Nadie evita la masacre de Siria

Es preciso remontarse a la historia reciente de Siria para comprender por qué este país sufre semejante tragedia. Hay una maldición que persiste sobre el pueblo sirio desde que la familia Asad tomó el poder. Hafiz el Asad, el padre de Bashar, alcanzó la cumbre del poder en 1970 merced a un golpe de Estado. Hafiz encarceló a sus antiguos amigos del partido Baas y puso en marcha una dictadura militar y policial de una formidable eficacia. A partir de la minoría religiosa alauí, Asad colocó en los puestos claves a hombres de confianza de su tribu de tal suerte que en la actualidad, el núcleo duro de las fuerzas armadas que protege a Bashar está compuesto por elementos alauíes dispuestos a sacrificarse por su jefe. El partido Baas es ideológicamente una suerte de marxismo de tendencia estalinista. Partido único que no deja ninguna libertad a nadie.

En Siria, antes de la guerra la gente vivía sabiéndose vigilada. Ni libertad, ni derechos. Cualquier oposición era imposible. Desaparecieron hombres por haber osado criticar al dictador.

En 1982, Hafiz el Asad supo que los Hermanos Musulmanes se iban a reunir en la localidad de Hama y ordenó al ejército que permitiera la concentración. Entonces, una vez todos los convocados estaban en la ciudad, ordenó cercar Hama y la bombardeó durante toda la noche. La matanza se saldó con 20.000 muertos. La noticia no llegó a Occidente hasta unas semanas después de producida y en un ambiente de incredulidad. Hafiz era un hombre que no hablaba, no explicaba lo que decidía hacer: lo efectuaba y no lamentaba ninguno de sus actos. Esta forma de ser es la que hizo pronunciar a Henry Kissinger cuando tuvo que hablar con él durante las negociaciones con Israel: “Es un extraordinario diplomático”.

Cuando su policía y su ejército perseguían a los palestinos en Líbano, el poeta Mohamed Darwish le visitó para pedirle que dejara a sus compatriotas en paz. Mohamed contó aquella entrevista: “Durante una hora Hafiz sólo me habló de mi corbata y de los cigarrillos que yo fumaba. Me fui disgustado. No pude mencionar ni una sola palabra acerca de los palestinos”.

Bashar es el hijo de Hafiz. Su educación la recibió con firmeza y cinismo. Ninguna piedad, nada de debilidad. Asad es un Sadam más inteligente, más maligno y también cruel. Ese es el marco en el que se desarrolla desde hace dos años la guerra en Siria y desde el comienzo Israel observa atenta todo lo que sucede en casa de ese vecino con el que nunca ha logrado la paz. Cuando los servicios de inteligencia israelíes descubrieron que Irán hacía llegar armas hasta los combatientes de Hizbulah, Israel atacó.

Hizbulah es un movimiento instalado en Líbano, cercano a Irán y Siria. Tras unos meses de guerra, militantes de este grupo han dejado Líbano y han acudido a Siria en ayuda, no de los rebeldes, sino del ejército de Bashar el Asad.

En julio de 2006, Israel atacó Líbano con el fin de propinarle un golpe definitivo a Hizbulah. Desgraciadamente, esta guerra no ha hecho más que fortalecer a Hizbulah y provocar la muerte de más de 3.000 libaneses entre los cuales se cuenta un gran número de niños.

El novelista John Le Carré se escandalizó por esta guerra que castigaba al pueblo libanés sin que pudiera defenderse. El 6 de septiembre de 2006, publicó un artículo en primera página de Le Monde para manifestar su miedo y su cólera. Su artículo tuvo gran repercusión y muchos calificaron de antisemita al gran escritor. Pero sólo criticó al ejército israelí que destruyó empresas lácteas y de medicamentos.

Hoy los ataques israelíes no han suscitado ninguna reacción de importancia. Ni los rusos han dicho nada. Barack Obama, el presidente sumiso que se presenta al Estado de Israel de forma todavía más servil que otros presidentes de Estados Unidos, ha declarado que “Israel tiene el derecho a defenderse”. Los árabes saben ahora que no tienen nada que esperar de aquel que habló de Estado palestino en su discurso de El Cairo. Obama es el mejor defensor de la política colonial de Israel. Esos ataques destinados a destruir las armas enviadas a Hizbulah no han hecho más que reforzar la posición de Bashar que pasa por una víctima. Apuntalan el régimen y complican aún más la situación de la región. Ningún país intervendrá para salvar al pueblo sirio. Israel puede atacar todo cuanto quiera. Nada se lo va a impedir. Ni la Liga Árabe, ni Ban Ki Mun, que pide a unos y otros “que se retengan”. Una vez más la prueba de que la ONU no sirve para nada la tenemos delante. El pueblo sirio sufre desde hace dos años matanzas a diario propiciadas por su presidente y ninguna ayuda a este pueblo ha podido intervenir. Los salafistas, Al Qaeda y otros aventureros están a punto de confundir y desviar de su objetivo el combate de los rebeldes sirios, laicos, demócratas y progresistas. No. Israel puede continuar con sus golpes. No arriesga nada, ni siquiera protestas, ni siquiera una frase de reproche.

Sin embargo Líbano está en peligro; todo los que sucede en sus fronteras le hace más débil y está amenazado por el norte y por el sur. Las intervenciones israelíes producen víctimas colaterales: civiles sirios y libaneses. La guerra en Siria continua con total impunidad. Ni Europa, ni EE.UU. tienen la voluntad real del salvar al pueblo sirio. Es así. La muerte es generosa con esta ciudadanía, prisionera entre la barbarie de un Asad que mata para vivir y unos salafistas que están haciendo planes de futuro.

Tahar Ben Jelloun, escritor, miembro de la Academia Goncourt

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