Navarra, en el fiel de este empate interminable

La polémica ha terminado aquí y seguirá en los mismos términos, o más intensos todavía, en lo que queda de legislatura. Ésta es una de las verdades más notorias de estas elecciones en las que los votos se han inclinado en favor del PP en una proporción superior a lo que lo hicieron en 2003 en favor del PSOE. El hecho constatable, interpretaciones al margen, es que el PP aventaja en toda España a los socialistas en 160.000 votos.

En las anteriores elecciones municipales, una cantidad bastante menor, 125.000 votos, fue suficiente para que el hoy presidente Zapatero esgrimiera la diferencia como una victoria electoral indiscutible y anunciara un cambio de tendencia de cara a las legislativas de 2004, pero también es cierto que el entonces presidente Aznar consideró -y se le aceptó en términos generales su argumento- que el conservar el poder en las comunidades autónomas y en muchas de las grandes ciudades significaba que los ciudadanos habían respaldado a su Gobierno, a pesar de la inmensa y masiva oposición popular a su decisión de respaldar a Bush en su decisión de atacar Irak. Y como resulta que la victoria del PSOE el 14-M se produjo después de la hecatombre del atentado de Atocha con casi 200 muertos y un nivel de tensión y enconamiento políticos como nunca se había visto hasta entonces en la Historia de nuestra democracia, no resulta útil ahora aplicar el esquema de interpretación y darle a esos 125.000 votos la proyección política que los socialistas le dieron entonces. No sabremos nunca si aquellos 125.000 votos de ventaja anunciaban o no la victoria que el PSOE acabó obteniendo tres días después del trauma colectivo de Atocha.

En un par de brochazos, lo que sucedió ayer es que el PP ha quedado bien, no ha perdido apoyos electorales y en algunos casos ha salido incluso triunfante. Pero también ha sucedido que pierde una plaza tan fundamental para su estrategia política nacional como es Navarra, y que está en un tris de perder el poder en una de las comunidades más ricas de España, que es Baleares. Ahora Jaume Matas depende, otra vez, de lo que decida hacer María Antonia Munar con esos tres escaños en sus manos, que valen oro molido, y nunca mejor dicho, a los ojos del todavía presidente de las Islas. En las filas populares, sin embargo, el contento parecía ayer inmenso porque han aguantando el tirón con entereza, porque quizá haya suerte y Matas siga ocupando la Presidencia balear y sobre todo, porque los resultados de Madrid han sido espectaculares y brillantísimos. Tanto, que ha sido precisamente la ciudad gobernada por Gallardón, el «verso suelto», quien le ha proporcionado a su partido esos 160.000 votos que han permitido a Mariano Rajoy salir a celebrar el triunfo a todo trapo al balcón de la calle de Génova.

La alegría del PSOE es de otra naturaleza, más de tipo práctico: no han sido los suyos unos brillantes resultados, no han logrado volcar por sí mismos la relación de poder, pero saben que van a poder sentar a sus hombres en la silla del alcalde en un puñado de importantes ciudades en las que antes gobernaba el PP porque se dispone a cerrar pactos con los pequeños partidos situados a su izquierda. Piensan también que podrían tener en la punta de los dedos al Gobierno de Baleares si fueran capaces de engatusar a la líder de Unión Mallorquina, la famosísima Munar, que le saca brillo a cada voto que recibe por la altísima rentabilidad que logra darles. Mejor que invertir en Bolsa, deben de pensar sus seguidores

Y están contentos por Navarra, que es una auténtica patata caliente que les ha caído en las manos y que les va a obligar a hacer verdaderos equilibrios en el alambre. Pero el contento socialista no es por lo que se les viene encima con Navarra, que es peliagudo, sino porque se van a dar el gusto de ver cómo esa comunidad, que ha sido la piedra de toque del PP de los últimos meses y el elemento omnipresente en esta campaña electoral y en todas las sesiones de control al Gobierno en el Congreso, va a cambiar de manos desde el mismo momento en que la suma UPN-CDN ha perdido la mayoría absoluta sin la cual al PP nada les es posible.

El PSOE no ha arrasado en ningún sitio, pero es que para el PP la mayoría absoluta es el umbral mínimo a partir del cual puede empezar a cantar victoria. Por esa razón, a partir de mañana vamos a presenciar una vez más la paradoja, conocidísima en nuestro país, de que quien gana no necesariamente gobierna y que, dado que quien gobierna es el que realmente acaba ganando porque obtiene y ejerce el poder, el resultado final es el de que, quien es del PP y gana, pierde. Pierde si no arrasa.

Estamos hablando de pactos, naturalmente y estamos hablando por lo tanto, de la dramática situación de un Partido Popular que se ve imposibilitado de pensar en ningún tipo de alianzas con las demás formaciones que concurren a los comicios. Ayer se vio una vez más que la enorme diferencia en votos que le separa del PSOE en comunidades y ayuntamientos no le basta. No sólo necesita ganar: necesita aplastar para aspirar a ocupar el poder. Y eso se ha visto de manera especialmente dramática en las últimas horas del recuento de ayer noche.

Quienes crecen siempre en beneficios y ganan en presencia, véase si no el caso ya citado de Unión Mallorquina o el de otra decena de siglas de ámbito reducidísimo pero de inmenso poder, son los pequeños partidos nacionalistas.

Primero, porque al forzar al PP a obtener la mayoría absoluta le ponen extraordinariamente difícil la victoria y le aíslan en el campo de juego político. Y segundo, porque sus pactos con el Partido Socialista para garantizarle la victoria de ejercicio, es decir, el mando, no son apoyos en sentido estricto. Se parecen mucho más a contratos hipotecarios. De tal manera que cuando el PSOE alcanza un nuevo gobierno autonómico -incluso el Gobierno de la nación- la factura que el socialismo ha de pagar a quien le aúpa al mando suele ser de envergadura, tanto más cuanto más dependa de sus votos la conservación del poder recién adquirido.

Por eso resulta sorprendente la resistencia casi alérgica que los dos grandes partidos nacionales suelen exhibir cada vez que asoma tímidamente en el horizonte un proyecto de partido político que se sitúe entre ambas formaciones. La existencia de ese partido hipotético -los que nacieron con esa vocación no lograron sobrevivir porque fueron ahogados con sus propias manos por la derecha y por la izquierda- libraría al PP de tener que luchar sistemáticamente por los apoyos masivos e indiscutibles, y al PSOE le libraría de tener que gobernar hipotecado a intereses de ámbito demasiado reducido y particular.

Por lo demás, esos 160.000 votos de diferencia en las municipales logrados ayer por el PP no es suficiente cantidad como para dejar zanjada la gran cuestión que los dos líderes, Zapatero y Rajoy, han parecido encarnar durante toda la campaña: si éstas eran o no eran unas elecciones primarias, si se dirimía el gobierno de los ayuntamientos y comunidades o se estaba votando en realidad la política antiterrorista y la estrategia de rediseño territorial de España por parte del Gobierno Zapatero.

Si aceptamos que las elecciones del 27 de mayo han sido la antesala de las generales, estaríamos ante un empate, por no llamarlo división, del país en dos bloques nítidamente diferenciados. Y, en ese sentido, habrá que echarse a temblar porque ninguno de los dos partidos tiene motivo alguno para dar su brazo a torcer e iniciar una estrategia política que le devuelva el favor del electorado.

Eso significa que las mismas posiciones defendidas hasta ahora seguirán presentes en los escasos 10 meses que quedan hasta las elecciones generales. Y significa que el enfrentamiento político entre PP y PSOE conservará intacta su habitual virulencia. Si, por el contrario, entendemos que los ciudadanos han optado por votar a sus candidatos autonómicos y municipales sin tener muy en cuenta si De Juana Chaos ha salido o no del hospital, las posiciones de práctico empate entre los dos grandes partidos en todo el país también van a dar ánimos renovados a sus respectivas direcciones para preparar la gran confrontación que viene, la de 2008.

Mientras tanto, quedan abiertas las conversaciones para el Gobierno de Navarra. Si es posible hacer hoy predicciones, ahí va una: el PSOE no va a asumir ningún compromiso público con Nafarroa Bai que incluya ningún tipo de acercamiento o coordinación institucional con el País Vasco. Y esa quietud se mantendrá hasta que se celebren las elecciones generales. Después, los resultados marcarán desde Navarra el destino de España.

Victoria Prego