Mujerismo y feminismo

Una de las consecuencias de las últimas elecciones ha sido que el número de mujeres elegidas en las listas del PP en las comunidades autónomas y en los ayuntamientos supera al de las del PSOE. Este fenómeno, que apenas ha sido comentado, se explica con orgullo por el partido conservador por su actuación de promoción de las mujeres más dotadas sin tener que recurrir a la artificiosidad de las cuotas. Es sabido que los partidos de derechas pueden situar algunas mujeres en las cúpulas de su dirección, así como llevarlas hasta la presidencia de un Gobierno, como fue el caso de Margaret Thatcher, siempre que sean absolutamente fieles a los planteamientos del partido. Lo que no pueden explicar desde las filas de las mujeres socialistas es cómo después de años de implantación de cuotas femeninas en el partido, de haber hecho de sus señas de identidad la aprobación de las leyes de igualdad y de paridad, de la creación durante un tiempo de un Ministerio de Igualdad y el mantenimiento ahora de una Secretaría de Igualdad -aparte de la campaña continua de sus afiliadas presumiendo de la promoción de mujeres en puestos de dirección política-, en la actualidad la proporción femenina de presidentas de comunidad, de diputadas y de concejalas sea inferior a la de un partido de derechas.

La explicación se encuentra en la forma en que pretendiendo la igualdad se ha rehuido el feminismo. La estrategia socialista, desde hace más de una década, se ha centrado en llevar más mujeres a la política independientemente de su adscripción ideológica, considerando que con aumentar el número estaba resuelta la evidente diferencia de participación femenina en todos los estratos de la política. Mientras, los partidos feministas planteábamos que es imprescindible exigir a quienes nos representen en las instituciones la conciencia de lucha y el compromiso con las reivindicaciones fundamentales del feminismo, ya que de lo contrario lo único que se consigue es duplicar el voto de derechas. Al negarse que la ideología es el eje de toda actividad política y social, se despolitizó la lucha por el aumento de representación femenina en todos los estamentos sociales, que se convirtió, en consecuencia, en un argumento para que también las conservadoras lo hicieran suyo.

Recuerdo que en 1999, cuando una coalición feminista formada por el Partido Feminista de España, el de Catalunya y el de Euskadi nos presentamos al Parlamento Europeo y participamos en un acto electoral en Barcelona, las socialistas y las populares hicieron un frente único femenino que se centraba casi únicamente en exigir a los hombres la corresponsabilidad en el trabajo doméstico. Y siendo este un problema que pesa sobre las mujeres desde tiempos inmemoriales, no es posible reducir el feminismo a la limpieza y el cuidado de niños. El feminismo no es una cuestión biológica, no se es feminista por el azar de haber nacido con ovarios y matriz. Esta condición anatómica será en todo caso el argumento de la sociedad patriarcal para destinar las mujeres solo a la reproducción, pero el pensamiento y la acción para cambiar tal reparto sexual del trabajo y de la sociedad es producto de una reflexión profunda, de una teoría que se ha elaborado en el curso de más de 200 años, de un compromiso sincero y valiente con las luchas transformadoras, que comporta múltiples peligros y marginaciones. Compromiso que, como sabemos, pocas mujeres, y hombres, contraen, mientras una mayoría sigue las normas establecidas, se somete a su papel secundario e incluso lo defiende.

El feminismo es una ideología transformadora de la sociedad para acabar con todas las injusticias -las de clase, las de sexo, las de raza- y a la que, por supuesto, pueden adscribirse todos los seres humanos y sin la que resulta inocuo, cuando no perjudicial, plantear únicamente el frente hombre o mujer.

Recuerdo el rechazo de Dolors Renau y de Anna Balletbó, con otras de sus compañeras, cuando dije que prefiero un hombre socialista a una mujer del Opus, precisamente cuando en la mesa, y después en Bruselas, se sentaba una dirigente de Unió de pública adscripción a la Obra a la que, al parecer, deseaban sumar a su estrategia, a la que me referí como mujerismo en contraposición al feminismo. Plantearse que solo por el hecho de ser mujer se poseen y defienden los valores feministas no solo es equivocado, sino, lo que es peor, enemigo del feminismo, ya que las mujeres que se han colocado en las instancias públicas por las formaciones de derechas están defendiendo la involución en todos los derechos que habíamos logrado implantar, con tanto esfuerzo, desde el movimiento.

La defensa del mujerismo ha servido para que en los parlamentos autonómicos y los ayuntamientos aumente el número de derechistas y opusdeístas que se oponen a la ley de aborto, a la del matrimonio homosexual -ambas recurridas por el PP en el Tribunal Constitucional- y a la inversión económica en los servicios sociales que son fundamentales para que las mujeres puedan entrar en el mercado de trabajo, solución bastante más eficaz y socialista que el reparto privado de las tareas domésticas.

Por Lidia Falcón, abogada.

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