Mujer, mujer

"¿Adónde iremos a parar con este desdichado fenómeno de desdiferenciación sexual?", se preguntaba D. Santiago Ramón y Cajal en 1932 (La mujer, Aguilar, p. 113). "Mucho me temo -se responde- que en el futuro el ángel del hogar se convierta en antipático virago, y que el amor, supremo deleite de la vida, se transforme en onerosa carga impuesta por el Estado para fabricar a destajo obreros y soldados". Se trata de una de las muchas reflexiones que Cajal vierte en este opúsculo, juicios que la prologuista Margarita Nelken -célebre diputada socialista que se opuso al sufragio femenino- tilda de: "... profundísimos unos, al parecer más ligeros en su humorismo otros, impregnados todos de la agudeza que corresponde al privilegiado nivel de su autor... todos rezumantes de ternura para con el sexo que él ve encarnado en el devotísimo recuerdo de la madre y la amorosa y respetuosa gratitud hacia la madre de sus hijos...".

Eran otros tiempos, sin duda, y no debe resultar extraño, viniendo precisamente de Cajal, esta concepción biologicista de las relaciones entre seres humanos cuyos sexos son distintos, o su visión de sus roles esperados, deseados y deseables. Las (odiosas) comparaciones con el reino de los himenópteros le son propicias y salpimentan el texto: "La reina de las hormigas da a la esposa ejemplo insuperable de recato y de modestia. Bella, esbelta y alada durante el efímero vuelo nupcial, arráncase las alas y reclúyese de por vida en el hogar... El tan decantado feminismo no existe en la serie animal" (p. 28).

Las relaciones entre el feminismo y la biología son problemáticas y la polvareda que ha levantado el argumentario distribuido por el PSOE (Argumentos contra las teorías que niegan la realidad de las mujeres) lo atestiguan (también el hecho de que el PSOE instara hace tres años la prohibición de que circulara un autobús con una proclama que ahora santificaría). Por decirlo sumariamente: la biología no debe marcar el destino de las mujeres, pero no puede dejar de ser el presupuesto del feminismo como teoría filosófico-política. Hay una razón inmediata, de carácter instrumental, para que esto sea así: si la categoría mujer no es socialmente construida a partir de ciertos hechos no disponibles para el sujeto- señaladamente el hecho biológico de ser una hembra adulta de la especie humana- sino que equivale a la identidad de género (cómo los individuos se sientan) las medidas de todo orden que diferencian entre hombres y mujeres movidas por el anhelo de la emancipación, el logro de la igualdad "real" o el cierre de ciertas brechas corren peligro cierto de naufragar, como certeramente se señala en el argumentario del PSOE. Y es que todas las métricas y percepciones que evidencian desigualdad, la savia fáctica de la reivindicación feminista, se vuelven evanescentes. Cuando el Instituto de la Mujer se queja de que en un determinado medio de comunicación se hace un reportaje sin contar con mujeres basándose en los nombres y apariencia de los que son entrevistados, se precipita: ¿Qué le permite asumir que alguna de esas personas, quizá todas, no sea una mujer trans, esto es, un individuo de sexo masculino cuya identidad de género es el de una mujer? ¿Cómo sabemos que mueren más mujeres, muchísimas más, a manos de hombres que a la inversa, o que las mujeres están infrarrepresentadas en los consejos de administración de empresas del Ibex, o en órganos de decisión política si no es sencillamente por el dato biológico del sexo? ¿Qué sentido tiene afirmar que las mujeres sufren un parón profesional debido a su lactancia si resulta que hay hombres que también dan el pecho?

El problema, a mi juicio, no está en el nombre, ni tampoco, como señala el argumentario del PSOE, en "esencias" que haya que preservar, sean las de la mujer o las del hombre. Ser de sexo masculino o femenino no tiene mérito. Cuestión distinta es vivir como mujer en muchos lugares del mundo, una auténtica heroicidad. Claro que también lo es vivir como hombre con una determinada orientación sexual o con ciertas expectativas impuestas que de no satisfacerse provocan consecuencias penosas para el sujeto. Millones de niñas son mutiladas genitalmente por el hecho de ser niñas; millones de niños también.

A mi juicio, no vale cancelar este debate aduciendo que cualquier discrepancia razonada sobre las pretensiones del colectivo trans es una forma de odio (so pena de que lo sea toda confrontación de ideas que transcurre con civilidad aunque niegue una demanda percibida como muy legítima por parte de un colectivo); ni proclamando la existencia de un "derecho humano a la identidad de género" -un expediente en exceso prodigado en ciertos pagos del "progresismo"- cuyo contenido conlleva que, sobre los efectos institucionales y jurídicos de la identidad auto-percibida, el individuo es soberano. Por supuesto que, qua seres humanos, las personas trans gozan de todos los derechos básicos relativos a su vida, seguridad, autonomía personal (para poder decidir sobre las intervenciones corporales que sientan necesarias si se dan las condiciones suficientes de la madurez y se informa cabalmente de los muchos riesgos involucrados) etc. Pero existen muy buenas razones, basadas, precisamente, en la igualdad de trato, para impedir que uno se clasifique como desee a ciertos efectos institucionales y normativos. La edad de los individuos determina su posibilidad de cobrar una pensión de jubilación, y no así su condición de "trans-crono", su auto-percibida identidad de septuagenario cuando resulta que se nació hace treinta años. Amancio Ortega se puede sentir muy pobre de espíritu pero no tiene derecho a percibir el IMV. El movimiento Black Lives Matter dudosamente admitiría que, por efecto de la auto-percibida identidad racial, pudiera haber arios que, por proclamarse trans-negros, optaran a las medidas de discriminación positiva en el acceso a las universidades.

La perturbación más profunda, la que explica, a mi juicio, este mayúsculo desaire que transmite el argumentario del PSOE, se devela cuando comprobamos que al rascar en el concepto de género no siempre descubrimos una correspondencia mecánica con la desigualdad, la vulnerabilidad o la inferioridad. Tomemos el caso de una de las mujeres trans más célebres: Caitlyn Jenner. Por mucha asunción de estereotipos y roles de mujer, por mucha cirugía y tratamiento hormonal al que haya sido sometida: ¿cuál es la hoja de servicios de subalternidad que como individuo puede exhibir Jenner? Claro que si "ser mujer" equivale en el fondo a falta de recursos, oportunidades o poder, ni la Reina Isabel II ni Ana Patricia Botín son mujeres, y sí en cambio cualquiera de las muchas mujeres trans que se prostituyen en circunstancias terribles, por no decir cualquier desheredado de la tierra aún pleno de testosterona. Si tomamos la definición estipulada por una de las filósofas políticas más sofisticadas (Sally Hasslanger) y asumimos que ser mujer implica la subordinación sistemática anclada en la percibida función reproductiva, la conceptualización -y sus correspondientes consecuencias normativas- se nos diluye como copo de nieve en Tarifa cuando reparamos en que hay hombres (trans) que gestan bebés. Recientemente se podía leer en el Twitter de la sección de mujeres de la ONU (UN Women) a propósito del azote de la pandemia del Covid-19 que: "Las personas (sic) que menstrúan tienen derecho a hacerlo con seguridad y dignidad en todo momento". Si la menstruación ya no es cosa de mujeres, sino de personas, no se entiende que perviva una sección "mujeres" de la ONU y no se llame "ONU personas" o simplemente ONU.

En el argumentario del PSOE hay una alicorta mirada sobre el feminismo, aducen los defensores de los derechos de las personas trans, porque bajo ese paraguas, ahora multicolor, "cabemos todas". Si por "todas" entendemos todas las personas vulnerables, sometidas, explotadas, postergadas e injustamente tratadas más allá de sus accidentales - y ahora transversales- propiedades fisiológicas y de sus atributos genéticos y biológicos, si en realidad cabemos todas, todos y todes, si en puridad desapareció "la clase", entonces habrá que decretar, quizá con fanfarria: "¡ha muerto el feminismo, viva el humanismo!". Y frente a ello no faltarán quienes reiteren lo que Carmen Calvo dixit: "no, bonita, no".

Pablo de Lora es profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid.

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