Muy bien, Sr. Rajoy, pero hay mucho más

Hay que celebrar que, por la voz del Sr. Rajoy en la Tercera de ABC del 1 de Agosto, el Partido Popular se involucre en la lucha por la reforma educativa, por la que tantísimos clamamos. Dice grandes verdades. Por ejemplo, que en España ha habido, en el último cuarto de siglo, un único modelo educativo, el del PSOE, con su LODE de 1985, su LOGSE de 1990, su LOE de 2006. Yo añadiría la Ley General de Educación de 1970, que les abrió el camino del crecimiento cuantitativo y la rebaja cualitativa. Añade Rajoy, le aplaudo, que ese modelo ha fracasado.

De acuerdo, solo critico el título: la reforma debería ser no ya para «salir de la crisis», de la crisis económica actual, sino para salir de la crisis cultural que desde hace tiempo padecemos. Cierto, celebro que dé algunas claves de sus ideas: autoridad del profesorado, cambios profundos en el Bachillerato: más duración, más exigencia, una prueba externa...

Es bueno que añada a la crítica detalles positivos, aunque en un periódico no puede pasarse de generalidades. El PP debería establecer su programa. A un intento de pacto no se puede ir sin un programa claro. Recuerdo que en el X Congreso Español de Estudios Clásicos, que yo presidía en 1999 en Alcalá y a cuya clausura asistió Rajoy, que era Ministro de Educación, hablé con él y le pedí un cambio de rumbo radical en educación. Me dijo que era necesario un consenso. Pues sí, pero antes hay que tener un programa.
Y el PP y los medios de Comunicación en general, quizá por cansancio, cada vez hablan menos de programa. Los socialistas tampoco, usan el Boletín oficial para imponer sus ideas o para tolerar el caos, delegando en las Autonomías o en mil organismos. Quizá también yo, que años y años trabajé incansablemente, junto con la Sociedad Española de Estudios Clásicos y muchos otros, para reformar la reforma, esté cansado.
Porque, aparte de circunstancias personales (ahora soy solo Presidente de Honor de la Sociedad mencionada), créanme que es para cansarse ver tanto fanatismo, esencia de las famosas reformas. ¡He luchado, al lado de tantos, contra la de Villar Pallasí en el 70, contra la iniciada por Maravall y Segovia desde el 82, contra la última! Aquí, en ABC, y en mil lugares. Lo peor es el desánimo tras infinitas gestiones, visitas, cartas, promesas. Y la sensación de que es inútil chocar con el muro de los fanáticos pedagogizantes del PSOE, y con la indecisión, a veces, del PP.
Porque he de matizar el artículo de Rajoy que, naturalmente, da su versión de esta triste historia. No es falsa, es incompleta y un tanto edulcorada. En las sucesivas reformas hay fases. También en el PP. En el gozne de los sesenta y los setenta se podía dialogar con mucha gente y lograr rectificaciones, nosotros hablábamos con Villar y Hochleitner, logramos -por vías indirectas, claro- poner al Ministerio en minoría ante las Cortes y salvar un año de Latín obligatorio, lograr luego, con ayuda del Ministro Robles Piquer, una modificación favorable del Preuniversitario.
Y en el Socialismo hubo grados. Eran implacables al comienzo Maravall y su entorno, el primero no quiso recibirnos a Antonio Tovar, Antonio Fontán, Luis Gil y a mí mismo que intentábamos, ilusos, parar aquella locura. Luego, bajo Felipe González, Solana, Rubalcaba, Marchesi eran asequibles, se lograron cosas que redujeron el desastre. Aunque la reforma no se detuvo, conducían una máquina ya en marcha. Al menos había diálogo y una relación personal cortés y humana.
Siguió lo peor. Descarto el ultimísimo momento, es pronto y el nuevo Ministro Gabilondo habla de pacto educativo. Antes, con las nuevas Ministras, había un muro ante el que todo rebotaba, uno se hastiaba. En fin: la LOGSE peor de que la ley del setenta, la LOE peor que la LOGSE.

Los socialistas, que en los años treinta eran más bien tradicionales en educación (hubo una casi continuidad, pese a todo, de los treinta a los sesenta), fueron infiltrados por el pedagogismo y el utopismo. Su máxima era: todos para dentro, unamos toda la enseñanza (y dejemos que la disgreguen ciertas Comunidades). Rebajemos exigencias y exámenes, eliminemos o hagamos opcionales las materias difíciles, llevemos a las aulas otras más a la moda, y varias de áreas tecnológicas, sociales, económicas, psicológicas. Rebajemos las Humanidades, el núcleo original de la enseñanza.

¿Y el PP? Antes del 96 me invitaban a las reuniones de un alto sanedrín en la FAES: ¡proyectábamos un Bachillerato serio, de cuatro o cinco años! En el 96 ganaron y nos las prometíamos felices. Pero cuando Esperanza Aguirre intentó hacer algo serio, y comenzó por donde los socialistas más habían pecado, por la lengua y literatura españolas (perdón, pecaron mucho más con las lenguas clásicas), ya saben lo que pasó. El PP no tenía mayoría absoluta y gobernaba con Convergencia, autora de la LOGSE con los socialistas.

Luego, en el 2000, el PP tuvo la mayoría absoluta. ABC me pidió unas palabras de saludo a Pilar del Castillo, la nueva Ministra. Yo escribí: «Coja a ese toro por los cuernos, Sra Ministra». No lo cogió. Privadamente le insistí en la necesidad de acabar con la LOGSE. Nada. Intervine también con Aznar. Nada.

Ciertamente, sacó algunos decretos encomiables y, sobre todo, redactó la Ley de Calidad, de que habla Rajoy, y que era un paso de buen sentido, aunque tímido. Los socialistas la abrogaron y pasaron a su etapa más funesta con su LOE, en la que las lenguas clásicas no son ni mencionadas, la Historia de España es «su» Historia de España. Las materias incómodas ¡a la selva oscura de las opcionales! «cuya ordenación corresponde a las administraciones educativas» (??). Total: ordeno y mando, Vds. al gueto, a la amortización de plazas, a impartir materias «afines».

Pero vuelvo a del Castillo. Había en su Ministerio personas competentes, buscaban la reforma de la reforma. Poco pudieron. Yo me pregunto: ¿por qué la Ministra esperó al cuarto año, maniatada con el truco de las negociaciones, para hacer el pequeño retoque, la Ley de Calidad, de la que ni siquiera publicó el reglamento? Gran fracaso por simple timidez.

En fin, dejo la historia. Insisto: habría que hacer un programa, estudiar propuestas para el gran pacto, si es que llega a haberlo. Pensar, por ejemplo, que la unión de Bachillerato y Enseñanza Profesional ha sido daño para todos. Que si la enseñanza obligatoria hasta los 14 años ha sido difícilmente digerida por la sociedad, obligar a seguir luego estudios a alumnos con otros intereses ha sido un daño para ellos y todos. Que rebajar los exámenes y los programas ha sido dañino. Igual, que hayan entrado montones de enseñanzas impropias del Bachillerato (o simplemente desechables). Con las Opcionales crean una jungla que atormenta a alumnos, profesores, Centros. Que un Bachillerato de dos años es una vergüenza. Que la Educación debe depender del Estado, no de las Autonomías. Que se descarte tanta reunión, tanta burocracia, tanto pedagogismo, tanto adoctrinamiento: no dejan trabajar.

Y están las Humanidades: reducidas, menospreciadas. Las desgracias culminan en las Clásicas, la gran víctima. Y son las que dan un sentido a nuestra cultura y a nuestras lenguas. ¿Y qué decir del español, lengua y literatura? Ninguna objeción a que el que quiera, estudie, además, otra lengua de España. Pero habría que tener valor, aplicar la Constitución: que fuera obligatoria, hasta en el último rincón, la enseñanza y aprendizaje de la lengua española. Sin español no hay España.

¿Y qué decir de esa Historia de España en caricatura que se ofrece? He sentido vergüenza al leer ciertos programas. Lo dije en ABC. A esa España, falsa y miserable, ni su padre la reconocería.

Entre mil cosas.

Francisco Rodríguez Adrados