Navarra, 'Caput Vasconiae'

Esta antigua referencia latina a Navarra como parte principal de Vasconia es de recuerdo obligado para hablar de lo que parece que se ha convertido en principal punto de debate, de discusión y de nerviosismo tras las últimas elecciones locales y autonómicas. El nombre en español de Euskal Herria, País Vasco, lo vincula a la antigua Vasconia, cuya raíz estaría en Navarra. La tribu de los vascones, núcleo de la denominación de País Vasco, se extendió de Navarra, básicamente, a buena parte de Guipúzcoa y a parte de Alava, si la memoria no me falla.

Cierto es que Guipúzcoa y el territorio de Alava rompieron voluntariamente su vinculación al reino de Navarra allá por el año 1200, para, en lo que era típico de las relaciones de poder de la Edad Media, vincularse al reino de Castilla. A partir de ese momento, el destino del reino navarro se halla desvinculado del devenir político guipuzcoano y alavés, y, por supuesto, del vizcaíno, que nunca estuvo en su órbita.

De los reyes navarros, Sancho III el Mayor es el que más capacidad simbólica ha generado, y es el águila de su bandera la que, transformada en arrano beltza (águila negra), asume la voluntad de entender Euskal Herria con inclusión necesaria de Navarra. Una referencia simbólica con no pocos problemas para los nacionalistas radicales: Sancho III se hizo llamar Rex Hispaniarum (Rey de las Españas), lo que permite que -con ganas de fastidiar, más que por otra razón-, las juventudes falangistas renovadas hayan usado como símbolo también el águila del mismo rey navarro.

En ámbitos nacionalistas se ha comentado muchas veces, en plan de broma, que nunca fue acertada la proclama de que Navarra es Euskadi -parte del credo nacionalista desde sus inicios-, sino que hubiera sido, y seguiría siendo, mucho mejor proclamar que Euskadi es Navarra, haciendo justicia a la frase del título de este artículo, Navarra, Caput Vasconiae. En cualquier caso, el reparto de escaños del Parlamento vasco recogido en el actual Estatuto -igual número de diputados por provincia, con independencia de la población- está motivado para facilitar la posible incorporación de Navarra a Euskadi: para que pudiera hacerlo en igualdad de representación con Vizcaya, el territorio más poblado, sin sentirse menor en representación.

Es cierto que el nacionalismo sabiniano es de origen estrictamente vizcaíno y que Vizcaya es el territorio en el que se implantó con fuerza el nacionalismo de Arana. Su expansión en Guipúzcoa fue más tardía -a partir del cuerpo social tradicionalista que existía en esa provincia-, y se produjo en plan misionero; de hecho, el principal actor de dicha expansión, Engracio de Aranzadi, proveniente del mundo tradicionalista de los Nocedal, se denominaba a sí mismo apóstol del nacionalismo, y tituló su obra escrita Ereintza (Siembra). El asentamiento del nacionalismo en Navarra y Alava fue muy minoritario en los comienzos.

Y si bien el nacionalismo de Sabino Arana nunca renunció a la idea de las siete provincias -incluyendo Navarra-, es verdad que fue el nacionalismo de ETA, articulado por Sarrail de Ihartza -seudónimo de Federico Krutwig- en una obra que lleva precisamente el título de Vasconia, el que retomó para el nacionalismo la idea de que Navarra no sólo es parte, sino punto de partida de la nación vasca.

Son dos visiones distintas del nacionalismo, que hoy pueden aparecer como iguales, persiguiendo los mismos fines, pero que proceden de dos momentos distintos, y de dos fundamentaciones distintas. El nacionalismo de Arana es una respuesta a la industrialización y modernización de la sociedad vizcaína como proyecto alternativo que, por supuesto, busca sus raíces en la Historia. Por contra, el otro nacionalismo, el que impulsa ETA como alternativa al nacionalismo aburguesado de sus padres, toma Navarra como fundamento y punto de partida de su reivindicación. Una idea de Navarra conquistada y sometida por el Cardenal Cisneros, olvidando que la lucha entre agramonteses y beamonteses hizo posible su entrada en el Viejo Reyno -Ignacio de Loyola fue herido en Pamplona cuando luchaba al servicio de los reyes de Castilla-.

Lo que la mayoría de los navarros ha votado en las últimas elecciones es que Navarra continúe en su actual situación institucional, como comunidad autónoma separada. Es cierto que al producirse las últimas elecciones en medio del llamado -mal llamado- proceso de paz, y sabido el interés de ETA por Navarra y la voluntad de los socialistas en el Gobierno de España, ha dotado al resultado de un valor simbólico que, en cualquier caso, es necesario colocar en su sitio.

La previsión constitucional es que Navarra se pueda incorporar a Euskadi si así lo decide la mayoría del Parlamento foral y si, en referéndum, la mayoría de los navarros así lo decidiera. Llegando muy lejos, se podría pensar que el PSOE como partido estuviera dispuesto a permitir que en el Parlamento foral hubiera la mayoría suficiente para que se pudiera convocar el referéndum, pero sabiendo que es a perder para quienes quieren la asociación de Navarra a Euskadi. Y es muy probable que los socialistas hoy no estuvieran dispuestos ni siquiera a llegar hasta el punto de permitir que hubiera una mayoría en el Parlamento foral que diera paso al referéndum.

La voluntad de mandar a UPN a la oposición puede unir en estos momentos a todos los demás en Navarra. Pero es difícil pensar en más acuerdos programáticos: los socialistas navarros pueden ser menos beligerantes limitando los derechos de los vascoparlantes navarros de lo que lo ha sido UPN; pero es difícil pensar que puedan apoyar sin reservas el panvasquismo de Patxi Zabaleta. Y ni siquiera es pensable que en cuestiones de política social y económica los conservadores tranquilos del PNV se puedan poner de acuerdo con los socialdemócratas de EA, y mucho menos con los marxistas de Batzarre o de Aralar.

La cuestión navarra tiene su importancia en estos momentos de la política española por toda la carga simbólica que contiene, y porque, como ya ha quedado dicho, se enmarca en los intentos por acelerar la desaparición de ETA. Pero, a pesar de toda esa carga simbólica, tampoco se puede olvidar que Navarra es, si no la comunidad más puntera del Estado en desarrollo económico y social, sí una de las que van en cabeza. Y los navarros no van a permitir que esa situación pueda verse comprometida por ninguna apuesta política que no les vaya a aportar ningún beneficio, ni económico ni social. Es preciso, pues, estar atentos, pero sin dramatizar demasido.

Por otro lado, es probable que a alguien se le haya pasado por la cabeza que a algún Maquiavelo se le pudiera ocurrir que la mejor manera de descalabrar Euskadi sería introduciendo en ella, ya de por sí bastante poco integrada a pesar de los años de Gobierno del nacionalismo, un elemento tan distorsionador como sería Navarra, tanto por su extensión geográfica como por sus propias diferencias internas que sólo agrandarían las propias del País Vasco.

Las diferentes visiones del nacionalismo, siempre vivas -no conviene olvidar que ETA nació para sustituir al nacionalismo de Sabina Arana, al PNV, y que, por ello, lo normal entre ambos nacionalismos es la enemistad, siendo la excepción los acuerdos-, más la Historia hecha los últimos 30 años (cada comunidad por su lado), y las diferencias linguísticas, culturales y sociales entre Navarra y Euskadi hacen poco previsible la asociación de ambas comunidades en una única.

Joseba Arregi, ex militante del PNV. Fue portavoz del Gobierno vasco dirigido por el lehendakari Ardanza. Es autor, entre otros, de los ensayos Ser nacionalista y La nación vasca posible.