Nadal y la Ley Celaá

Nuestro mundo actual tan cambiante y, a veces, incontrolable, produce angustia, incertidumbre y miedo. Pero si a esto añadimos, en nuestro país, el poder de un presidente del Gobierno que se mueve más por reacciones irracionales y, además, encomendándose solo a sí mismo, ese miedo e incertidumbre crecen. Incluso la incertidumbre sobre nuestro futuro y el de nuestros jóvenes es peor que el propio miedo. Edmund Burke, aquel pensador que calificó al periodismo como «el cuarto poder», escribió que cuando no sabemos qué podría ocurrirnos tememos lo peor que pueda pasarnos. A poco más de año y pico de las próximas elecciones municipales y generales (tras las muy significativas de Andalucía), solo podemos intuir tres alternativas posibles. La primera, que el presidente vuelva a presentarse como candidato con este PSOE entremezclado de extremistas apostásicos como Yolanda Díaz. La segunda, que busque ese asiento internacional que le evite tener que deshacer tantos entuertos cometidos a conciencia. Por ejemplo, abrir un frente cuasi bélico en el flanco sur de Europa. Y, por último, que sea derrotado por Feijóo, que puede esperar hasta entonces, sin grandes sobresaltos, a las puertas de Roma. Si todo lo que ha hecho en este primer mandato ya causa miedo por el desmantelamiento del Estado, ¿qué podría hacer en un segundo? Y si encontrase ese acomodo foráneo, ¿qué reacción debería tener su partido modelado a su imagen y semejanza? ¿Podría resurgir otra línea socialista o socialdemócrata más sensata?

Feijóo, que es lo contrario a Sánchez, sobre todo en el sentido de Estado, tendría un arduo trabajo para reconstruir todo lo arruinado. No hay ningún organismo que no haya padecido sus devastadoras intromisiones. Incluso el propio monarca ha tenido que amoldarse a su afán de protagonismo, cuando el Rey es el verdadero representante del Estado. Durante estos cuatro años se ha saltado todas las normas para complacer a sus aliados, fervientes enemigos de su propio país. Los ha perdonado, los ha rehabilitado, los ha protegido e incluso les ha entregado la cabeza de la directora de nuestros servicios secretos, a los cuales también les ha dado peligroso acceso. Quien no le sirve como peón está condenado. El miedo como amenaza. Tener miedo al miedo, como diría Montaigne. Miedo y mal están estrechamente relacionados entre sí, explicó Bauman. El mayor antídoto es el conocimiento, la confianza, la cercanía de lo que nos mantiene a salvo y la ausencia o lejanía de lo que nos resulta terrible. Todo esto ofrece sosiego en cuanto a la capacidad de una persona para gestionar el futuro. Pero nuestro presidente no abunda en sus explicaciones, no da confianza y es un ser cada vez más lejano. En realidad él piensa que el conocimiento de los motivos de sus decisiones, en absoluto consensuadas, no son necesarios. El presidente sufre, y quizá no lo sepa, de epistemofobia, el miedo mórbido e irracional a que sus conciudadanos dispongan de conocimientos y opiniones críticas. Para Sánchez, la fuente del peligro ya no es la ignorancia sino el conocimiento. Por eso trata de difuminarlo, difuminando así la propia libertad de expresión. El gran Mark Twain, hoy perseguido en su propio país por supuestamente racista, decía que «si crees que el conocimiento es peligroso, prueba con la ignorancia».

Y la ley educativa, una de las cosas de mayor gravedad de esta legislatura, busca esa ignorancia del alumno que conlleva la mala formación y el desconocimiento entre el bien y el mal. Estamos en el caos y el futuro de nuestros estudiantes es más impredecible que nunca. En los próximos años comprobaremos los efectos negativos de esta ley lastrada por la obcecación ideológica y también por las no menos dañinas normas anteriores. Mientras no se llegue a un pacto de Estado educativo, este mal se perpetuará. Y ese acuerdo debería salir de los dos grandes partidos.

Según esta Ley Celaá, personas como Rafael Nadal no son bien vistas porque exceden las pretensiones mediocres que se les pide a los estudiantes. El tenista, para esta nefasta Ley de Educación, es un ser antidemocrático porque supera el rasero que se le exige a los demás. Todo lo que él representa -el esfuerzo, la dedicación, el estudio, el sacrificio y la humildad- no es ya bien visto. Lo importante para esta norma no es hacer grandes a los alumnos, sino evitarles el sufrimiento que exige el saber y el conocimiento. Lo que representa Nadal es, precisamente, el ejemplo que hay que poner a todos los estudiantes españoles. La demostración de que, sin esfuerzo, no se llega a nada; que la vida es esfuerzo y que hay que procurar ser los mejores para poder ayudar a nuestros conciudadanos. Estimular el esfuerzo es estimular la esperanza y el optimismo. Nadal es el mejor ejemplo de la meritocracia hoy salvajemente atacada por nuestros pedagogos y políticos extremistas. Atacar al mérito es un delito contra la humanidad. Nada se ha llevado a cabo nunca, a lo largo de los siglos, sin el esfuerzo personal y colectivo de los pueblos. La antimeritocracia no solo empobrece al individuo, sino que destruye valores esenciales como el coraje, la valentía, el razonamiento, el juicio personal, la responsabilidad o la solidaridad. Valores que Nadal representa como nadie. Por el contrario, esta perversa socialización de nuestros jóvenes los hará sentirse frágiles e inmersos en la incertidumbre.

Otro ataque grave de la Ley de Educación es también contra la competitividad. Rafa Nadal no provenía de una importante y poderosa cuna. Gente como nuestro campeón ha salido del propio pueblo, alejado de las grandes capitales. Y, mientras la Ley Celaá nos avergüenza de ser españoles y atiende a las demandas independentistas disgregadoras (véase la ignominiosa explicación de nuestra historia de, al menos, cinco siglos, reducida a los dos últimos), Rafa Nadal se emociona con nuestro himno y nuestra bandera constitucional. La Ley Celaá debería ser abolida y, en su lugar, aprobada la Ley Nadal, la ley del orgullo de ser lo que somos y hemos sido. No una ley de las ilusiones perdidas, sino una ley de las ilusiones recobradas. Los principios de su escuela para deportistas jóvenes también deberían ser aplicados en todo el país. Nadal es el mejor ejemplo para nuestros jóvenes porque, a diferencia del derrotismo social-político e histórico y de la manipulación populista que representa la Ley Celaá, la Ley Nadal demuestra que todo esfuerzo conduce a recompensas mayores personales y colectivas.

La sociedad debe estar protegida de las ocurrencias partidistas de sus gobiernos. Por ejemplo, cualquier nueva tecnología (nanotecnología, modificaciones genéticas, inteligencia artificial) debe ser evaluada desde la perspectiva de sus impredecibles consecuencias. Las innovaciones científicas se perciben como peligrosas porque son nuevas. Lo mismo sucede con aquellas leyes que afectan directamente a la existencia del individuo como, por ejemplo, las educativas. Estas forman para siempre el carácter de los jóvenes. Hoy, uno de los problemas más llamativos, y no solo en nuestro país, es el miedo a la ignorancia y arrogancia de sus gobernantes. John Hollander, en un célebre artículo titulado Fear Itself, reconocía que cada vez tenía más miedo de que más personas no teman ser mantenidas en la ignorancia por un gobierno que se regodea en la misma y emplea todos sus mecanismos para promocionarla. Hoy, nuestra educación sobrevive en medio del caos y la anarquía. Solo el esfuerzo de los docentes la va sacando adelante. Hoy, la falta de autoridad promovida desde nuestras escuelas, es alarmante. Peleas entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, entre médicos y pacientes, entre mayores y jóvenes, o la lacra de la violencia de género. Todo esto se arreglaría, o se aminoraría, con un buen sistema educativo y una buena formación cultural. Los miedos y las ansias del individuo nunca dependen por entero de su propia naturaleza, siempre vienen determinados por la historia y la estructura de sus relaciones con otras personas, decía el sociólogo Norbert Elias en su libro The Civilizing Process. Hoy, nuestro Gobierno carece de la más mínima credibilidad. Ni siquiera la gente tradicionalmente más afecta del cine está conforme con las últimas leyes aprobadas sobre este arte. Nuestros jóvenes luchan permanentemente contra la desmoralización. El suicidio entre la juventud ha llegado a ser una tragedia. Ante la ausencia de exigencias personales racionales, los comportamientos emocionales lo invaden todo y son capaces de paralizar a las personas y a la sociedad.

¡Abajo la Ley Celaá, a merced de los independentistas y extremistas de izquierda! ¡Viva la Ley Nadal!

César Antonio Molina es escritor y ex ministro de Cultura. Sus dos últimos libros publicados son Las democracias suicidas (Fórcola) y ¡Qué bello será vivir sin cultura! (Destino).

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