Nación política, una idea originalmente de izquierdas

Es sabido que la distinción izquierda/derecha con significado político aparece, por primera vez, en el contexto contemporáneo, revolucionario, de la formación de la nación cuando esta es identificada con el poder soberano (frente al absolutismo real y la sociedad estamental del Antiguo Régimen). En concreto, la distinción aparece, por mera disposición topográfica, durante las jornadas en las que tuvieron lugar las reuniones de la Asamblea Nacional francesa, presidida por Mounier, para determinar los límites del poder real.

A la derecha del presidente se sentaban los partidarios de que el rey conservase el derecho a veto sobre las decisiones salidas de la Asamblea; a la izquierda los que defendían que el rey no tuviera tal derecho. A partir de aquí esta distinción ha recorrido la historia contemporánea con un sentido político muy definido, y que podríamos fijar cronológicamente entre 1789 y 1989, siendo así que quizás en la actualidad del 2019, a treinta años de la caída del muro de Berlín, cupiera hablar de la extinción de ese sentido político, aún cuando conservase alguno sociológico o antropológico.

Sea como fuere, la distinción política izquierda/derecha acompaña a este proceso contemporáneo de identificación de la nación como sujeto soberano, y lo acompaña como una función suya que permite clasificar en dos grandes géneros -izquierda/derecha- a las distintas ideologías políticas de las distintas facciones (los llamados partidos) que pugnan por hacerse con el control del poder soberano. Es verdad que es una distinción que, sobre todo, resulta fértil para organizar el material ideológico político en el área de difusión católica (Francia, Italia, España), desdibujándose en otros contextos tanto de corte protestante (sobre todo en los países anglosajones, Gran Bretaña, EEUU), como ortodoxos (Rusia).

En España en concreto, y dicho con Gustavo Bueno, es la Constitución de Cádiz “el punto oficial de ruptura de España con el Antiguo Régimen y, por consiguiente, el momento de referencia, según nuestras premisas, para poder hablar sin anacronismo (aunque sea ético) de izquierdas o de derechas españolas” (Bueno, La ética desde la Izquierda, El Basilisco, nº 17, 1994).

Así, la izquierda como género que agrupa, necesariamente, a distintas especies (jacobinismo, liberalismo, anarquismo, socialdemocracia, comunismo, etc.), representativas de distintas facciones, ha actuado en el cuerpo político nacional disolviendo privilegios y exenciones, destruyendo, vía racionalista, cualquier fundamento metapolítico (metafísico) que los legitimase o justificase, tratando de generalizar la igualdad de derechos (universalidad isonómica) en el ámbito del cuerpo político nacional. Ello no quiere decir que esa destrucción del antiguo orden no se llevase a cabo comprometiéndose con ideas tan metafísicas (voluntad general, pueblo soberano, representación, etc.) como las que justificaban el Antiguo Régimen (los reyes herederos de Adán, propietario de la Tierra, según Filmer).

De este modo, los individuos en tanto que partes del todo social (ciudadanos) participan directamente, no a través del estamento, de la soberanía nacional, al margen de su condición social (cultural, racial, religiosa, de renta, etc), en la que se encuentren. Así, dirá Robespierre, desde su facción jacobina, “la Constitución establece que la soberanía reside en el pueblo, en todos los individuos del pueblo. Cada individuo tiene, pues, el derecho de contribuir a la ley por la cual él está obligado, y a la administración de la cosa pública, que es suya. Si no, no es verdad que los hombres son iguales en derechos, que todo hombre es ciudadano” (Maximilian Robespierre, Discurso del 22 de octubre de 1789 en la Asamblea Constituyente en Discursos por la felicidad y por la libertad, ed El Viejo topo, p.25).

Incluso diríamos que la izquierda, el género de la izquierda, es la que, en efecto, define a la nación como nueva forma política de organización social, en cuanto que es el sujeto revolucionario de transformación del Antiguo Régimen, siendo la derecha, en principio, una reacción a la misma que trataría de restaurarlo. Nación se opone así a privilegio, porque Nación significa esa igualdad isonómica ante la ley, frente a las leyes privativas (privi-legio) de una parte (la que fuere).

Sieyés, desde esta concepción revolucionaria de la nación, verá como necesaria la supresión de todo privilegio, incompatible con la isonomía nacional: “Entiendo por privilegiado a toda persona que se sale del derecho común, sea porque pretende no hallarse sometido en todo a la ley común, sea porque pretende derechos exclusivos. Hemos probado suficientemente en otro lugar que todo privilegio resulta injusto por naturaleza, odioso y contrario al pacto social. En suma, una clase privilegiada es a la nación lo que las ventajas particulares son con respecto al ciudadano y, del mismo modo que éstas, no resulta en modo alguno. Nunca se recalcará esto suficientemente: una clase privilegiada es con respecto a la nación, lo que las ventajas particulares perjudiciales son con respecto al ciudadano, por lo que el deber del legislador será suprimirlas” (Emmanuel J. Sieyés, El tercer estado y otros escritos de 1789, ed. Espasa Calpe, Austral, p.245)

La derecha, por su parte, precisamente, busca la conservación o restauración de estos privilegios (particulares, privativos de una parte), legitimados a través de cierto orden metafísico originario (ontoteológico, diríamos, en el caso de las monarquías absolutas europeas), que justificaría, a su vez, determinada estabulación social (estamentos o estados). De algún modo la derecha, para justificar la disposición de determinado orden social acude a razones (tampoco es un irracionalismo absoluto, sino más bien otro tipo de racionalidad) que desbordan las categorías políticas (Dios, Naturaleza, Tierra, Raza, etc.), hablando de los derechos ancestrales (propiedad originaria) de una parte social sobre otra, y cuya fuente mana de condiciones o disposiciones metapolíticas que, por las razones que fuera, no se dejaría someter a la lógica del racionalismo nacional isonómico. La quiebra o transformación de este orden, se entiende desde la derecha, conduce, inevitablemente, a la anarquía y al desgobierno.

Así, mientras que en la izquierda existen distintas generaciones, atendiendo a los distintos mecanismos de racionalización que cada una contempla, sin una raíz común de procedencia (no habiendo por tanto unidad entre ellas -es la mítica unidad de la izquierda-), en la derecha se dan distintas modulaciones relativas a un mismo tronco común de referencia que no es otro que el Antiguo Régimen.

No vamos a entrar a considerar aquí cómo se desarrolla la idea de Nación en cada una de estas corrientes, tanto de derecha como de izquierda, tan solo indicar que la Nación, como soberana, podríamos decir es un hallazgo de la izquierda (y nunca de la derecha), aunque después la posición de las izquierdas, de las distintas generaciones de izquierda (jacobina, liberal, anarquista, socialdemócrata, comunista...), sean muy diferentes ante ella. Por ejemplo, el comunismo y la socialdemocracia mantendrán ciertas suspicacias ante la Nación, al tratarse de un producto típicamente burgués -producto de la Revolución francesa-, y por tanto será una cuestión dentro del marxismo si la nación, considerada como instrumento de clase, se conserva o no tras el proceso revolucionario (es la cuestión nacional). El anarquismo entenderá, por su parte, a la Nación como una sociedad natural que debe de ser liberada de las garras del Estado, siempre opresor (disociando totalmente Estado y Nación que va en paralelo a la disociación agustiniana, en La Ciudad de Dios, entre sociedad política y sociedad civil).

Igualmente las distintas modulaciones de la derecha mantendrán distintas posturas ante la Nación, en sentido político, pasando de una posición primaria de oposición ante lo que tal concepto representa políticamente, como sujeto de soberanía (entendiendo desde la derecha que la autoridad de los reyes y los gobiernos, en general, no puede proceder de ahí), hasta ser asumida por la derecha en sus modulaciones posteriores con pretensiones, incluso, de monopolizarla (sobreentendiendo que la derecha siempre es leal a la Nación, mientras que la izquierda es, por definición, anti-nacional, cosa totalmente falsa con solo constatar la existencia del PNV en España).

En definitiva, la soberanía nacional, como núcleo del poder político (esto es, del Estado), es un hallazgo de las izquierdas.

Pedro Insua es profesor de Filosofía y autor de los libros ‘Hermes Católico’ y ‘Guerra y Paz en el Quijote’ y de '1492, España contra sus fantasmas' (Ariel, 2018).

1 comentario


  1. Seguramente la idea de Patria en pueblos como Corea del Norte no se aleje mucho de la que tenía Stalin, Churchil, Degaule o el propio Hitler. Es mas, ETA, la CUP, o la Liga Norte, muestran un amor desmedido por lo que consideran Su Patria, desde puntos opuesto del espectro político.

    Conozco quien opina que la virtud que define a la izquierda es el deseo de igualdad, mientras que la envidia es su vicio.

    La virtud de la derecha sería el ansia de libertad, mientras que su vicio sería el egoísmo.

    Ambas son necesarias alternativamente, pues mientras que la derecha sabe crear riqueza, la izquierda sabe repartirla. ¿De qué sirve crear riqueza si no llega al pueblo? ¿Que clase de bienestar se puede ofrecer al pueblo, si no se es capaz de crearlo?

    Ejemplos como el de Chavez en Venezuela lo muestran: Tuvo la ilusión de que el bienestar no se quedara en las capas altas de la sociedad, sino que llegara al pueblo. Para ello repartió todo lo que el país tenía y, al no poder crear riqueza, llevó al país a la bancarrota.

    Un saludo

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