, las niñas y las mujeres tienen menos poder, son menos privilegiadas, y tienen menos oportunidades que los hombres en todo el mundo. Pero eso no justifica ignorar la evidencia. Después de todo, no se puede esperar que un abordaje que se centra en la mitad de la población que toma menos riesgos y utiliza los servicios de salud con mayor frecuencia elimine las desigualdades de género.

Hacer frente a las cargas sociales y económicas que se asocian al mal estado de salud –sobre todo las derivadas del envejecimiento de la población en muchos países – requiere de un nuevo abordaje para reemplazar al modelo desequilibrado e improductivo que prevalece actualmente. Es el momento de cambiar las normas de género que están minando la salud de los hombres por un énfasis social, cultural y comercial en estilos de vida más saludables para todos.

Las normas de género no son estáticas. Las sociedades, las culturas y los mercados potenciales cambian. Por ejemplo, los patrones de consumo de alcohol en Europa están empezando a cambiar. Mientras que los hombres continúan bebiendo más – y más a menudo – que las mujeres, la frecuencia con la que los muchachos y muchachas informan encontrarse borrachos es ahora casi igual entre géneros. A medida que los mercados de Asia y África se abren, cambios sociales similares pueden sobrevenir, ya que los anunciantes de alcohol y tabaco buscan nuevos clientes. Tenemos que actuar ahora para alcanzar la justicia de género en el ámbito de la salud mundial.

Según el filósofo romano Cicerón: “Los hombres se asemejan a los dioses cuando dan bienestar a la humanidad”. La multimillonaria industria de la salud mundial parece haber cambiado la máxima de Cicerón, ya que se centra en “dar salud a las mujeres”. Sin embargo, hacer hincapié en la salud de un género socava la igualdad de género y hace que las iniciativas mundiales de salud pierdan el sentido, que es – o debería ser – mejorar los resultados concernientes a la salud para todos.

Sarah Hawkes is Reader in Global Health and Wellcome Trust Senior Fellow in International Public Engagement at the Institute for Global Health, University College London. Kent Buse is Chief of Political Affairs and Strategy, UNAIDS. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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