Navarra, tierra de conquista

Es una ingenuidad creer en la conversión a la democracia del llamado mundo aberzale, que en otro tiempo dio cobertura real al terrorismo y hoy le sigue proporcionando munición ideológica. Hay una gran indignación en mucha gente de Navarra por el despliegue de una gigantesca bandera del País Vasco, que impidió el normal inicio de las fiestas de San Fermín. Y motivos fundados para ello, los hay. La secta separatista ha vuelto a mostrar su verdadero rostro, totalitario y antidemocrático, al imponer a todos los ciudadanos el símbolo que, hoy por hoy, tan sólo representa los ideales de una minoría. Es la forma que tienen de celebrar los festejos, convirtiendo cada acto popular en un instrumento de propaganda. El ¡Viva San Fermín! del chupinazo es el grito lúdico de los ciudadanos de Pamplona, que expresa el deseo de disfrutar al menos de un paréntesis festivo en sus quehaceres y preocupaciones, que no son pocas. Por eso, la gran mayoría repudia lo ocurrido.

Pero no nos podemos quedar ahí. Algunos deberían hacer una profunda reflexión. En primer lugar, los socialistas navarros. El comportamiento del concejal Val, encargado de prender la mecha al cohete, fue, sin lugar a dudas, ejemplar. Sin embargo, desde hace algún tiempo, tanto en el Parlamento como en el Ayuntamiento, la conjunción con Bildu del PSN permite sacar adelante propuestas demagógicas y disparatadas, que sintonizan muy poco con las preocupaciones de los ciudadanos navarros. Provocar enfrentamientos con el Estado, a sabiendas de que no va a tener otro remedio que ejercer las acciones que le permite el ordenamiento jurídico para hacer respetar la unidad constitucional, es un camino manifiestamente irresponsable. Máxime en unos momentos en los que no necesitamos conflictos, s i no entendimiento y colaboración, sobre todo a la vista de la futura gran reforma fiscal que se avecina y a la revisión quinquenal de la aportación a las cargas generales del Estado. Por otra parte, si las encuestas dicen la verdad, de ese maridaje con los nacionalistas los socialistas no resultan especialmente beneficiados.

En el otro lado, los barquichuelos de la derecha hacen aguas por todas partes. La «teoría del quesito», que propugnaba la unión perpetua de socialistas y regionalistas ante la supuesta imposibilidad de que ninguno alcanzara por separado la mayoría absoluta, sirvió al final como tapadera para el establecimiento de un régimen clientelar, del que se ha aprovechado una pequeña casta dirigente (política, económica y sindical), que ha puesto en muy grave peligro el mantenimiento de una hegemonía electoral multipartidista, que desde 1978 ha garantizado la pervivencia de nuestro antiguo reino como comunidad política. La desaparición como entidad bancaria de la Caja de Ahorros de Navarra es la prueba de lo que jamás debió suceder.

No hay fórmulas mágicas para darle la vuelta a la actual situación. Fragmentar aún más las opciones políticas no es la solución, cuando enfrente hay un bloque compacto con el único objetivo de conquistar el Palacio de Navarra para convertirlo en punta de lanza de la creación de la nación vasca. Pero dicho esto, nada justifica un inmovilismo suicida ni tampoco la resignación ante lo inevitable.

Me atrevo a sugerir tres palabras clave en el momento presente: regeneración, renovación y generosidad. Las dos primeras se explican por sí solas. Quienes, de una u otra forma, están vinculados a la desafortunada ejecución de la «teoría del quesito», no pueden liderar una opción política ilusionante. Renovar significa tratar de convencer a los mejores para que den un paso al frente en unos momentos en que Navarra está en peligro. Pero regenerar para desterrar todo atisbo de corrupción y renovar los puestos de mando sólo será posible, si quienes tienen en sus manos los resortes del poder en cada partido (y aquí incluyo a todos los que defienden el régimen foral como fórmula de integración política democrática), dan un paso atrás con generosidad y altura de miras.

Vuelvo al principio. La imposición de la bandera vasca, que ocultó la fachada del Ayuntamiento, es el preludio de lo que está por venir si no hacemos nada para evitarlo. El año pasado, con motivo de la conmemoración de 1512, inicio del proceso de reintegración de Navarra en el proyecto común de las Españas, los aberzales se presentaban a todas horas envueltos en la bandera de la navarridad frente a quienes –según decían- éramos traidores a la patria navarra y colaboracionistas con el enemigo. El día 6 de julio, al boicotear el chupinazo, se quitaron la careta y proclamaron a los cuatro vientos que, en su proyecto euskalerríaco, separatista y totalitario, Navarra sólo es tierra de conquista.

Jaime Ignacio del Burgo, exdiputado del PP.

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