Navidades tristes en Sant Cugat

A partir del próximo 1 de enero, Televisión Española en Catalunya se queda sin programación en catalán. Esas 20 horas de desconexión, arrancadas con esfuerzo y negociaciones arduas --entregadas con racanería y, a menudo, incomprensión, regateadas con poquísima sensibilidad, arrinconadas en horarios imposibles y como de saldo-- a la programación estatal de La 2, desaparecen. De un plumazo. Es una orden. Ya está.

Se dinamita esa ilusión antigua que tanto había estimulado a profesionales y espectadores desde las postrimerías del franquismo, ese rincón de normalidad lingüística, ese pedacito de nación --según refiere el preámbulo del Estatut-- que, al parecer, tanto desquiciaba el presupuesto de TVE. Bueno, no exactamente; igual uno, en su decepción personal y colectiva, exagera un poco, lo reconozco. Queda el café para todos. Queda esa media hora diaria en que la Primera desconecta al mediodía para dar paso al "informativo regional", como pasa en todos los centros territoriales: Extremadura, Castilla y León, Aragón, Comunidad Murciana...

O sea que, en plena algarabía de celebraciones por el 50 aniversario de la casa coincidentes con la reestructuración de la plantilla y la vertebración del nuevo Gobierno catalán, TVE se quita de encima el enojoso asunto de la desconexión catalana. De tapadillo. Total, ¿quién lo va a lamentar? ¿Quién va a llorar por nosotros cuando estemos muertos? Aquí paz y después gloria. Y es que a uno le queda esa sensación de paz de cementerio, un vez recibida la noticia, tras unos meses largos de informaciones contradictorias, de rumores de ida y vuelta, de sí pero quizá no, de falsas expectativas de un milagro de última hora.

Porque, aunque hacía meses que planeaba la rumorología sobre el cierre de las emisiones en catalán, del que ya se empezó a hablar durante la etapa de gobierno del PP, la impresión general era que un Gobierno socialista que exhibe la teoría de la España plural y que cuenta decisivamente con un importantísimo número de votos de la ciudadanía catalana no podía protagonizar esta afrenta. ¿O es que con el acuerdo sobre el Estatut ya se ha cerrado todo compromiso con la sociedad catalana? ¿O es que el Gobierno de España no tiene responsabilidad activa sobre las lenguas minoritarias cooficiales? ¿O es que este Gobierno no recauda los impuestos también de los catalanes?

"RTVE, que pagamos con los impuestos de todos los ciudadanos del Estado español, ha de ser sensible a la realidad diversa y cultural que hay en el país", decía el presidente del Parlament el pasado 13 de marzo, tras afirmar que "ahora hay que demostrar la voluntad de pluralidad, y si esta España plural existe o es teoría". El bueno de Ernest Benach afirmaba respecto a la posibilidad de cierre que la situación "es incomprensible" y que eso "nos hace daño como país, y hay que hacer todos los esfuerzos necesarios" para resolverlo. "Apoyo incondicional" es lo que dijeron que ofreció Benach a las emisiones en catalán de Ràdio 4 y Televisión Española.

Y muchos nos lo creímos. Como nos creímos la solidaridad de Joan Ridao, de ERC, y Joan Boada, de ICV-EUiA, y su insistencia en que el Gobierno central debe garantizar las emisiones en catalán de sus medios públicos de comunicación en Catalunya y asumir sus costes frente a la propuesta nueva de crear un Consorcio de comunicación integrado por el Gobierno central, la Generalitat y la Diputación de Barcelona. Incluso algunos avivamos la esperanza cuando el president Montilla, en respuesta al portavoz de Ciutadans durante el debate de investidura, le aconsejó que visitara una librería para comprender el estado del catalán frente al castellano. En cuanto Montilla ponga la tele y zapee un poco, pensé yo, entenderá por qué la desconexión catalana de La 2 no puede desaparecer.

Hay que ser muy desmemoriado o muy ingrato para ignorar el papel que jugó el centro de Sant Cugat --y en su momento el de Miramar-- en el restablecimiento de las libertades y en la normalización del catalán. Porque las libertades y la normalización de una lengua maltrecha --todavía hoy-- no son solo patrimonio de los informativos, si no que se extiende a todas las fórmulas de la comunicación audiovisual hechas de una manera digna. Y eso el centro de TVE en Catalunya lleva decenas de años haciéndolo. Con los mejores profesionales que este país ha tenido y que en Sant Cugat --o Miramar-- se iniciaron, perfeccionaron su carrera y se hicieron populares. Profesionales que han sido bagaje fundamental en las televisiones que después se han creado.

El centro de Sant Cugat, a pesar de los recortes arbitrarios en la desconexión, de la estrechez de los presupuestos actuales y de la resignación atónita con que han vivido los profesionales de la casa las últimas y penúltimas vicisitudes, ha mantenido el tipo con dignidad y no ha regateado el esfuerzo. Lo sé porque he compartido con ellos estos últimos años de penitencia. Y no es justo y es total y absolutamente ingrato que los políticos del país, los colegas de la comunicación y la sociedad civil miren hacia otro lado mientras la SEPI le administra la extremaunción.

La suerte está echada: la programación catalana de Sant Cugat baja el telón definitivamente dentro de pocas semanas. Con el telón bajado, quizá alguien se ponga las pilas e inicie conversaciones para tratar de encontrar una posibilidad de hacer viable algún día una solución que con suerte un año de estos... En fin, no era eso. Con la programación viva y coleando --que esa es la fuerza de un medio-- había que haber encontrado la fórmula del impasse hasta pactar la viabilidad definitiva. Poniéndole ilusión y ganas. Restituyendo lo que, por historia, esfuerzo y servicio al país y a la lengua, Sant Cugat se merece.

Fatalmente, los catalanes, seguimos siendo perdedores.

Ángel Casas, periodista. Director del programa Senyores i senyors en TVE Catalunya.