Multiversos electorales

Ha señalado el psiquiatra Luis Rojas-Marcos que uno de los principales efectos negativos de la pandemia es que nos impide organizar la propia vida: es tal incertidumbre generada por la evolución del virus, que no podemos hacer planes de futuro. Nos vemos así abocados al cálculo de probabilidades y el solo hecho de que tengamos que hacer tal cosa ya desanima al más flexible de los individuos. La incertidumbre constituye, últimamente, nuestra única certeza. Y ha querido la casualidad que el avance de la variante ómicron coincida con la apertura de un ciclo político marcado, también, por la incertidumbre. Convocadas en vísperas navideñas y a través de Twitter las elecciones en Castilla y León, se abre un periodo político que incluirá cuando menos la contienda por el Gobierno de Andalucía y que se desembocará, en algún momento de los dos próximos años, en unas nuevas elecciones generales.

Multiversos electoralesA diferencia de lo que sucede con la pandemia, que terminará algún día sin que podamos saber cómo, la democracia posee un mecanismo especializado en despejar incógnitas: las elecciones periódicas. Mediante la agregación de las preferencias ciudadanas, expresadas a través del voto, es posible medir el grado de apoyo que recibe cada una de las candidaturas en liza. Ese día terminan las divertidas especulaciones sobre el peso relativo de cada partido, que animan las tertulias y dan trabajo a los encuestadores. Pero el sistema político español, para bien o para mal, no es lo que fue: la crisis económica trajo consigo la aparición de unos partidos nuevos que redujeron notablemente el cómodo espacio del que habían dispuesto hasta ese momento PSOE y PP, principales protagonistas de nuestro bipartidismo imperfecto; súmese a ello el impacto de acontecimientos políticos tan extraordinarios como el procés y la moción de censura. El resultado ha sido una paradójica inestabilidad estructural que a estas alturas debería curarnos de espanto: ni siquiera el veredicto de las urnas supone una garantía de claridad.

Basta pensar en las razones que ha presentado Fernández Mañueco para adelantar las elecciones en su comunidad: el riesgo de que se presentase una moción de censura que, como ocurriese en Murcia el pasado marzo, pusiera en peligro la continuidad de su Gobierno. Fijándose en el precedente más inmediato, lo que busca Mañueco es hacer un Ayuso: anticiparse al movimiento de sus rivales para golpearles más fuerte. Si lo conseguirá o no es asunto distinto. Pero solo así se entiende que un presidente autonómico llame a las urnas al filo de la Navidad y dos días antes de sentarse a discutir con sus colegas y con el presidente del Gobierno si debe tomarse alguna medida a la vista del aumento vertiginoso del número de contagiados en las últimas semanas. Sopesadas las ventajas y los inconvenientes, nuestro hombre cree que gana más convocando las elecciones de lo que perdería si no lo hiciera. A pocos sorprenderá que Maquiavelo vuelva a ganar la partida a Hipócrates.

Se deduce de lo anterior que ni siquiera la formación de gobierno es indicio suficiente de su futura estabilidad. Son tales las oscilaciones que vienen experimentando en urnas y encuestas las diferentes fuerzas políticas españolas, que no hay forma de ejercer el poder sin figurarse el momento en que uno pudiera perderlo. Aunque sea un efecto indeseable por sus consecuencias negativas sobre la gobernabilidad, las expectativas electorales de los partidos condicionan su estrategia política: los que van a la baja tienen poco interés en que se vote, justo al revés de lo que sucede con aquellos que suben como la espuma. La metáfora es pertinente, ya que la espuma también baja con rapidez. Todo es cuestión de elegir el momento adecuado: Vox ha retirado su apoyo al Gobierno andaluz con objeto de marcar perfil propio, mientras en Moncloa miran con recelo a esa Yolanda Díaz que postula un «frente amplio» susceptible de perjudicar al PSOE si la coyuntura le es propicia. Tomemos distancia por un momento para apreciar, mediante un ejemplo entre muchos, la inversión de los valores que aquí se manifiesta: la reforma laboral será buena si es un éxito para Yolanda Díaz, sea o no buena para el mercado de trabajo español; si es demasiado buena para Yolanda Díaz, en cambio, terminará por ser mala a ojos de los socialistas con los que gobierna.

Sucede que el actual escenario político está lleno de incógnitas. Y los partidos tomarán sus decisiones tácticas en función del modo en que perciban el futuro inmediato: ante la imposibilidad de saber cómo se comportará cada una de las variables en juego, no les queda más remedio que asignar probabilidades a los distintos escenarios y hacer las apuestas correspondientes. Alguno acertará; ignoramos quién.

Entre esas variables se encuentra la paulatina desaparición de Cs. Sus cargos públicos son muertos andantes: allí donde se ha ido votando, el partido ha visto esfumarse los escaños cosechados cuando el liderazgo de Albert Rivera parecía no tener techo. Ahora, en cambio, lo que no tienen es fondo. Eso explica que el PP haya tratado de propiciar una fusión de las dos marcas e incitado con mejores o peores artes el fichaje de altos cargos de Cs; se trata con ello de mejorar su rendimiento electoral, especialmente en las abundantes circunscripciones pequeñas y medianas donde la fórmula D’Hont castiga la fragmentación del voto. Lo que nadie sabe es si Cs desaparecerá del todo o se las apañará para seguir siendo relevante en alguna parte, como espera Moreno Bonilla y no digamos su vicepresidente Marín. Pero si Cs desaparece, ¿cuánto subirá Vox, si se confirma que sube en vez de bajar? Más aún: ¿de qué modo influirá en las votaciones sucesivas que Vox demande formar parte del Gobierno, si así lo hace, en Castilla y León o Andalucía? Tampoco podemos saberlo: si la irrupción del partido de Abascal en las andaluzas de finales de 2018 contribuyó a movilizar el voto de izquierda en las generales de abril de 2019, el efecto no se repitió en repetición de las generales en noviembre del mismo año ni logró su propósito en las autonómicas madrileñas. Pero de momento, Casado no es Ayuso y Vox no da señales de debilitamiento.

Por si fuera poco, hay que considerar un fenómeno para el que no existen antecedentes: las candidaturas de la autodenominada «España vaciada». Siguiendo la estela de Teruel Existe, cuyo modelo particularista se mira a su vez en el espejo de los nacionalismos vasco y catalán, la plataforma ciudadana Soria ¡Ya! ha decidido concurrir a las elecciones castellanoleonesas; anticipa con ello una oleada de candidaturas similares en el interior del país. Está por ver cuántos votos pueden cosechar y, sobre todo, a quién perjudicarán al hacerlo. Repárese en que estas plataformas no necesitan obtener un escaño para arrebatárselo a otros; es suficiente con que resten más votos a un partido grande que a su rival en un marco de competencia feroz en los distritos pequeños.

Finalmente, ignoramos cuál será el impacto de las elecciones autonómicas en el ánimo del Gobierno de la nación a la hora de decidir si agota la legislatura o convoca anticipadamente a las urnas. Tampoco es el único factor que Moncloa tendrá en cuenta: más determinante se antoja la evolución de la economía y el modo en que se la perciba a pie de calle, nada de lo cual puede anticiparse fácilmente en un contexto inflacionario donde el retorno a la ortodoxia financiera podría coger al Gobierno con el pie cambiado. En ese sentido, las contiendas regionales poseen un cierto valor como termómetro del malestar social; los humores del paciente, con todo, dependen asimismo de circunstancias locales y no siempre pueden extrapolarse de manera fiable.

Todo será más emocionante a partir de ahora y quizá más emocionante que nunca; el largo ciclo electoral nos mantendrá en vilo. Otra cosa es que los historiadores del porvenir lleguen a notar la diferencia, viviendo como vive el país un largo tiempo muerto que se caracteriza por la agitación estéril y un lento declive ensimismado. Pero callen los agoreros, que empiezan las campañas: ¡silencio, se juega!

Manuel Arias Maldonado es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Málaga. Su último libro publicado es Abecedario democrático (Turner, 2021).

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