Las palabras más manoseadas y mal utilizadas durante esta dura crisis, ya de nuevo recesión, son reformas y austeridad.
Un buen albañil andaluz me decía: a quién pretenden engañar, cuando todo el mundo sabe que reformar es preservar las partes fundamentales de un edificio y que, si se llevan todo por delante, a eso se le llama demolición.
La demolición, travestida de reforma, más dura y dañina es la laboral. El Gobierno derrumba los dos pilares que las cincuenta y dos reformas anteriores habían preservado: el derecho a la tutela judicial efectiva, frente al despido sin causa, fácil, exprés y barato, que es el que se impone, y el valor de la negociación colectiva, frente a la decisión unilateral y sin contraste del empresario.
Ya se están comprobando sus efectos con el aumento de la destrucción de empleo. Esta reforma no crea puestos de trabajo. ¿Nos acerca al marco laboral europeo? No. Nos lleva al otro lado del charco, hacia EE.UU. Otras cosas se pueden copiar del imperio, pero no precisamente las laborales o las sociales. Así lo percibe Adelson, el magnate norteamericano de los megacasinos que, según el Gobierno español, ha dicho que el nuevo sistema, refiriéndose a la reforma laboral, es mejor que el de su país.
La UGT no va a dejar pasar esta página hasta que no se corrija este atropello en profundidad.
La palabra austeridad significa prescindir de lo superfluo para preservar y fortalecer lo esencial. Cuando, junto al agua sucia de lavar al niño, se tira también a la criatura por la ventana, como está sucediendo, no es de austeridad de lo que están hablando.
La explicación de lo que están haciendo se triangula, para legitimarlo, con la frase que da título a estos párrafos: nadie gasta más de lo que tiene. Y se remata la argumentación con la siguiente afirmación: como hacen todas las familias.
El funcionamiento del Estado democrático no puede simplificarse, ya que es para justificar el recorte del gasto e inversión pública del Estado por lo que se establece esta asimilación, equiparándolo a una familia. Ni siquiera en el seno de las familias, al menos a partir de la segunda mitad del siglo XX, esta afirmación es sostenible.
Si eso fuera así, en mi casa, hogar de una humilde familia obrera, no hubieran entrado El Quijote, las obras completas de Blasco Ibáñez y un diccionario enciclopédico de dos tomos, el único al alcance de nuestras posibilidades, a finales de los 60, ya que mi padre, que no los podía comprar en efectivo, los tuvo que pagar a plazos. Así se adquirían las arras para las bodas, o se pagaban los gastos del futuro entierro. Y así sigue siendo, como hace cincuenta años. O, si no, cómo compraría una familia trabajadora o de clase media un piso o un coche.
La cuestión es ser solvente, tener un empleo digno, adecuadamente retribuido y unos derechos que emanan del trabajo y del pago de impuestos. Es la manera como cumplimos con nuestras deudas, pagándolas a plazos.
Este sistema funciona así. Se está imponiendo, con argumentos irreales, una visión ideológica de la lucha contra la crisis que protege a los que la han provocado.
Warren Buffet tenía razón cuando decía: "en las circunstancias de crisis actual, el crédito solo se lo concedo a Dios, los demás que paguen al contado".
Y entre esos demás están incluidos los estados democráticos y las familias, a las que se estruja y se condena al paro; al recorte de derechos sociales. Sentenciando a la sociedad a la recesión económica, a los jóvenes a la ausencia de futuro, a los viejos se les pena a padecer aún más estrecheces, con una medida sin precedentes, el abono del 10% de los medicamentos, que junto a la subida de la luz y el transporte, es un golpe muy duro a economías sostenidas por pensiones muy modestas cuya cuantía es de las más bajas de Europa.
El crédito sólo se concede a Dios… y a los Bancos, que lo consiguen en el BCE al 1%. Lo emplean en comprar deuda pública, que se les retribuye al 5%, y en pagar sus propias deudas.
De las últimas medidas del Gobierno, la que mayor filo ideológico tiene es la subida de tasas universitarias, que crea un muro económico para obstaculizar que el hijo o la hija de una limpiadora pueda ser economista. Son decisiones que el Gobierno pretende que sean para toda la vida. Es un cambio y marcha atrás, si no lo frenamos, que puede abocarnos a desandar todo el trecho que hemos recorrido en los últimos treinta y cinco años. Todo está en riesgo. Como lo está nuestro sistema de convivencia social y democrática, amparado por la Constitución Europea y el Tratado de la Unión que la define como una economía social de mercado y no de libre mercado como pretendía, entre otros, Aznar.
Por todo ello nos vamos a manifestar el 29 de abril y el 1º de mayo. A propósito ¿Quiénes son los antisistema?
Cándido Méndez es secretario general de UGT.