Mundo aparte

La actividad de Francis Coppola se centró sobre todo en lo que siempre sintió como su mayor don: la capacidad creadora. En sus mejores películas se dedicó a plasmar sujetos creadores en los más distintos y extraños ámbitos de intervención.

Mundos perturbados que requerían un demiurgo genial para producirse. Mundos alternativos mafiosos (en la Trilogía El Padrino, 1972, 1974, 1990). Mundos en regresión al paleolítico, espoleados por la locura, en pleno corazón de la selva vietnamita (Apocalypse Now, 1979).

Mundos de invención ingenieril (Tucker, el hombre y su sueño, 1988), con la creación de un automóvil que se revela demasiado bueno para ser aceptado por las Grandes Compañías. O el mundo aparte de los jóvenes rebeldes, que halla su genialidad, lindando con el desvarío, en «el chico de la moto» (Mickey Rourke), líder indiscutible de todas las bandas juveniles en Rumble Fish, La ley de la calle, 1983.

La acción demiúrgica, la gestación de un mundo mejor, más perfecto que el existente —pero que puede ser mucho peor, más nefasto o más terrible— se ve imposibilitada por las exigencias de las compañías automovilísticas (en Tucker), por las Majorscinematográficos (en la propia experiencia biográfica de Coppola con su productora independiente Zoetrope).
Cinco o seis familias mafiosas compiten con la de Vito Corleone (Robert de Niro) y su heredero Michael (Al Pacino), en ese mundo donde el negocio y el crimen se dan cita. Kurtz (Marlon Brando), en pleno enloquecimiento, crea un mundo alternativo, conformado al horror y a los más hondos latidos de la selva, alrededor de un templo desde el que preside y gobierna a una tribu primitiva, esparciendo por doquier cadáveres colgados y cabezas cortadas.

Las profesiones, sobre todo las más raras, tienden a configurar también mundos aparte. Así los ingenieros de sonido que se encuentran en una convención de espías comerciales, duchos en pinchar teléfonos, o expertos en colocar dispositivos para escuchar lo que sucede detrás de las paredes de las casas. En ese mundo de fisgones profesionales descuella por sus hallazgos e invenciones Harry Caul, que oficia de lobo estepario en La conversación(1974), una de las películas más extraordinarias de Francis Coppola.

El mundo aparte por antonomasia es el que desafía el límite de la muerte al gestar el universo de los No-muertos, que convoca la ayuda de todas las alimañas de la noche, lobos, vampiros, bestias temibles, en esa genial recreación de la gran novela de Bram Stocker, Drácula(1992), en sorprendente giro ultra-romántico, uno de los máximos éxitos comerciales de Francis Ford Coppola (1992).

Muchas películas de Coppola se desarrollan al modo de una investigación y búsqueda itinerante —una Quête— la que tiene en la novela de Chretienne de Troyes, Perceval, su paradigma, con la historia del Rey Pescador, herido en un muslo, que clama por un salvador que pueda curar su dolencia.

Se trata de transformar, en modo metafórico, el yo vetusto, sedimentado en estratos de podredumbre, por un yo transformado y transfigurado. Un rayo atraviesa al yo doliente, de manera que pueda emerger —como en la iniciación chamánica— un yo salvífico, o pueda elevar su vuelo mágico el aprendiz de chamán, elegido en su tribu como experto en curaciones y hechizos.

Se trata, en términos míticos, de suplantar al viejo y tétrico rey guardián del lago Nemi, cerca de Roma, responsable del Árbol de la Vida (con su rama dorada), siempre alerta para impedir que algún esclavo fugitivo le desafíe con un puñal y le usurpe un reino que sólo puede ser relevado por este sanguinario procedimiento (Sir George Frazer, La rama dorada).

Todo este complejo mítico confluye en el recorrido que emprende Williard, en Apocalypse now, a la busca y captura del inquietante Kurtz, un coronel del ejército fugitivo que ha creado, en el corazón mismo de la selva, un mundo aparteterrorífico. Su misión consiste en terminar con su vida tras su encuentro con él. Y poner fin a ese Emporio del Horror (en repetición ritual de la ceremonia sacrificial del lago Nemi).

Willard sigue el trazado de un Vía Crucis de pruebas similar al recorrido homérico, pero en registro grotesco. El episodio del Cíclope, con el teniente coronel Bill Kilgore (Robert Duval); el episodio de las sirenas, con las chicas Play Boy ante la soldadesca; hasta llegar al límite mismo del remonte del yate en dirección a los dominios de Kurtz, como si Scilla y Caribdis presidieran la etapa final del trayecto, cerca ya de Ítaca, sólo que en clave de pesadilla.

Vito Corleone es mucho más que un agente de la Cosa Nostra. Intuye algo mejor, en la onda de Robin Hood, pero en sabia combinación de métodos generosos y benévolos con acciones punitivas letales (sin escatimar asesinatos, si es necesario, como manda el rito del lago Nemi). Se gana el favor de sus convecinos en la «pequeña Italia» neoyorquina, porque sabe ayudarles en lugar de extorsionarles, como sucedía con el engreído matón Fanucci y su banda de La Mano Negra. Lleva a cabo el ritual relevo: lo mata y se convierte en el nuevo guardián de Little Italy. De modo muy inventivo cancela la extorsión de La Mano Negra, y la presión rufianesca y amenazadora de Fanucci, sustituyéndolo por una buena praxis de ayuda a los necesitados, de manera que se ganó el respeto de los suyos. Y funda así mismo, con el comercio del aceite con Sicilia, el emporio de los Corleone.

Su hijo Michael seguirá —sobre todo en El Padrino III(la más intensa de todo el tríptico)— la búsqueda de su más auténtico yo y el enjuague de sus numerosas culpas. A punto está de reconciliarse consigo, con su mujer, con el mundo, cuando un desenlace trágico hace todos esos trabajos de amor perdidos.

Cuando quiere cubrirse con un manto de respetabilidad en su colaboración con el Banco Vaticano se da cuenta, en trágica ironía, de un fondo de malversaciones y de crímenes que esparcen su miasma por toda Italia, y de las ambiciones y codicias que el banco de la Santa Sede ha despertado.

Harry Cault, Tucker, Vito Corleone, Michael Corleone, Kurtz (y su doble Williard), el Conde Drácula (y Elisabetha/Mina, su esposa suicida, y su reencarnación londinense), todos ellos son —cada uno en su estilo— demiurgos.

Gestan mundos propios, mundos aparte, el cosmos de los «fisgones del sonido», con su convención anual; el mundo de la nueva mafia que nace y crece en Little Italy, y que va evolucionando en el devenir de la familia Corleone; el mundo de los No-muertos, donde impera el reino de la noche del Conde Drácula, con su ejército de alimañas chupa-sangre; el mundo caótico y despiadado de Kurtz, en pura regresión simultánea al paleolítico y a la locura.

El mejor mundo de Coppola constituye un canto a la creación artística (remedo de la demiurgiacósmica). Sus grandes películas lo atestiguan. Sus personajes, aun los más sombríos, son la mejor prueba de esa magnífica inclinación.

Eugenio Trías Sagnier, filósofo.

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