Multitudinaria soledad

La misma semana en que el independentismo catalán formalizaba en el Parlament su propósito de “desconectar” la Generalitat del Estado constitucional el nacionalismo gobernante en Euskadi anunciaba que tampoco esta legislatura podrá reformarse el Estatuto vasco. Mientras la vía catalana apuesta por la ruptura con la legalidad española como procedimiento para instaurar un estado propio, ni su épica ni su estratagema conmueven lo más mínimo a los nacionalistas de otros países sin estado particular. El ensayo catalán se está desarrollando en condiciones de especial gravidez aunque sus protagonistas operen con la sensación de volar libremente. El limbo jurídico y la inestabilidad política a los que en el mejor de los casos podría conducir la resolución parlamentaria en trámite no presentan más atractivo que el de una curiosidad morbosa. El interés despertado por un experimento que se realiza fuera del laboratorio no debería alentar el narcisismo de quienes se creen el centro de atención cuando quienes les miran lo hacen en buena medida con indiferencia o con conmiseración.

Multitudinaria soledadEl incremento del independentismo en Catalunya y la activación militante del sentimiento identitario en esta comunidad política no han inducido cambio alguno en la opinión que sobre la construcción de un Estado propio existía con anterioridad en otras partes, empezando por Euskadi. Es significativo que tres años ininterrumpidos de éxodo independentista entre los catalanes no hayan tenido efectos por simpatía entre los vascos. La hipótesis de que se mantenga soterrado un potencial semejante al que eclosionó en Catalunya a partir de la sentencia del TC sobre el Estatut o de la Diada de 2012 parece más un deseo o un argumento disuasorio frente a Madrid que una eventualidad plausible. En el plano estrictamente partidario no sólo el PNV se ha mostrado tan cauto respecto al procés como lo fue ante el referéndum de Escocia, también la izquierda abertzale parece timorata en cuanto a su capacidad de iniciativa sin que sus intermitentes expresiones de independentismo inquieten al nacionalismo gobernante.

La explícita renuncia a sortear la legalidad vigente para acceder a un estado propio mantendría así el autogobierno de los vascos en el carril lento del marco constitucional y estatutario. Hasta tal punto que es la única autonomía pendiente de reforma. Pero ello no se debe únicamente al instinto de conservación que domina el escenario, máxime una vez acallada la temeridad liberticida de ETA; ni a que por alguna broma del destino los vascos nos hayamos apropiado de todo el seny catalán y sumado nuestra rauxa a la suya. Ocurre que las incertidumbres añadidas a la vía catalana por la impaciencia de sus líderes han acabado generando anticuerpos frente a la inseguridad en los ciudadanos de Euskadi. Aquí no parece que haya sitio más que para el derecho a decidir, ese hallazgo indeterminado que acomoda a los moderados con los resueltos.

Se da además la circunstancia de que no es fácil materializar un autogobierno que vaya más allá del existente en Euskadi, dentro de la UE y engarzado con el Estado constitucional. De ahí que el independentismo ofrezca a veces tímidas muestras de intranquilidad, como cuando afea al nacionalismo gobernante su interés prioritario en blindar lo que tenemos, por ejemplo en cuanto al sistema de concierto y cupo. Pero hasta en sus filas pesa más el escepticismo respecto a que en Catalunya se abra el camino de la secesión también para Euskal Herria que la simpatía hacia la ruptura de la legalidad como palanca para acceder a una república propia.

El presidente del PNV, Andoni Ortuzar, advirtió de que la independencia no es algo que uno proclama para sí mismo, sino el estatus que los demás estén dispuestos a reconocerle. El ensimismamiento independentista tiende a olvidar que su multitudinaria efervescencia va acompañada también de una clamorosa soledad. Que los malabarismos tácticos y palaciegos no provocan asombro, sino hastío. Puede que un día de estos el Parlamento vasco vote a favor de no se sabe qué en Catalunya. Pero no supondrá nada más que un gesto de circunstancias. La “desconexión” persigue que los catalanes puedan dejar de ser españoles, cosa que ya resulta difícil como para confiar en que lleguen por esa vía a ser además independientes. La confusión entre ambos términos –identidad e independencia– está en el origen de todas las frustraciones. A pesar de que no se tenga en cuenta porque el acaloramiento impide mirar alrededor.

Kepa Aulestia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *