EL Estado de derecho ha perdido una importante batalla y está por ver si reconstituirá sus fuerzas para librar con éxito otra y otra, hasta la derrota final de ETA. Porque el Estado de derecho se halla al borde del colapso.
El juego de ETA en esta batalla estaba cantado pues ha obrado según su manual de treguas a fin de cobrarse un respiro, rearmarse y volver donde solía. Lo decisivo y realmente innovador en esta batalla de tres años es el papel del Gobierno y del conjunto del partido socialista. El socialismo ha querido jugar solo para ganar solo. Para ello ha inventado toda clase de armamento político y todo tipo de nuevos artefactos morales y jurídicos. Porque su táctica era matar al compañero de trinchera y excluirlo mientras establecía con el enemigo un negociado secreto de concesiones por armisticio.
La táctica socialista exigía la ruptura de los pactos de Estado con el compañero de trinchera y también una alianza con aquellos sectores políticos que, aunque casi irrelevantes demográficamente, jamás apoyaron las medidas frontales de la lucha contra ETA (Ley de Partidos, Pacto por las Libertades, cambio del Código penal, medidas jurídicas contra el enaltecimiento del terrorismo y la kale borroka, medidas administrativas carcelarias, etc.). Si el compañero de trinchera quedaba enterrado en ella, mejor que mejor, se trataba precisamente de hacerlo aparecer ante la sociedad como un numantino inservible en esas nuevas campas de la gestión de la paz. Y se transformó radicalmente la terminología que antes llamaba a las cosas del terrorismo por su nombre, implantándose el discurso tácticamente correcto de las nuevas exigencias.
Esta táctica socialista ha escindido a la sociedad democrática en dos, y este es el mayor éxito de ETA, más allá incluso que el de su recomposición de fuerzas. Y ha partido en dos a los colectivos de la sociedad civil que venían movilizándose merced al viento a favor del consenso pactado entre los dos grandes partidos democráticos. Y la táctica socialista hubiese acabado con la movilización social a menos que las propias víctimas no hubiesen tomado las cosas por su mano. Y ésta es precisamente la única victoria democrática, una especie de escaramuza nada más dentro de la gran batalla perdida, pero que ha posibilitado sacar al hundido en la trinchera y reponer su política en la liza como única política justa. Junto a la implacable artillería del Gobierno por impedir las manifestaciones de las víctimas y detener a los manifestantes, y a las maniobras de Peces-Barba por descuartizar el frente de las víctimas en la calle, no olvidaremos que un importante luchador de las plataformas cívicas trató a las víctimas de la resistencia en la calle como gente que estaba a medio camino entre el cobrador del frac y la monja de las llagas. No olvidamos tampoco que esas plataformas cívicas que jugaban el juego de Zapatero desecharon denunciar que éste había roto el Pacto por las libertades mientras a las posiciones del PP las tachaba de numantinas. Está muy bien que hoy no concedan crédito a Zapatero pero no vemos que carguen con ninguna responsabilidad en este desaguisado. De todas formas doy fe pública que los ciudadanos que antes de la tregua se partieron la cara en la calle movilizándose no volverán a reincidir tan fácilmente al llamado de esas plataformas y, por tanto, apelar a constituirse en un partido político nuevo deja las cosas de la división de los constitucionalistas donde estaban.
Esas cosas se refieren en última instancia a la caracterización del socialismo. ¿Qué significa ser de izquierdas cuando se ha caminado hacia la unión con los asesinos porque son de la izquierda abertzale? ¿Qué otra cosa es ya el PSOE sino un partido político para la táctica y las maniobras de la toma del poder, y no ya un partido para la defensa del Estado de derecho y la libertad? ¿Qué es un partido que ha afirmado (y pronto veremos que también ha firmado) «la naturaleza política del conflicto» que tienen planteado con España ETA y los demás nacionalistas? ¿Adónde puede llevarnos un partido que no discrimina entre ETA y PP y antepone en sus pactos aquélla a éste? ¿Qué se puede esperar de un partido que ha apoyado, prietas las filas, al Zapatero de la legalización de Batasuna (mediante gentecilla de ANV interpuesta que desconoce hasta la propia historia del partido del que dicen ser), de la sovietización del aparato judicial, del guiñol humanitarista con De Juana Chaos, de las palmaditas al hombre de paz Otegui, del cordón sanitario alrededor del PP, un partido que ve bien la terapia-Zapatero de que el futuro de los vascos depende de sí mismos? ¿No ha intercambiado con ETA, como lord Chamberlain con Hitler, tiempo (de paz) por espacio (político)? O en el socialismo español se da una crítica de fondo sobre estos tres años (y también los previos) de negociación con ETA, una crítica que toque los fundamentos ideológicos de esa negociación (cosa casi impensable ahora mismo) o el socialismo habrá diluido las características de un partido democrático. Las alianzas con él serán precarias, inconsistentes, sujetas a engaño y, sobre todo, peligrosas, tan oscuras como aliarse con nacionalistas, comunistas, verdes u otros partidos antisistema. Y, ojo, que a cualquier otro partido democrático le acecha siempre la misma tragedia que al PSOE.
Éramos, pues, crispadores y de la derecha extrema cuantos asegurábamos que ETA no llevaba el camino de Damasco. Dijeron de nosotros que preferíamos que ETA continuase asesinando a que se reconvirtiese democráticamente. ¿Qué inventarán ahora, que preferimos morir a vivir, tal vez?
«Mikel, ve tranquilo a casa, ETA se va a entregar, tiene una voluntad clara de integrarse al juego democrático», me asegura el Delegado del gobierno en el País Vasco unos meses antes de la tregua. Le objeto al Delegado desde mi conocimiento de ETA y desde las inequívocas señales que está ofreciendo de no reconocer la maldad del asesinato ni el error político de los fundamentos terroristas. El Delegado me asegura que tiene información fidedigna acerca de la inequívoca voluntad de ETA de entregarse. Bien, iré a mi casa, le respondo, dejaré mi destierro pero no me lo creo; ETA-Batasuna haría cosas que no hace y diría otras diferentes de las que dice, si es verdad lo que aseguras. Pero ojalá me equivoque yo y tengas tú razón, Paulino. Y me despido. Y vengo a mi casa de la que había salido seis años antes. Supongo que, hoy, mi Delegado se habrá dado cuenta de que ha estado engañándose y que pedirá la dimisión de su fuente de información, si él no dimite antes, claro.
Pero ¿y conmigo?, ¿qué hará conmigo y con cientos de ciudadanos que antes de la tregua y durante ella no hemos parado de exigir la justicia debida a las víctimas y de advertir que ETA es una organización de asesinos para aterrorizar a la ciudadanía hasta que entregue la ciudad política? ¿Nos dirá el delegado de Zapatero que nuestro futuro como vascos depende de nosotros mismos?
Mikel Azurmendi, profesor y escritor.