Nacionalismo de bolsillo

Alguien que, sin ser catalán, vive no lejos de Barcelona ya me lo había comentado hace tiempo: el argumento del déficit fiscal que sufre Catalunya está haciendo mella incluso en personas que no son nada nacionalistas. Y el enfoque de la política nacionalista de los últimos tiempos está confirmando ese argumento: la mejor forma de convertir a los ciudadanos catalanes que no son nacionalistas, ni están por la labor, es el argumento del bolsillo.

He escrito alguna vez en estas mismas páginas que estoy convencido de que existe un problema de financiación de Catalunya y que conviene discutirlo. También estoy convencido de que la financiación autonómica en su conjunto es algo que se ha ido construyendo a trancas y barrancas -si algún déficit tiene la Constitución es el de no decir nada al respecto-, más como resultado de negociaciones bilaterales que con visión sistemática del conjunto y en base a criterios racionales.

Pero si comprensible es que Catalunya reclame una mejor financiación, la revisión incluso del conjunto del sistema autonómico, lo que no parece tan comprensible es la forma de plantearlo. Un sistema no se mejora con planteamientos que apuntan a su quiebra. Y plantear un pacto fiscal similar al concierto vasco

-y navarro- es apostar, tal y como se ha permitido que se desarrolle en la práctica el concierto vasco por medio del cupo, por la quiebra del sistema. Aunque quizá sea eso lo que se persigue.

Incluso la reclamación de una agencia tributaria propia sería asumible por el sistema, pues hay países federales en los que la recaudación de los impuestos regulados en la Constitución, los más importantes, es cuestión de los estados, de los länder o de las autonomías. Sabemos que en España si este planteamiento implica problemas no es por una cuestión de lógica del sistema, sino por la desconfianza mutua que existe entre el Gobierno central y las autonomías, o al menos algunas de ellas, las que puedan estar gobernadas por nacionalistas que quieren que se confíe en ellos pero que afirman que no quieren estar en España, desconfianza cuya responsabilidad es, al menos, compartida.

Pero los últimos movimientos del nacionalismo catalán, la aprobación de la ley de consultas no vinculantes, abriendo así la puerta al nacionalismo de bolsillo, a confiar en que la ciudadanía vote a favor de que se llene su bolsillo, no solo buscan solucionar un problema que requiere un arreglo con urgencia, sino que pretenden saltar sobre la realidad plural de la sociedad catalana apostando por la homogeneidad que puede producir coger a los ciudadanos por donde más duele, en especial en época de crisis: por el bolsillo.

Algunos sociólogos afirman que lo que caracteriza el momento presente es la acumulación de efectos no deseados de lo que la cultura moderna, en todas sus dimensiones, ha pretendido. Muchos políticos, sin embargo, siguen instalados en la causalidad lineal de la mecánica clásica: si se hace un esfuerzo de una cantidad determinada, el movimiento provocado es exactamente proporcional, calculada la resistencia, al esfuerzo inicial. Si consigo que los ciudadanos catalanes se conviertan en nacionalistas de bolsillo, al final terminarán siendo nacionalistas de corazón.

¿Y si las cosas no funcionan así? ¿Y si al final aparecen efectos no deseados por el nacionalismo catalán? Si algo caracteriza, además de lo dicho, a las sociedades actuales es que se han convertido en sociedades cada vez más imprevisibles, menos atadas a la tradición, más variables, menos fiables en sus comportamientos, lo que desespera a los políticos que tienen que desayunar todos los días las correspondientes encuestas para saber por dónde se les pueden escapar los votantes.

Lo que es terrible es que cada vez se tiene más la impresión de que a los responsables políticos lo que menos les importa es la libertad de los ciudadanos, que lo que menos les importa es garantizar los derechos fundamentales de los ciudadanos, la libertad de conciencia, la libertad de identidad, la libertad de lengua, la libertad de sentimiento de pertenencia como aplicaciones actuales de la aconfesionalidad del Estado.

Pudiera ser que el nacionalismo de bolsillo le funcionara al nacionalismo catalán, y que dentro de poco tiempo hubiera una mayoría clara y suficiente para declarar la independencia de Catalunya. Pero entonces, como ya he escrito en estas páginas alguna vez, igual se le plantea a Catalunya el problema que desde el nacionalismo catalán se afirma que España no ha sabido gestionar: el plurinacionalismo de los catalanes, el hecho de que muchos ciudadanos catalanes, sin renunciar a sentirse catalanes, tampoco renuncian a sentirse españoles, plurales en su propia identidad, lejos del monismo y del reduccionismo identitario, y ello como garantía de su libertad de conciencia.

El nacionalismo de bolsillo, además, se puede encontrar con un problema añadido: ese bolsillo es insaciable, crece a medida que se va llenando, y el gobierno que lo promueve es, desde el principio, prisionero de lo que ha puesto en marcha.

Por Joseba Arregi, presidente de Aldaketa.

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