Nadie entendió TikTok tan bien como Charles Dickens

En enero de este mismo año escribí un texto que titulaba: ningún niño con móvil hasta los 16. No ha pasado ni un año y mi hija de 12 ya tiene su primer smartphone.

Creí que podría decidir cuándo entregar a mis hijas su propio móvil, pero me equivoqué. En primer lugar, porque la presión que recae sobre los últimos de la clase en tenerlo se ha convertido en un severo castigo cuando tres de cada cuatro niños tienen el suyo a los 12. Y en segundo lugar, porque el móvil forma parte de la identidad de cualquier adolescente. Nos guste o no, allí es donde expresan sus ideas y almacenan sus recuerdos. A través del móvil cantan, bailan y es sobre su pantalla donde escribirán sus primeras palabras de amor. Es por eso que los padres ya no elegimos el cuándo ni el por qué entregar un móvil a nuestros niños (desde luego no tanto como creemos cuando son pequeños). Ahora bien, aún podemos entender para qué lo usan y orientar, en la medida de lo posible, cómo lo harán.

Nos guste o no, los niños de esta generación no solo van a construir su personalidad a través de un smartphone sino que sentirán que este dispositivo forma parte de dicha identidad. Su forma de estar y entender el mundo es en conexión permanente y no parece que haya un retroceso posible ante este hecho. Es por eso que llega un momento en que es imposible castigarles sin móvil, igual que lo sería castigarles sin padres o sin casa. Un adolescente de este siglo necesita un móvil más que para ninguna otra cosa para “ser alguien”y la mayoría consigue el suyo con el paso al instituto, especialmente cuando son niñas. Así, según el Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (ONTSI), el 72% de las menores españolas tiene uno frente al 65% de los chicos de la misma edad. Y cuando por fin poseen el ansiado dispositivo, TikTok se convierte en su aplicación de cabecera. Tanto es así que se ha convertido en el buscador de referencia de la generación Z, por encima de Google. Una aplicación que también tiene un sesgo marcadamente femenino, pues el 61% de los usuarios en España son mujeres. De este modo, la tecnología hereda un sesgo de género que castiga a las mujeres por el hecho de serlo. No en vano, muchos de los contenidos que arrasan están protagonizados por chicas que presumen de dietas, rituales de belleza, trucos de maquillaje, trabajo de glúteos, vientres planos, gimnasia facial y todo tipo de bailes más o menos sexualizados (generalmente más que menos) que dirigen y alimentan la construcción de la identidad femenina en este siglo. Paradójicamente, nuestra moderna tecnología consolida estructuras que llevamos siglos intentamos derribar.

En todo caso, lo más llamativo del algoritmo de TikTok, muy por encima de su sesgo de género, es su componente adictivo. Estamos hablando de una aplicación diseñada para entregar el poder absoluto al algoritmo y arrebatar cualquier control o elección al usuario. Así, TikTok no presta atención a los intereses compartidos ni a los likes (el contenido que el usuario dice públicamente que le gusta) o a las cuentas que seguimos, sino a aquellos vídeos que consumimos en soledad, con o sin interacción. Contenidos donde la única huella que dejamos es la de nuestra mirada. Por eso, si te gustan los vídeos de bailes los verás hasta que te escuezan los ojos. Y si comienzas a consumir contenido sobre “comida”, “dieta” o “belleza” es posible que no veas nada más durante horas, durante días, meses o años. Es por eso que en TikTok arrasan los vídeos donde vemos reventar espinillas a cámara lenta: evidentemente no están entre los intereses “públicos” de nadie, pero acumulan millones de reproducciones. Un consumo audiovisual compulsivo que puede agravar las obsesiones de cualquier adolescente y acelerarlas hasta la enfermedad.

Así las cosas, puede parecer poco responsable poner en manos de menores una tecnología destinada a crear adictos y pedirles que construyan allí su identidad. Pero eso, por terrible que parezca, es lo que está sucediendo. En realidad, los dueños de TikTok son tan conscientes de que la aplicación es adictiva que dentro de los ajustes ofrecen la posibilidad de activar un límite de pantalla a cada usuario, siendo 40 minutos diarios el tiempo mínimo a elegir. Igualmente, y dado que es realmente difícil dejar de consumir, la aplicación ofrece la opción de elegir descansos de pantalla cada diez, 20 o 30 minutos. Pero ¿no será peligroso que haya millones de niños —mayoritariamente niñas— enganchados a TikTok consumiendo toda clase de contenidos sin ningún tipo de filtro y de forma compulsiva? Sin duda lo es. Tanto que cuando Meta analizó la posibilidad de crear un Instagram para menores de edad abandonó la lucrativa idea porque los riesgos que entrañaba hacían inviable su desarrollo. Lamentablemente no hablamos de riesgos asumibles (piensen que asustaron al propio Mark Zuckerberg) sino de casos como el de como el de Molly Russell, la niña de 14 años que se suicidó por el uso y abuso de redes sociales. El pasado 30 de septiembre, un tribunal londinense dictaminó que “los efectos negativos del contenido online” contribuyeron a su muerte. En su caso, aplicaciones como Pinterest e Instagram ofrecieron imágenes de suicidios y autolesiones hasta encerrarla en una espiral de la que no pudo salir.

Con todo, si la aplicación social preferida por los menores es TikTok parece sensato saber qué tipo de contenidos consumen o cuánto tiempo pasan allí los niños. Conocer es siempre importante antes de juzgar o actuar. Lo malo es que los dueños de TikTok han decidido no ofrecer información de uso de los menores de edad “por temas de privacidad y por política interna”. Así, estadísticamente, los niños no existen en TikTok. Primero porque la mayoría mienten sobre su edad. Hay que tener más de 13 años para descargarse la aplicación y más de 16 para tener un perfil público, por lo que es raro el niño que no miente sobre su cumpleaños. Así que ellos se ocultan y TikTok corre un tupido velo sobre su audiencia más sensible. ¿Resultado? Los niños no existen.

Entonces los padres, ¿qué hacemos? ¿Prohibimos el móvil? ¿Cancelamos su curiosidad? ¿Quemamos internet? ¿Les educamos mejor? ¿Cerramos TikTok? En primer lugar, nos toca bajarnos del dragón de nuestros prejuicios. Nuestros hijos ven la tecnología como una ventana a un mundo por explorar, llena de oportunidades, información, educación, ocio y amigos. Mientras que nosotros vislumbramos un peligro incontrolable y una pérdida (la de nuestra propia infancia) irreparable. Y lo peor, lo que lo vuelve todo más difícil es que, como en la novela de Charles Dickens, todos tenemos razón. “Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad…” Los adultos sabemos que cualquier tecnología relativamente nueva, se cobra al principio algunas víctimas. Y sabemos también que esa tecnología puede estar llena de avances y oportunidades. La suerte y la desgracia de las niñas y niños de hoy es que ellas y ellos (aunque más ellas) serán los primeros… en todo. En lo mejor y en lo peor.

En un escenario tan complejo no hay recetas que funcionen ni sentencias seguras para nadie y sobre nada. Nos toca ir atentos y a tientas. Una cosa que sí recomiendo a madres y padres es que se abran un perfil en TikTok: no para hacerse tiktokers (que también), sino para vincular su cuenta como padres o tutores a la de usuarios menores de edad. Esta funcionalidad (que encontrarán en los ajustes de la aplicación) es realmente interesante, aunque debemos explicar cuidadosamente los motivos de esta elección a los adolescentes que queramos proteger (les aconsejo usar este verbo en vez de “controlar”). Ellas y ellos deberán entender que vincular las cuentas no les resta privacidad, pues no podemos leer sus mensajes ni eliminar o publicar sus vídeos. Pero sí nos permite exigir a la aplicación que no les muestre contenido que podría ser perjudicial para ellos y que no les deje usar la aplicación más de cierto tiempo al día, que se puede pactar y ampliar llegado el caso. Es verdad que debemos educarlos para que sean responsables y capaces de controlarse, pero también es cierto que les estamos poniendo en las manos una droga (sin sustancia) altamente adictiva. Y sí, también una aplicación positiva, creativa, divertida, inteligente y llena de posibilidades. “Todo lo poseíamos, pero nada teníamos, íbamos directamente al cielo y nos perdíamos en sentido opuesto”. Lo dicho: nadie como Dickens entendió TikTok.

Nuria Labari es periodista y escritora.

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