Navarra, la misma historia de siempre

La palabra más utilizada en la política navarra es “defender”. La usan con reiteración todos los partidos y llevan empleándola décadas. Hay que defender Navarra. El concepto de esa defensa varía ligeramente, sólo ligeramente, de unos a otros.

UPN habla tanto de defender el régimen foral como de defender la comunidad de las pretensiones del nacionalismo vasco. Los vasquistas, a su vez, hablan de defender el autogobierno como matriz de una pretendida identidad singular. Todos, junto con los socialistas, apelan a las peculiaridades forales de la Comunidad como objeto sustantivo de esa defensa.

La foralidad es también un lugar común para todos, pero al tiempo algo que nadie atina a definir. Un dicho popular proclamaba que los fueros representaban los testículos de Navarra -en realidad se usaba otra palabra más enfática-, y para el inconsciente colectivo el fuero es sinónimo de derechos. Pero no es verdad.

Un navarro no tiene más derechos que un andaluz, ergo hay que concluir que lo del fuero, en pleno siglo XXI, es poco más que una capacidad de organizarse administrativamente, lo que incluye competencias en recaudación de impuestos. En Navarra, si algo sobrevuela constantemente el hecho político es la proclamación de la defensa de algo que no se sabe bien qué es pero que es mejor conservar como si se tratara de un tesoro. Igual que Gollum el anillo.

Este preámbulo explica cierta complejidad en aquella política, pero también la reiteración con la que se incurre en los mismos supuestos y se muestra incapaz para resolver un modelo dialéctico cansino desde hace tiempo. El resultado de las pasadas elecciones no deja de ser la persistencia de una escena que ya se ha hecho tradicional, y que marca la insolvencia de los partidos navarros por trascender apriorismos y componer empeños colectivos. Veamos.

Uxue Barkos es una mujer con indudables méritos políticos, con una buena dosis de coraje y liderazgo, pero que ha sido presidenta de Navarra ayudada por dos razones circunstanciales que se aunaron en su favor.

La primera es de dimensión local, y se refiere a la calamitosa antecesora que le precedió. Yolanda Barcina, la que tanto cuidaba su imagen ante la opinión pública nacional, fue un verdadero desastre para la Comunidad foral, no en vano la presidenta autonómica que según el CIS registraba menos aprecio entre los suyos. Le tocó una crisis económica que ni ella ni nadie esperaban, durante la que mostró franca incapacidad para liderar un proyecto digno de tal nombre y ni siquiera para embridar la inercia del ingente gasto público que allá se despachaba, el fruto de tantas décadas de autosatisfacción y magros ingresos fiscales.

Durante su mandato, se endeudó a Navarra hasta más allá del límite de lo razonable, y aun así la principal preocupación de su consejera de Hacienda era poder pagar la nómina de los funcionarios a fin de mes. Se hicieron recortes, como en todos los sitios, pero estos fueron especialmente ingratos en una Navarra a la que los foralistas le habían contado siempre que era una especie de Arcadia feliz, una región capaz de dar lecciones por doquier. Para coronarlo, UPN y PSN acabaron en francachela con Caja Navarra, uno de los tótems que parecían constituir identidad. Los electores reaccionaron.

La otra razón por la que Barkos pudo ser investida fue la aparición de Podemos, traídos de un momento de la política española. Durante mucho tiempo, desde UPN se dijo que era imposible que se constituyera una mayoría parlamentaria que no contara con ellos o con el PSN, y eso lo proclamaba Miguel Sanz cada vez que afirmaba que la cohesión de estos dos partidos, hasta la promiscuidad, les llevaría a vencer siempre al nacionalismo vasco. Un día apareció un cisne negro, una novedad que nadie esperaba, y se hizo posible el gobierno de Barkos apoyada por los de Iglesias, EH Bildu e Izquierda Unida. UPN y PSN quedaron en la oposición que nunca creyeron compartir también al alimón.

Inopinadamente, bajo la reciente etapa del cuatripartito Navarra ha mejorado no pocas de sus condiciones económicas. Se han subido los impuestos, cierto, pero éste es un proceso que ya inició Barcina y que al menos ahora permite unas cuentas públicas con superávit. También ha descendido el paro y apenas se han registrado salidas de empresas. La hecatombe que algunos anunciaron no ha sido tal. Han gobernado los nacionalistas y Navarra sigue estando en el mismo sitio.

Las últimas elecciones han determinado que Barkos no volverá a ser la presidenta, fundamentalmente porque Podemos se ha hecho testimonial, Galapagar mediante. Pero también han devuelto un panorama político que en verdad era el de hace un par de lustros.

Hay una formación de referencia en la derecha navarrista, ahora llamada Navarra Suma, que ha sido la más votada pero que apenas cuenta con un 36% de los sufragios, y eso a pesar de haber integrado en la nave nodriza a UPN, PP y Cs. En medio, un PSN que como en otras ocasiones tiene la llave para facilitar que gobiernen aquellos o intentar otra fórmula. Y de otra parte, quienes quieren evitar a toda costa que vuelva a gobernar un regionalista, a saber Geroa Bai, EH Bildu y lo que queda de Podemos. La decisión la tomarán los socialistas, y seguramente no tanto por lo que perciban conveniente en el espacio navarro sino como consecuencia de lo que interese más allá.

María Chivite podría presentarse a una investidura diciendo que no ha mantenido una sola conversación con EH Bildu y encomendarse a su abstención, igual que Pedro Sánchez nos contó que tampoco negoció con ellos en su moción de censura. Sería probable que llegara a la presidencia, e improbable que pudiera convencer al orbe de que no abonará contrapartidas.

En otra posibilidad, Esparza podría contar con la abstención socialista a cambio de no tener que pasar los navarros de nuevo por las urnas en septiembre. Los dos diputados de UPN en el Grupo Mixto del Congreso también se perciben como moneda de cambio igual que se quiso que lo fueran hace ya diez años, a mayor gloria y pleitesía de Zapatero y su muñidor Blanco.

Defender es una palabra que denota reactividad e incapacidad para trazar iniciativas creativas. Tanto defender Navarra, que los partidos se han olvidado de cambiar sus esquemas mentales, generar ideas nuevas, crecer en ambición y facilitar la construcción de empeños colectivos. Esta historia la llevamos viendo ya mucho tiempo.

Santiago Cervera fue diputado del PP y consejero de Salud de Navarra.

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