Música en los museos

La palabra «museo» tiene su origen en el griego para significar la casa de las musas. Aunque hoy el museo es ese lugar especial que alberga objetos preciosos, quizás la inspiración de las musas está presente en ellos más de lo que imaginamos. Si bien se habla de nueve musas, parece que en la Antigua Grecia eran tres inicialmente: Meletea («meditación»), Mnemea («memoria») y Aedea («canto», «voz»). De manera que a la «memoria» custodiada en los museos a través de sus objetos, se une también la reflexión y la «meditación» a partir de la didáctica. Pero a los museos les falta todavía una mayor influencia de Aedea (luego llamada Euterpe) para introducir la música. Es, pues, el momento de reivindicar la presencia de la música en los museos, por muchas más razones –como se verá– que albergar en ellos la musa que aún falta.

Música en los museosPero volvamos al origen. Los museos comenzaron siendo el lugar místico en el que se depositaban objetos maravillosos que acercaban al hombre con la divinidad. En la época medieval aún se refuerza más lo trascendente del lujo y la belleza «en la medida en que transportaban el alma de los hombres a la esfera sublime de la espiritualidad» en palabras de María Bolaños. El hombre va al encuentro con su musa en busca de la felicidad que aquella (la divinidad) le puede ofrecer. Pero ello es sólo una utopía, una quimera, que produce insatisfacción en el ser humano, que logrará superar con el triunfo del humanismo. Cambia el rumbo y, el camino de ida hacia la musa se torna en camino de vuelta: se pasa del sacrificio y entrega a los dioses, a la búsqueda de una concesión, a los hombres devotos, del placer espiritual que pueden llegar a sentir directamente en contacto con esos objetos maravillosos.

El museo sigue permitiendo el encuentro íntimo y personalísimo del hombre con el objeto para lograr así una intimidad y una reflexión que unen memoria y meditación. Sucede algo similar en un auditorio o en un teatro. Este encuentro se logra en buenas condiciones cuando se han cuidado dos elementos: la exposición o representación artística y el entorno. Y depende de la sensibilidad del visitante.

Pero la condición social del ser humano le lleva a compartir también el encuentro con la cultura y lo hace de dos formas. Una forma tradicional en la que el visitante/espectador explica a otros las sensaciones vividas y anima a experimentar lo mismo, fomentando así la presencia en el lugar (auditorio, museo...). Y otra forma moderna, que consiste en trasladar, con la ayuda de las nuevas tecnologías, una copia o reproducción del objeto cultural mediante imágenes (salas de museos repletas de cámaras), vídeos (copias de representaciones), grabaciones (músicas que se escuchan en cualquier lugar mediante auriculares); es decir, una réplica del elemento artístico o científico que produjo la sensación, intentando así que esa sensación se repita, aunque sea virtualmente, lo cual nos lleva al debate sobre las diferencias entre la realidad y lo virtual.

La tecnología no logrará nunca trasladar las sensaciones más perfectas que se producen en un cuidado encuentro emocional con la cultura y la creación artística. La fuerza de ambas unidas en espacios pensados para ello, como son los museos, alcanza cotas fantásticas. De modo que son ellos los mejores para acoger a otras artes, para acoger a todas las musas.

El museo, que nació como la casa de las musas, vuelve a serlo actualmente y las musas de todas las artes pueden albergarse en él: el museo acoge las Bellas Artes y las artes bellas, el museo permite ser el hogar de la obra artística, histórica o científica, pero también puede ser el hogar de la música viva, de la danza y del teatro y el lugar de inspiración para nuevas creaciones artísticas. Los creadores deambulan por los museos no sólo para copiar otras obras, como ya sucedía en los gabinetes del siglo XIX, sino también para encontrar motivos para las nuevas creaciones en cualquier campo.

El museo del siglo XXI quiere ofrecer al público mucho más que la custodia, conservación y mera exhibición de una colección. El museo moderno quiere ofrecer una experiencia más perfeccionada. Esta experiencia requiere apelar a todos los sentidos del público pero, si hay dos que conectan rápida y fácilmente son la vista y el oído, es decir, el encuentro del visitante con el objeto, en su contexto y en un ambiente con sonoridad musical. Así la música entra en el museo.

El espectador musical ha generado una sensibilidad artística que fácilmente captará los detalles de la belleza de los museos de arte; también sucede a la inversa: el visitante de un museo, acostumbrado a las artes y sensible a ellas, será especialmente sensible al arte de la música. Pero… ¿qué mejor situación puede darse que la de hacer coincidir bellas artes y música? Esta unión permite el encuentro íntimo del visitante/espectador de un concierto de música en un museo con la colección de éste y así unir el lugar, el objeto y la sonoridad, que es tanto como apelar a la memoria y a la reflexión con la sonoridad de la musa de la música.

Cerremos los ojos e imaginemos el cuarteto para cuerda nº 18 de Beethoven interpretado en el salón de baile del Museo Cerralbo de Madrid, rodeados de tapices, esculturas y cuadros hermosos. Esa oferta existe y es posible de encontrar.

El museo procura así el trasvase de sensaciones entre los objetos de su colección cargados de simbolismo y la sonoridad de la música. Se logra así una experiencia personal magnífica que ayudará, a quien la viva, en esa búsqueda de la plenitud, de la belleza, de la bondad o de la Felicidad, que es lo que caracteriza el devenir del ser humano.

Miguel Ángel Recio Crespo, presidente de Acción Cultural Española.

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