Nace un Parlamento

El Parlamento Europeo solía ser un asunto tedioso, ignorado por los votantes y apenas percibido por los medios. Pero la última elección, realizada el último fin de semana de mayo, rompió el molde y captó la atención en tanto echó por tierra las expectativas.

La participación de los votantes, que había venido declinando desde la primera elección del Parlamento Europeo en 1979, aumentó marcadamente esta vez, superando el 50%. No se trata solamente de la mayor participación para una elección del Parlamento Europeo en 20 años, sino que también fue superior al típico 40-50% de una elección parlamentaria de mitad de mandato en Estados Unidos. La participación excluyendo al Reino Unido –más del 53%- fue comparable a la de la elección presidencial de Estados Unidos en 2016.

Un factor clave que impulsó el aumento de la participación probablemente fue el ascenso de los partidos populistas, pero no por la razón que uno podría imaginar. Desde hace un tiempo, las encuestas de opinión han revelado un creciente respaldo a la pertenencia a la Unión Europea, en tanto los ciudadanos reportan más confianza en las instituciones de la UE que en las instituciones nacionales. De manera que el espectro del Brexit, y el miedo de que fuerzas populistas en otros países pusieran en peligro los beneficios de la integración europea, puede haber alimentado una mayor participación. Efectivamente, las fuerzas populistas ganaron terreno, pero no tanto como algunos habían temido. Es más, ninguno de los partidos populistas importantes propuso abandonar la UE (o el euro), mientras que 16 de ellos defendían este desenlace hace apenas un año.

De todos modos, en los países existe una correlación débil entre la popularidad de la UE y la participación en las elecciones del Parlamento Europeo. En algunos países –Eslovaquia, por ejemplo-, la gente está feliz de estar en la UE, pero aun así no le ven sentido a votar por su parlamento y sólo una quinta parte de la población se presenta a las urnas.

Una segunda sorpresa –que, nuevamente, refleja un deseo generalizado de permanecer en la UE- fue que el centro pro-europeo en gran medida mantuvo su posición dominante, mientras que las pérdidas de los dos partidos más relevantes (conservadores y socialdemócratas) estuvieron compensadas por las victorias de los liberales y especialmente de los Verdes. Este nuevo centro está más fracturado, y será necesaria una coalición de por lo menos tres partidos para una mayoría. Pero esto refleja la realidad política en el terreno: en muchos estados miembro de la UE, los dos partidos más importantes no pueden contar con ganar una mayoría combinada del voto.

La reciente campaña electoral también se destacó por la manera en que se discutieron las cuestiones europeas. En línea con el viejo dicho de que “toda la política es local”, las cuestiones se enmarcaron en términos de circunstancias e intereses nacionales. Pero al invocar a Europa, hubo un sentido subyacente de solidaridad.

Esas invocaciones se centraron principalmente en la seguridad, en especial en la inmigración, que según indican las encuestas de opinión sigue siendo el desafío para Europa que más le preocupa a la gente. Muchas campañas exhibieron una retórica sobre “recuperar el control”. Pero, a diferencia del Reino Unido, donde la frase significa controlar la frontera nacional, en el continente europeo, por lo general siempre se refirió a fortalecer la frontera externa de la UE.

Un cambio similar se puede ver en otras cuestiones, especialmente el comercio. Los defensores del Brexit han sostenido en repetidas ocasiones que el Reino Unido necesita recuperar el control sobre su propia política comercial. Pero, en vista de las medidas erráticas del presidente norteamericano, Donald Trump, los demás estados miembro de la UE han llegado a la conclusión contraria: en un mundo más incierto, sólo una Europa fuerte puede impedirles estar a merced de Estados Unidos y China.

El resultado de la elección conlleva implicancias importantes no sólo para el futuro de la UE, sino también –y más inmediatamente- para el propio Parlamento Europeo. El hecho de que la legislatura de la UE no exprese el principio “una persona, un voto” le ha impedido, durante mucho tiempo, convertirse en un verdadero parlamento. Por el contrario, las bancas se asignan a los estados miembro según el principio de la llamada proporcionalidad degresiva: la cantidad de votantes por MPE se achica en los estados miembro más pequeños y crece en los más grandes.

Un estado miembro grande como Alemania, Italia o Francia tiene un MPE por cada 800.000 ciudadanos aproximadamente. Entre los estados miembro más pequeños, el ratio es más cercano a 1:100.000. En otras palabras, un voto único en un país pequeño de la UE puede “valer” casi ocho veces más que un voto en un país grande.

La Corte Constitucional alemana ha citado proporcionalidad degresiva al decir que el Parlamento Europeo no puede considerarse plenamente democrático. Pero este argumento no tiene en cuenta los cimientos duales de la UE, que es una unión tanto de estados miembro como de su pueblo.

En un sentido, el Parlamento Europeo tiene mucho en común con el sistema de Estados Unidos. Por un lado, el organismo puede ser visto como una combinación de las dos cámaras del Congreso de Estados Unidos: el Senado (que tiene dos representantes por estado, no importa el tamaño) y la Cámara de Representantes (donde los miembros representan distritos de casi igual tamaño).

Por otro lado, la estructura del Parlamento Europeo se asemeja a la creada por el Colegio Electoral de Estados Unidos, que da mayor peso en las elecciones presidenciales a los votantes de estados menos poblados. En Estados Unidos, estas diferencias pueden ser decisivas: en tres de las últimas siete elecciones presidenciales, el ganador no obtuvo una mayoría del voto popular (Bill Clinton en 1992) o, en realidad, ganó menos votos que el perdedor (George W. Bush en 2000 y Donald Trump en 2016).

Afortunadamente para Europa, la excesiva representación de MPEs de estados miembro más pequeños no se ha convertido en un problema relevante. Esto quizá refleje el hecho de que no ha habido ningún cisma claro y permanente entre este y oeste, norte y sur o pequeño y grande. En Estados Unidos, en cambio, existe una división de larga data y significativa en las actitudes políticas entre los estados costeros más poblados y los estados interiores con menor densidad de población.

En general, el Parlamento Europeo parece haber dado un paso pequeño pero importante para convertirse en una verdadera expresión de la voluntad popular de los europeos. Muchas cuestiones todavía son decididas por líderes nacionales en el Consejo Europeo, que obtiene su legitimidad de elecciones a nivel nacional. Pero el equilibrio de autoridad entre los líderes europeos y los nacionales hoy parece ser menos asimétrico.

Daniel Gros is Director of the Centre for European Policy Studies.

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