Fue a finales de los 60, en el apogeo de la tercera ola del feminismo, cuando la reportera Lindsy Van Gelder tituló su crónica Bra-Burners and Miss América para narrar la protesta de cientos de mujeres feministas contra el certamen de belleza de señoritas que se celebraba en Atlantic City. Protestaban impecablemente vestidas y portando en las manos sujetadores que fueron arrojando al cubo de basura con la leyenda Freedom Trash Can. La periodista se tomó la licencia de comparar ese descontento con la quema que soldados de la Guerra de Vietnam hicieron con sus tarjetas de reclutamiento. Así fue como las bra-bruning se convirtieron en un símbolo dentro del relato feminista de liberación del patriarcado, al que acusaban de haber controlado históricamente el cuerpo de las mujeres. Fue el comienzo de reclamar con tetas, en lugar de pancartas, para llamar la atención de los medios de comunicación.
En nuestra España cañí las «tetas afuera» llegaron con el destape, todo un fenómeno en torno al desnudo femenino que se desató en la Transición. La libertad conquistada se medía en relación a la producción de cine picante que aseguraba tetas y culos femeninos de celuloide «por necesidades del guion»; se palpaba en los quioscos con una amplia oferta de revistas con desnudos únicamente de mujeres; hipnotizaba al país entero con el toples de Marisol; la revista Interviú barría ofreciendo mujeres voluptuosas con aspiraciones artísticas que anteponían cuerpo a relato; por doquier se ofertaban mujeres-maniquíes con diferentes tintes, estilismos, ojos y labios, con un denominador común: todas mostraban tetas turgentes, cuando aún no se hacían rellenos. En ese furor, ¡menuda ola!, los camioneros empapelaban las cabinas con los célebres desnudos de chicas/calendario Michelin. En lugar privilegiado de las hemerotecas es de suponer que descansa la teta descolgada de Susana Estrada, la actriz mas desvergonzada del destape, recogiendo un premio en el icónico diario Pueblo a manos del alcalde de la movida madrileña, Enrique Tierno Galván. Era una noche fría de 1978, y aquel destete se hizo leyenda cuando el viejo profesor dejó su mano suspendida en el aire, en una caricia que frustraron los flashes pero que alcanzó su imaginación a tenor de la beatífica sonrisa que le fue captada. Las mujeres de a pie, hasta el moño de las carnosidades y las libertades de otras, lucían en toples en playas y piscinas, porque ellas también podían, aquello iba con la progresía del país. Tanto vivimos el desnudo de las tetas que, cuando las playas se ofertaron nudistas, el furor fue tan espasmódico que se pasaron de moda. Y el desnudo, sin ton ni son, tomó un barniz hortera.
Hasta ahora en que, curiosamente, de la mano del feminismo extremo (no radical porque no va a la raíz clásica), vuelve a traernos las tetas para acompañar a la demanda de derechos e igualdad real de las mujeres. Por eso ha resultado especialmente lastimosa la bronca en torno a la canción que la ministra de Igualdad hubiera deseado que ganara el festival de Benidorm. Pena por el planteamiento frentista de candidatas a cuenta de una falsa defensa de la igualdad, con el resultado contrario a lo que el feminismo ha de aspirar, que es la unión de todas las mujeres. Y hartazgo porque la supuesta reivindicación viniera con la teta por delante del premio o del concurso, léase de los méritos artísticos, aderezada con simplones reclamos, ignorando que la liberación del cuerpo las mujeres ya la hemos vivido y conquistado. Tan decepcionante espectáculo nos obliga a recordar que, desde que Naciones Unidas impulsó la Declaración de Beijing en 1995, desde los Objetivos del Milenio del año 2000, desde la Convención de Estambul de 2014, desde los ODS de 2015, la cuarta ola del feminismo va de Poder y Liderazgo con mayúsculas, poder como motor para la transformación social con la participación de las mujeres, y liderazgo para que las mujeres puedan auparse con seguridad para conseguirlo. #ChicasImparables. Por eso es importante no despistarnos con oportunistas aspavientos.
En esta caterva de incoherencias que estamos viviendo en torno al feminismo, anotamos la del culto hacia la teta ubre desde posiciones supuestamente progresistas, lo que les conecta, curiosamente, con los conceptos mas conservadores de aquellos que históricamente han defendido el papel de la mujer encapsulada en la vida familiar. La tan tarareada y cacareada letra del fenómeno Rigoberta, «mamá, mamá... tú que has sangrado tantos meses, a ti que tienes siempre caldo en la nevera, paremos la ciudad sacando un pecho fuera...», por fortuna no creo que pase a las fonotecas como himno del feminismo, pero si es preciso desmitificar lo que por votos o audiencias hay quien ha ensalzado. El sangrado no denigra a las mujeres del 2022 en el mundo desarrollado, solo las cancela en Afganistán, Irán y otros regímenes detestables que las condena a los fogones para hacer caldos. Por eso hoy las mujeres feministas no hablamos de caldos sino de corresponsabilidad para que también nos sean servidos a nosotras. Y homenajeamos a nuestras madres no por haber cocinado, que también, sino por haber impulsado la formación de sus hijas para optar a una vida profesional plena e independiente, a pesar de su vida de limitaciones.
Echar un vistazo a cómo los países tratan a sus mujeres marca los estándares de democracia, como también el aprovechamiento populista que de la causa de la igualdad se hace. Por eso conviene ponerse la gafas de lejos y, de vez en cuando, mirar la historia con perspectiva, porque ayuda y mucho. Recomendable es hacer una incursión por la historia del arte, sobrecargado de madonas amamantadoras, cumpliendo con el deber maternal para el que habrían nacido. Mujeres inspiración como sujetos pasivos, contempladas por hombres artistas de toda época y condición, recreadas en una dicotomía: o ejemplares o malvadas, esto es: o madres, vírgenes y santas o brujas y licenciosas descarriadas. En ocasiones el artístico ojo masculino se posaba en los pezones incipientes de niñas desnudas, con tanto detalle que hoy esas miradas se considerarían propias de pederastas. Por el contrario, la representación de las mujeres artistas, su autoría, ha sido irrelevante, entretenidas como debían estar en sus labores de amamantar entre cocina, caldos y costura. Invitaría, pues, al feminismo extremo que reclama la teta como pancarta a dar un paseo por el Museo del Prado para observar cuan abundante es la proliferación de tetas de madres y nodrizas de hijos de otras. Esto ni dio miedo pintarlo, ni exhibirlo. ¿Quién dice que hay miedo a las tetas, si han sido el entretenimiento de todas las épocas y disciplinas? No es de extrañar que hasta el siglo XIX no comenzara a recrearse en el arte el poder de las mujeres, impulsado en buena medida bajo el reinado de Isabel II en un siglo que conoció dos regencias femeninas, lo que no impidió que el pincel se orientara en ocasiones para mostrar su incapacidad para gobernar como se hizo con Juana de Castilla.
Pero, si preocupante es el gusto del actual feminismo extremo por poner la teta-ubre como bandera, no lo es menos la defensa desde esas posiciones ideológicas de la lactancia materna de larga duración, lo que ha generado memes en los que el hijo pasa de chupar la teta al botellón. Desfases aparte, estas mismas mujeres gustan de exhibir al bebé en el puesto de trabajo, célebre es la imagen de la diputada que acudió al escaño con la criatura, argumentando tenerlo que amamantar entre votaciones. Imágenes de mujeres con el bebé en un brazo y el teclado en el otro no son reclamo ni de maternidad activa ni pueden ser himno de nadie que trabaje por un mundo 50-50.
Así pues, conviene situarse. La primera ola del feminismo nació a raíz de que las dos grandes constituciones liberales, la de Estados Unidos de 1776 y la de Francia de 1779, abrieran la democracia liberal con sendos textos dirigidos únicamente a los hombres como ciudadanos, excluyendo a las mujeres de semejante categoría. Un siglo después, en plena revolución industrial, las mujeres se incorporaron al trabajo como mano de obra barata, no podía ser de otro modo por su nula preparación excluidas como estaban del derecho a la educación. Encomiable la segunda ola que nació con mujeres que incluso perdieron la vida demandando derechos básicos y el voto para transformar sociedades injustas. La tercera ola, que reclamó libertad sexual y reivindicó el cuerpo femenino para las mujeres ya la hemos descrito, esencial para la incorporación de las mujeres a las Universidades y al trabajo profesional. Bien haríamos pues, en situarnos donde estamos, ahora, sin distraernos con fuegos de artificio. No hablamos de ráfagas musicales, ni de votos ni de audiencias, sino de liderazgo femenino; de acabar con la violencia, aún endémica en todos los países; de ocuparnos de la trata y la inviolabilidad de las niñas acogidas. No hablamos de parar la ciudad, mamá, sino de mover el mundo por la igualdad real, por acabar con todas las brechas, por recordar a las mujeres invisibilizadas en la historia, por homenajear a las que perdieron su vida en esa lucha. De eso debería ir este 8 de marzo de 2022, por favor, no de eslóganes ni de simplezas.
Gloria Lomana es periodista y presidenta de 50&50 Gender Leadership.