Nacionalismos excluyentes

Por Juan Carlos Rodríguez Ibarra, presidente de la Junta de Extremadura (ABC, 01/03/03):

«La violencia con que usted reacciona ante una información es inversamente proporcional a la exactitud de la misma». Este es el postulado de Weathermax y la sensación que tengo, después de las declaraciones que hice, días pasados, sobre la presencia de los partidos nacionalistas en el Congreso de los Diputados y las reacciones producidas, es que el postulado es cierto. Ha bastado que diera mi opinión sobre el nivel de representación parlamentaria de algunos partidos para que las reacciones hayan sido virulentas e insultantes. La que más gracia me ha hecho ha sido aquella que pronunciada por dirigentes nacionalistas me han acusado de nacionalista español. Yo no me declaro como tal y tampoco me tengo por nacionalista, pero supongamos que fuera cierto que soy un nacionalista español. En ese caso la discrepancia la esperaría de quien no se tiene por nacionalista pero no de quien hace gala de esa doctrina ideológica ya que estaríamos ante dos primos hermanos que profesan la misma ideología. En ese caso los nacionalistas deberían aplaudirme y criticarme los no nacionalistas.

En cualquier caso, lo que se deduce de los comentarios habidos es: 1) un nacionalista regional es enemigo declarado de un nacionalista español. 2) un nacionalista regional puede insultar y descalificar a un nacionalista español pero no al contrario. 3) un nacionalista regional cree que su ideología es moral y éticamente superior a la ideología de los demás, hasta el punto que cuando llega al misticismo nacionalista, no tiene ningún inconveniente en matar a los que no piensan de la misma manera que él. Por el contrario, y es mi caso, yo no estoy en contra de la existencia de nacionalistas ni soy enemigo de ellos. Mi ideología de izquierdas me sitúa más en una tradición descentralizadora e internacional que en una tradición nacionalista. Pero no ser enemigos no significa renunciar a mi derecho a combatir políticamente aquellas ideologías que considero retardatarias para el proyecto político que defiendo. Y aunque los nacionalistas no lo entiendan, el nacionalismo es una apuesta política -y bastante reciente por cierto- y no un resultado fatal de la diversidad cultural española. Como es sabido, los nacionalismos que hoy conocemos en España son, al menos en parte, el resultado de la transformación, o si queremos ser más precisos, de la secularización y modernización del foralismo o fuerismo que caracterizó al tradicionalismo español en el siglo XIX. Este, a su vez, era la expresión de la resistencia que se opone, desde distintas zonas de España a los sucesivos intentos de centralización política y al proceso de laicización de la vida política que se produce en España en ese siglo. Al asumir el nacionalismo como la ideología con que englobar sus demandas, se estaba dando entrada a lo que , desde la Revolución Francesa, es el rasgo distintivo de todo nacionalismo: la transformación de la nación en Estado, con todos los atributos de éste.

Pues bien, con la transformación del regionalismo y foralismo en nacionalismo, la adquisición de la condición estatal se convirtió en el horizonte último de estos partidos nacionalistas. El gobierno vasco ha convertido el programa máximo de su partido, el PNV, en programa de gobierno y, ya sin tapujos, ha proclamado su deseo de que el País Vasco se convierta en un Estado Libre Asociado. Cuando otros partidos nacionalistas insisten en definir a su territorio como nación, no será sólo por una cuestión semántica, sino como la necesidad de dar el paso previo para transitar después al Estado.

Para un nacionalista español, ese planteamiento es inasumible por razones históricas o sentimentales. Para un socialista ese planteamiento debe ser combatido por razones de eficacia, porque la España actual, no el Estado español en abstracto, sino la España de ahora, democrática casi por primera vez en nuestra historia y fruto de tantos esfuerzos, es el instrumento territorial para plasmar su proyecto de transformación política. Para marcar una importante diferencia de sensibilidades en este punto, diré que para un nacionalista la historia relevante es la de los conflictos centro-periferia que han tenido como escenario el suelo peninsular. Mientras que para un socialista español, lo importante son las luchas que han permitido la emancipación del pueblo español en su historia reciente. En los planteamientos reformistas de que el PSOE es el heredero entre nosotros, ese Estado (España) era la clave de la transformación. Por eso, muchos en la izquierda española tenemos dificultades en comprender cualquier deslegitimación, no de España en abstracto, sino de esta España de ahora, democrática, plural, diversa y descentralizada, donde por primera vez un socialista puede plantear y llevar a cabo un proyecto político de igualdad, libertad y solidaridad para todos y entre todos. En ese proyecto caben todos, se llamen como se llamen, hayan nacido donde hayan nacido, se sientan o no españoles. La condición es que respeten a los que se llamen de una forma distinta, piensen distinto o se sientan distintos, y estén dispuestos a colaborar en un proyecto de solidaridad para todos.

Por eso, mientras haya partidos que su objetivo no sea ése, tengo el legítimo derecho a proponer fórmulas que den asiento en el Congreso de los Diputados a los partidos que representan al conjunto de la ciudadanía, si bien desde perspectivas ideológicas diferentes, reservando los Parlamentos autonómicos y el Senado reformado para los partidos que sólo aspiran a representar a una parte del territorio, porque o bien su aspiración explícita o tácita es conseguir hacer de sus territorios un Estado o bien porque, como se ha demostrado hasta ahora, su interés no radica en ayudar a la gobernación de España sino a obtener beneficios para sus territorios, sin importarles el destino del resto de los españoles.

Invito desde estas líneas a quienes han tenido la oportunidad de negociar con nacionalistas la estabilidad de legislaturas sin mayorías absolutas a que me desmientan la última aseveración. ¡Que hablen Suárez, Felipe González, Calvo Sotelo o Aznar!

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