Nadie pide morir por un dolor tratable

En el debate sobre despenalización de la eutanasia, algunos grupos profesionales aseguran que antes de abordar esta cuestión es imprescindible desarrollar más los cuidados paliativos y hacerlos accesibles a todos los ciudadanos. Como si una y otra práctica fuesen soluciones contrapuestas y excluyentes para el mismo problema. Afirman que si se tratasen los síntomas (como el dolor), se ofreciese un soporte emocional y se brindase una asistencia social y espiritual durante el proceso final de la vida, las peticiones de muerte asistida serían cero o muy excepcionales. El argumento, recalcan, se basa en su experiencia tratando a miles de pacientes. Sin embargo, la realidad en los países donde la eutanasia está regulada contradice su planteamiento, equivocado de raíz.

Nadie pide morir por un dolor tratable o un sufrimiento evitable. Las personas recurren a la eutanasia porque no quieren vivir la vida que les espera. José Antonio Arrabal, que hizo pública su muerte en este diario, lo explicó perfectamente: “No me voy por cobarde ni porque esté solo y piense que me van a cuidar mal. Al contrario. Tengo una mujer y unos hijos que sé que se van a desvivir por mí”, aseguró. Si no se hubiese quitado la vida mientras conservaba la movilidad de una mano, ya no habría podido decidir su final. Se negó a empezar un viaje en el que no podría pisar el pedal del freno.

Las muertes por eutanasia suponen un porcentaje pequeño, pero no excepcional (de entre el 1% y el 4%), del total de fallecimientos anuales en Bélgica, Luxemburgo y Países Bajos. Tres países que, desde que regularon el derecho a la muerte asistida, han desarrollado sus sistemas de cuidados paliativos hasta convertirlos en los mejores de la Unión Europea. El primer dato refuta el argumento de que los paliativos son el antídoto de la eutanasia; el segundo sugiere que una buena regulación de la muerte asistida provoca que las instituciones mejoren la asistencia de las personas en los momentos finales de su vida.

La eutanasia y el alivio del sufrimiento con paliativos son derechos complementarios. Estos últimos, aunque necesiten mejorar, ya forman parte de la cartera de servicios básicos del Sistema Nacional de Salud. Lo que falta es dar una respuesta a los que, como José Antonio Arrabal, no quieren vivir la vida insoportable que les espera y ahora están abocados a la clandestinidad. Que sean unos pocos miles cada año no es excusa, igual que no lo era para legalizar el matrimonio igualitario (solo un 2% son entre personas del mismo sexo). Desarrollar los paliativos y regular la eutanasia son dos necesidades que no compiten entre sí. Ambas deben ser atendidas con urgencia.

Luis Montes es presidente de la Asociación Federal Derecho a Morir Dignamente

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