Nadie entiende el papel de la deuda en la economía

Desde el 2008, muchos economistas, incluida Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal de Estados Unidos, principalmente perciben a los problemas económicos mundiales como una historia de “desapalancamientos” – un intento simultáneo de los deudores, casi en todas partes, por reducir sus deudas. ¿Por qué es un problema el desapalancamiento? Porque mi gasto es su ingreso y su gasto es mi ingreso, así es que si todos cortan su gasto al mismo tiempo, los ingresos caen en todo el mundo.

O, como lo expresó Yellen en el 2009: “Las precauciones que pueden ser inteligentes para las personas y las firmas – y, en efecto, esenciales para que la economía retorne a un estado normal – magnifica, no obstante, el peligro en la economía en su conjunto”.

Entonces, ¿qué tanto hemos avanzado para retornar a la economía a ese “estado normal”? Absolutamente nada. Verán, los formuladores de políticas han estado basando sus acciones en un punto de vista falso del significado de la deuda y, en realidad, sus intentos por reducir el problema han hecho que empeore.

Primero, los hechos: la semana pasada, el Instituto Mundial McKinsey emitió un informe titulado “Deuda y (no demasiado) desapalancamiento”, en el que se concluye, básicamente, que ningún país ha reducido su ratio de deuda total respecto del PIB. La deuda doméstica bajó en algunos países, en especial en Estados Unidos. Sin embargo, subió en otros, e, incluso, donde ha habido un desapalancamiento significativo, la deuda gubernamental ha aumentado en más de lo que ha caído la deuda privada.

Se podría pensar que nuestro fracaso en reducir los ratios de la deuda muestra que no estamos tratando lo suficiente, que las familias y los gobiernos no han hecho un esfuerzo serio para apretarse el cinturón y que lo que el mundo necesita es, sí, más austeridad. Sin embargo, hemos tenido, de hecho, una austeridad sin precedente. Como lo señaló el Fondo Monetario Internacional, el verdadero gasto gubernamental, excluyendo los intereses, ha caído en todos los países ricos, los deudores aquejados por los problemas han hecho recortes profundos en el sur de Europa, pero también los ha habido en países como Alemania y Estados Unidos, que pueden pedir prestado a algunas de las tasas de interés más bajas de la historia.

No obstante, toda esta austeridad solo ha empeorado las cosas porque, como era de esperar, las exigencias de que todos se apretaran el cinturón estaban basadas en una interpretación errónea del papel que tiene la deuda en la economía.

Se puede ver a esa interpretación equivocada en acción cada vez que alguien despotrica en contra de los déficits con lemas como: “Dejen de robarles a nuestros hijos”. Suena correcto, si no se piensa sobre ello: las familias que tienen deudas se vuelven más pobres ellas solas, entonces, ¿no es cierto eso cuando analizamos al conjunto de la deuda nacional?

No, no lo es. Una familia endeudada les debe dinero a otras personas; la economía mundial en su conjunto se debe dinero a sí misma. Y, si bien es cierto que los países pueden pedirle prestado a otros países, de hecho, Estados Unidos ha estado pidiendo prestado menos en el extranjero desde el 2008 que antes, y Europa es un prestamista neto para el resto del mundo.

Debido a que la deuda es dinero que nos debemos a nosotros mismos, no hace, directamente, que la economía sea más pobre (y liquidarla no nos hace más ricos). Cierto, la deuda puede presentar una amenaza a la estabilidad financiera, pero la situación no mejora si los esfuerzos para reducirla terminan empujando a la economía hacia la deflación y la depresión.

Lo que nos trae a las situaciones actuales, ya que existe una conexión directa entre el fracaso general para desapalancar y la crisis política emergente en Europa.

Los dirigentes europeos creyeron completamente la noción de que a la crisis económica la suscitó el gasto excesivo de países que vivían más allá de sus posibilidades. La forma de avanzar, insistió la canciller de Alemania, Angela Merkel, es retornar a la frugalidad. Europa, declaró, debería emular a la famosamente ahorrativa ama de casa suaba.

Ello fue una receta para el desastre en cámara lenta. Los deudores europeos, de hecho, tenían que apretarse el cinturón, pero la austeridad que, en realidad, les obligaron a imponer fue increíblemente salvaje. Entre tanto, Alemania y otras economías centrales – que necesitaban gastar más para contrarrestar la reducción del gasto en la periferia – también trataron de gastar menos. El resultado fue la creación de un entorno en el que reducir los ratios de la deuda fue imposible: el crecimiento real se desaceleró hasta ir a vuelta de rueda, cayó la inflación a casi nada y la deflación abierta se afianzó en los países más golpeados.

El sufrido electorado aguantó este desastre político por una tiempo asombrosamente largo, creyendo en las promesas de la elite de que pronto verían recompensados sus sacrificios. Sin embargo, mientras el dolor seguía y seguía, sin ningún progreso visible, fue inevitable la radicalización. Quien quiera que se haya sorprendido por la victoria de la izquierda en Grecia o por el aumento en las fuerzas contra la elite en España, no ha estado poniendo atención.

Nadie sabe lo que pasará después, aunque los corredores de apuestas dan mejores probabilidades ahora a que Grecia abandonará el euro. Quizá el daño se quedaría allí, pero yo no lo creo; es demasiado probable que una salida griega amenace a todo el proyecto actual. Y si el euro sí fracasa, esto es lo que se debería poner en su lápida: “Murió por una mala analogía”.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.

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