Múnich

En la infinita colección de acontecimientos cotidianos, el periodista ejerce una difícil misión: fijarse en lo significativo y distinguirlo de lo que no lo es. ¿Cómo no equivocarse? Es grande la tentación de ver lo que hacen los demás y unirse a ellos en una especie de unanimidad sin riesgos. Si nos equivocamos, al menos no somos los únicos, lo que supone casi una exención de responsabilidad por adelantado.

Hace cincuenta años, cuando yo era el joven ayudante de un famoso director de un periódico parisino («France Soir»), este se burlaba de ese conformismo definiendo al periodista como «un tipo que lee los periódicos». Ni él mismo estaba libre de toda sospecha, pues tenía la manía de colocar los crímenes más inquietantes en la portada de su periódico, lo que entonces llamábamos Sangre en primera plana. Las expectativas de los lectores han evolucionado, pero hoy se siguen colocando en primera plana las informaciones más aterradoras, como el calentamiento climático o el regreso del fascismo.

MúnichAl tener el privilegio de no escribir todos los días en ABC, sino solo una vez a la semana, dispongo de algo más de perspectiva para ver la actualidad, de modo que me inclino por prestar interés a lo que se trata poco a diario. Esta semana me ha asombrado la forma en que la prensa de todo el mundo ha cubierto las elecciones regionales en Baviera: lo que se nos ha quedado es que el Gobierno alemán de Ángela Merkel, una coalición de demócratas cristianos y socialdemócratas, proeuropeo, liberal en cuanto a la economía y en su apertura a los refugiados, se ha desmoronado. De hecho, el partido Demócrata Cristiano local (CSU) ha perdido la mayoría en Baviera, que controlaba desde hacía una eternidad. ¿Pero es eso lo más significativo? Resulta que el partido conservador había adoptado para estas elecciones una línea nacionalista y antiinmigración con el fin, creían sus dirigentes, de recuperarse del ascenso de los sentimientos xenófobos en Alemania y hacerles frente. Esta táctica, que ha fracasado, pretendía neutralizar el movimiento de extrema derecha AfD (Alternativa para Alemania), que jugaba con los sentimientos nacionalistas. Esta manipulación electoral de los conservadores de la CSU ha fracasado doblemente: han traicionado su espíritu de apertura y no por ello se han llevado los votos de la extrema derecha. Porque esta extrema derecha tan temida, sobre todo en Baviera, que fue la cuna del nazismo, apenas existe.

Este partido ultra, AfD, solo ha obtenido un 10,2% de los votos. ¿A dónde se han pasado los demás electores de Baviera? ¿A la izquierda? Ni por un momento: los socialdemócratas alemanes están en vías de desaparición, con un 9,7% de los votos. La sorpresa viene de otra parte y es allí donde se sitúa, en mi opinión, el giro, quizá histórico, en Múnich, en Baviera, en Alemania y en Europa. ¡Cualquiera sabe! Lo que no impide que el partido Verde haya duplicado su resultado habitual, con un 17,5% de los votos en toda Baviera y, agárrense, el 30% de los votos en Múnich. Hay que tener en cuenta que la mitad de los electores que se han pasado al partido Verde proceden de las filas de la CSU, a la que han repudiado. Ahora bien, ¿qué dicen esos Verdes, quiénes son, dónde están?

Múnich es la ciudad más próspera de Alemania, con la población más formada y bastante joven; Múnich, por lo tanto, es el futuro de una Europa posible, como lo es, por ejemplo, California del Sur para Estados Unidos. Estos Verdes de Baviera se han pronunciado claramente a favor de una acogida generosa a los refugiados, igual que Ángela Merkel. Están a favor de un capitalismo razonado en el que cabrían las preocupaciones sociales y ecológicas; estos Verdes no son hostiles ni a la economía de mercado, de la que Baviera se beneficia en gran medida, ni a los intercambios, ni a una Europa liberal. Están «contra» el cambio climático, lo que en sí no quiere decir nada, pero que, implícitamente, reviste una dimensión bastante moral y mundialista. Por lo tanto, Múnich ha dicho que no al populismo, al nacionalismo, al racismo y a la xenofobia. Y, dicho sea de paso, los Verdes alemanes sueñan con un gobierno más próximo a la población, bastante favorable a la democracia local, hostil a los viejos partidos burocráticos y a la profesionalización de la política. En fin, los Verdes rechazan las ideologías del siglo XIX, tanto el nacionalismo como el socialismo.

¿De modo que se trata solo de unas elecciones locales en un rincón de Alemania, cuyos resultados son circunstanciales, sin futuro? A menos que se trate de un giro político fundamental en Europa. No podemos saberlo por adelantado. Pero Múnich ocupa, desde la década de 1920, un lugar singular en la historia europea: ahí intentó Hitler dar su primer golpe de Estado en 1923, y en Múnich, tanto franceses como británicos abandonaron en 1938 los Sudetes, animando a Hitler a conquistar Europa, lo que emprendió al año siguiente. Desde 1938, ser muniqués fue una marca de infamia. Quizá en octubre de 2018 ser muniqués sea el anuncio de un futuro positivo. Cualquiera sabe, pero está permitido soñar a contracorriente de las ideas recibidas.

Guy Sorman

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