Nacionalismo y mimetismo social

He vivido en la provincia de Bizkaia (grafía oficial) durante veinticinco años de mi vida, he conocido allí el tardofranquismo, y las grandes transformaciones sociales que afectaron a nuestro país entre 1975 y 1990. Y que, en el País Vasco, tuvieron tipología de drama especial. Por el azote asesino de la banda terrorista ETA, por las profundas convulsiones societarias vinculadas a la desaparición absoluta de los elementos del Estado y su sustitución por la nueva ortodoxia nacionalista desde el primer gobierno autónomo en 1980, tras la recuperación democrática. Sin dejarme en el olvido fenómenos trágicos como la proliferación del consumo de drogas, especialmente la heroína, que aparejó miles de muertes en España y que en el País Vasco tuvo incidencia sobrecogedora.

Nacionalismo y mimetismo socialTodavía no se ha estudiado con la suficiente seriedad académica el progresivo y rápido desmonte de los elementos identitarios del Estado español en tierra vasca, y aún no se ha insistido lo suficiente en la dejación institucional que hicieron los Ejecutivos de UCD y del PSOE de la época. La banda terrorista, en verdad, no paraba de asesinar de la forma más vil, precisamente a representantes de ese Estado español: militares, policías nacionales, políticos o intelectuales. Y desde Madrid se entregaban continuas competencias estatales a los gobiernos del PNV. Estos asesinos tenían un importante apoyo social que llegó al 30 por ciento del total de quienes allí habitaban, y estos terroristas habían ganado el relato popular. Pues cuando se asesinaba a alguien no era raro encontrar a muchas personas que decían «algo habrá hecho», y si había heridos en el hospital se deseaba su muerte, por «enemigos de Euskadi» y otras barbaridades que no reproduzco aquí. Lo que me llevó a pensar que estaba viviendo en una sociedad enferma. Este fue el triunfo más importante del nacionalismo vasco en su versión supuestamente democristiana del PNV o marxista-leninista de Herri Batasuna y todas sus derivadas: la falsificación de la historia vasca (país independiente) y el odio a España, nación causante de todos los males imaginables.

Después transformaron la administración en tiempo bien corto, copiando, eso sí, el modelo nacional centralizado. A continuación comulgaron todos los nacionalistas con la idea de que el idioma propio, el euskera, es el mayor símbolo de la identidad de un pueblo. Muchos de ellos no lo hablaban ni lo hablan hoy, pero no importó. Se gastaron y gastan lo que no está escrito para su fomento con resultados patéticos. Y cierran la administración a quienes no superan el examen de la lengua. Pero el uso del euskera en las zonas rurales, donde antes era mayoritaria su transmisión, está descendiendo, y es cierto que el número de los que lo han aprendido ha aumentado (certificado incluido). Pero el uso del euskera es más simbólico que real y se usa el español para cualquier cuestión que requiere precisión conceptual. En 2021, solo uno de los 6.417 candidatos al examen de acceso a la abogacía en toda España solicitó su realización en euskera. Por ello, el Gobierno vasco utiliza el idioma para envolver de forma identitaria la estructura de su gobernación pero también el cemento ideológico que cohesiona la sociedad, haciendo de todo lo vasco algo único, sublime, supremo. Pero como la mayoría no lo habla, todo el mudo se conforma con decir 'hola' (kaixo), 'gracias' (eskerrikasko) o 'adiós' (agur) para cumplir la cuota de vasquismo. Y que los nacionalistas sustentan, también en la grandeza de ser vasco, como si ello se tratara de una categoría especial o superior, avalada desde la prehistoria.

Algunos, sin despeinarse, entran en senderos supremacistas incomprensibles. Y eso que, como yo compruebo cada día desde Madrid y otros puntos del planeta, que la vida de los vascos, su historia o sus circunstancias no interesan demasiado, más allá del ámbito de los estudios académicos. Se habla siempre de la excelente comida que se degusta en el País Vasco y de la belleza del paisaje local, poco más. Son bien conocidos los asombrosos comentarios que hizo el presidente norteamericano Truman ante las cartas que recibía del lehendakari Aguirre donde le decía que era el presidente de un país llamado Euzkadi, y que buscaba su apoyo contra Franco para su independencia. Previamente, el PNV había negociado con el nazismo para configurar un país independiente o adscrito a la Alemania de Adolfo Hitler. El nacionalismo vasco, en sus dos vertientes, ha falsificado el pasado de su tierra vasca ensalzando de forma sectaria sus glorias patrias y las americanas fuera del cómputo de la historia española y el mensaje ha calado hondo. Desde el inicio del régimen nacionalista, en 1980, se han sustituido todos los nombres geográficos, administrativos y políticos por sus correlativos en idioma vasco y se ha elaborado un 'nomenclátor' para poner los apellidos en forma 'euskérica'. Porque ya en 1988, José Aranda Aznar en su trabajo 'La mezcla del pueblo vasco' da la proporción de 50 por ciento de los vascos con los dos primeros apellidos no vascos, 30 por ciento con uno no vasco y otro vasco y solo el 20 por ciento portan los dos apellidos vascos. Y esta situación aún ha cambiado más hoy por la llegada de miles de inmigrantes de todas las partes del planeta.

Sin embargo el nacionalismo vasco, y también el catalán, han sido artífices en la llamada Teoría del Gran Reemplazo y han introducido en su entramado a estos foráneos y a los descendientes de los emigrantes de los 60 y 70 del siglo XX, a los que se llamaba despectivamente 'maketos'. En torno al 70 por ciento de los partidarios de la independencia en Cataluña son inmigrantes o hijos de padre o madre inmigrante. En el País Vasco la pasión por la independencia esta en el 25 por ciento y al menos la mitad de los que la desean son foráneos a la tierra vasca. Aquí se piensa que sin Cataluña y Euskadi los españoles se morirían de hambre (sic), y el PNV gana elección tras elección por el elevado nivel de vida de aquella sociedad controlada en su entramado económico y político-institucional, en sus tres cuartas partes, por el nacionalismo local. Ya se sabe que los pueblos se acomodan a sus gobiernos. Y gracias al concierto económico se consigue, en parte, este bienestar, situación de privilegio fiscal que solo se da en el País Vasco y Navarra. Lo extraño sería que no tuviesen tal desarrollo. Por ello, la continuidad del nacionalismo social cristiano (de nombre, pues el PNV ha adoptado toda la modernidad socialdemócrata) en el poder va a continuar. Máxime cuando ya no está ETA, aunque su ideario pulula en una buena parte del tejido social, mientras el constitucionalismo político traducido en votos está en los peores momentos. Asistimos al triunfo metafísico del ideario nacionalista sin parangón, al que votan miles de ciudadanos no nacionalistas, para vivir en esa burbuja de tranquilo orden social y la alta calidad de vida cotidiana, que es lo único que empieza a ser importante en la sociedad del hedonismo y la posmodernidad que nos toca vivir. Aunque en el fondo, estos líderes nacionalistas, no desean hacer referéndum de independencia, pese a lo que dicen, pues en el más que dudoso caso de ganarlo perderían su mercado máximo que es España y la pertenencia a la UE. Y porque cada vez son más los ciudadanos españoles que desean su alejamiento de la gran nación que es España.

Lo peor de todo es aguantar, cada día de nuestras vidas, la falsaria matraca diferencial de nacionalistas vascos y... también catalanes.

José Manuel Azcona es catedrático de Historia Contemporánea de URJC.

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