Mutualizar la defensa de Ucrania

La injustificable invasión de Ucrania por parte de Rusia nos devuelve a los episodios más oscuros de la historia de Europa. Hemos dado por hecha la estabilidad y la prosperidad que disfrutamos en las últimas décadas, pero la guerra puede poner fin a ese período. La Unión Europea debe prepararse para el impacto y asumir el coste de situarse en el lado correcto de la historia: junto al pueblo ucraniano, que defiende su libertad y la democracia. No es cuestión de justicia, sino de evitar que volvamos al orden que fue el natural durante la historia de la humanidad: la ley del más fuerte.

Hemos tenido la suerte de poder olvidarnos de las consecuencias económicas de una guerra. Por eso, si queremos saber lo que viene debemos desempolvar los libros de historia. El año que viene se cumplirán 50 años de la guerra del Yom Kipur entre los países árabes e Israel. Ese conflicto provocó una espectacular subida de los precios del petróleo e inició uno de los periodos de mayor inestabilidad económica que hemos conocido. Los años siguientes estuvieron marcados por la llamada «estanflación», un contexto económico caracterizado por altos niveles de inflación y bajo crecimiento.

Mutualizar la defensa de UcraniaEl ataque de Putin a Ucrania nos encamina de nuevo hacia la economía de los años 70 y el estancamiento. Y lo hace, además, justo cuando el mundo todavía intenta recuperarse del enorme choque que ha supuesto la pandemia. Los meses que nos esperan serán duros. Los ciudadanos verán mermado su poder adquisitivo por la inflación y sufrirán precios de la energía aún más elevados; la recuperación será más lenta y la creación de empleo se reducirá.

Empecemos por la inflación. La guerra en Ucrania agravará la crisis energética que ha padecido Europa en los últimos meses. Rusia es el tercer productor mundial de petróleo y el segundo de gas natural. Desde el jueves, el precio del barril de petróleo supera los 100 dólares y el del gas se ha incrementado en un 30%. Por desgracia, la UE importa el 41% de su gas de Rusia. La dependencia energética de Rusia es considerable, en especial en Alemania, donde el ingenuo movimiento verde abogó por cerrar las centrales nucleares, dejando al país en manos del gas ruso.

Además, las necesarias sanciones impuestas por las democracias occidentales a Rusia dificultarán el mantenimiento de las infraestructuras de explotación y refinado, lo que incrementará aún más al alza los precios de la energía. Los principales afectados serán los hogares vulnerables, que ya afrontan unas engrosadas facturas de la luz. Ante la falta de alternativas disponibles por el momento, Europa deberá fortalecer sus relaciones con otros países exportadores de materias energéticas. Sin embargo, importar gas licuado es mucho más caro que hacerlo por gaseoducto, lo que indudablemente repercutirá en el bolsillo de los ciudadanos en forma de más inflación. Por eso, los Gobiernos europeos deben tomar medidas fiscales para rebajar el precio de la energía cuanto antes.

Pero no todo es petróleo o gas. Ucrania es la despensa de Europa. El amarillo de su bandera representa sus amplios campos de trigo y cereal. De hecho, tanto Rusia como Ucrania están entre los cinco mayores exportadores de trigo. Las sanciones comerciales a Rusia y la devastación causada por la guerra en Ucrania pueden aumentar significativamente el precio de los alimentos, especialmente en los países dependientes de las importaciones de productos como el maíz, como es el caso de España. En definitiva, podemos esperar un alza generalizada y sostenida en el nivel de precios de bienes esenciales para la población, no solo por la vía de los precios energéticos, sino también alimentarios.

A la vez, la guerra reducirá el crecimiento económico. Europa todavía no se ha recuperado de la crisis económica de la pandemia, la inflación estaba ya disparada y los países se encuentran sobreendeudados. En el caso de España, será todavía más doloroso porque partimos de un lugar peor. Nuestra economía está todavía un 4% por debajo del nivel anterior a la pandemia, y la inflación ha subido hasta el 6,5%, el nivel más alto en 29 años.

El Banco Central Europeo tiene dos opciones ante este escenario, y ambas son dolorosas. Si decide controlar la inflación, tal y como hizo la Reserva Federal al final de la década de los 70 para dominar la subida de los precios del petróleo, tendrá que elevar los tipos de interés y eliminar las políticas de «compra de deuda» que han supuesto que, desde 2019, toda la emitida por España, los 159.000 millones de euros de deuda emitidos, hayan sido comprados finalmente por el BCE. De cesar el apoyo, se desaceleraría la economía y varios países, España incluida, tendrían dificultades para vender su deuda en los mercados. En definitiva, entraríamos en una nueva década perdida en Europa con rescates, altas tasas de desempleo y recortes generalizados. El BCE no tiene por qué adoptar este camino.

La alternativa es que el BCE mantenga los estímulos monetarios que ahora disfrutamos. El problema es que si el BCE decide ignorar la inflación y mantener los tipos de interés bajos, los precios se pueden disparar, tal y como ocurrió durante la década de los 70. En España ya hay signos preocupantes que nos deben llamar la atención. Las políticas de los gobiernos para frenar la inflación podrían empeorar estas perspectivas. ¿Cuánto tardaría Podemos en exigir controles de precios? La receta, tan utilizada en los años 60 y 70, ha demostrado ser un error, pero los populistas insistirán en ella.

Hay una alternativa a esta actuación solitaria del BCE, que es una actuación decidida conjunta en política fiscal. Durante el Covid, puso en marcha un sistema de préstamos e inyecciones presupuestarias conjuntas, basado en bonos emitidos por la Unión Europea en los mercados (una forma, sí, de Eurobonos), los llamados «Fondos de Nueva Generación». Esta crisis es un problema europeo y la respuesta económica también debe serlo. Dados los diferentes y elevados costes en que diferentes países tendrán que incurrir como consecuencia de esta crisis, Europa puede y debe poner en marcha un sistema similar a aquel, y asegurar que ningún país tiene que acceder solo a los mercados de capital.

Las perspectivas económicas no son buenas. Sin embargo, este no es el momento de hacer cálculos de coste-beneficio a corto plazo. Europa vive sus horas más oscuras en los últimos 80 años y tenemos que estar a la altura de las circunstancias. Debemos aprender las lecciones de la última vez que un dictador europeo comenzó a anexionarse territorios para reunir a los miembros de una determinada comunidad nacional, exigió un espacio vital propio e invadió por sorpresa un Estado soberano en el centro de Europa.

La historia nos juzgará por nuestra valentía en estos momentos de oscuridad y en ella no cabe ninguna otra consideración que no sean las vidas de los ucranianos, los refugiados, la paz y la democracia. La defensa de estos principios requiere sanciones económicas contundentes contra el Gobierno de Rusia, Putin y su círculo de oligarcas, como las que los líderes europeos han comenzado a imponer este fin de semana. Debemos emprender una verdadera guerra económica con Rusia, desconectando su sistema financiero del sistema financiero internacional. No hay margen para cálculos coste-beneficio cuando se trata de salvaguardar la paz y la democracia y cuando gente inocente muere masacrada a las puertas de la Unión Europea.

Europa vive momentos de incertidumbre política y económica. Nos aguarda un futuro complejo, repleto de nuevos retos, dificultades y, probablemente, sacrificios. Pero Europa debe preservar sus valores fundacionales. La prosperidad no significa nada si no podemos garantizar a nuestros hijos que estarán a salvo de los impulsos genocidas de un dictador.

Luis Garicano, jefe de la delegación de Ciudadanos en el Parlamento europeo, es vicepresidente económico y portavoz de Renew Europe.

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