Necesario, insustituible, imprescindible belén

Poner el belén, montar el nacimiento o colocar el pesebre no es solo una costumbre fuertemente arraigada, sino que es el reflejo del mayor acontecimiento de la Historia: Dios se hace hombre. En estas fechas conviene recordar los orígenes de esta hermosa tradición navideña, relacionada con el surgimiento de las órdenes mendicantes en plena Edad Media.

Un signo especial de los religiosos franciscanos es su amor entrañable al belén, al nacimiento, al pesebre. Y ello es debido, en gran parte, al hecho histórico de que el inventor del belén fue su santo fundador, San Francisco de Asís. Cuando llega la Navidad, lo normal es encontrar en las comunidades de franciscanos, tanto masculinas como femeninas (clarisas), preciosos belenes que nos recuerdan el maravilloso, siempre antiguo y siempre nuevo, mensaje de amor de Dios a cada uno de nosotros: Dios se hace hombre por amor a ti y a mí. Y se hace hombre para salvarnos, a ti y a mí. Y se hace hombre en un humilde y sencillo portal, en una fría noche de invierno, para enseñarnos el mensaje de sencillez y humildad, a ti y a mí. Para que veamos que la humildad es el camino más recto para llegar a Dios.

San Francisco es un ejemplo clarísimo de humildad y sencillez evangélica. Fraternidad, pequeñez, pobreza, sencillez, amor a Dios y a las criaturas, a todos los seres creados. Es una figura histórica que cuenta con las simpatías tanto de creyentes como de paganos, de personas fervorosas como tibias, de todo tipo de estratos sociales, económicos y culturales.

Sí, san Francisco de Asís tiene «gancho» con todos los que conocen algo de su vida y de su obra. Deseando san Francisco vivir el Evangelio en plenitud, pensaba y meditaba frecuente y constantemente los pasajes evangélicos. Corría el invierno de 1223 y preparó, en una cueva cerca de Greccio, la representación del nacimiento del Niño Jesús. Para ello contó con la colaboración de sus hermanos de religión, además de los habitantes de la comarca. El deseo de san Francisco era contemplar de alguna manera con los ojos lo que sufrió Jesús en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre, cómo fue colocado en heno entre el buey y el asno.

Sencillez, pobreza, humildad. Dios hecho hombre por amor. Se celebró la Misa en ese lugar. San Francisco cantó el Evangelio; era diácono, no llegó a ordenarse sacerdote, posiblemente por humildad. Y predicó, fervorosamente, a todos los presentes. Hubo quien tuvo la visión de un niño recostado en el heno. Fue una noche de gozo, de gracia, de presencia de Dios hecho hombre entre los sencillos, los humildes. Y al amanecer, tras toda la noche de alabanzas a Dios, cada uno regresó a su casa, lleno de alegría y con el corazón rebosando de la presencia de Dios hecho Niño por amor. Por eso se considera que San Francisco es el inventor del Belén. Y por eso, los belenistas, que se dedican al sano objetivo y santa misión de difundir el Belén, lo tienen como Patrono.

San Francisco insistía en la importancia de la celebración de la Navidad: el nacimiento del Niño Jesús. Para él era una fiesta preferente. La llamaba «fiesta de las fiestas». Para celebrarla adecuadamente, San Francisco quería que en ese día los ricos dieran de comer en abundancia a los pobres, y que los animales tuvieran más cantidad de comida que los otros días.

Estamos en fechas cercanas a Navidad. Y tenemos el ejemplo del santo de Asís. Él nos enseña a celebrar adecuadamente el misterio de la Navidad. ¿Cómo podemos vivirlo? Por un lado, teniendo presente el amor de Dios durante estos días. Agradecer a Dios el nacimiento de Jesús. Y reflejo de este agradecimiento es el Belén. Pongamos en nuestra casa, en nuestro hogar, y en nuestro lugar de trabajo, un Belén. Y animar a familiares, a vecinos y a amigos a hacerlo ellos también. Que el Belén sea el centro de nuestra vida. Que en torno al Belén se reúna la familia para leer el Evangelio, para cantar villancicos, para rezar, para alabar a Dios. Procuremos visitar belenes en estos días. Y celebrar el nacimiento participando en la Misa de Nochebuena, como hizo san Francisco. Para ello es bueno prepararla leyendo y meditando el Evangelio, como también hizo san Francisco.

Por otro lado, celebrar la Navidad como fiesta. Procurar vivirla en familia, que tenga el carácter de reunión familiar. Preparar la cena de Nochebuena y la comida de Navidad con alimentos exquisitos y especiales. Y recordar que tenemos la obligación de compartir nuestra alegría y nuestros bienes materiales con los que no tienen.

De este modo tan sencillo, podemos vivir la Navidad como san Francisco de Asís. Pidámosle a él que nos ayude a entrar en el misterio de amor de Dios hecho hombre, y que el nacimiento de Jesús transforme nuestro corazón a imitación del suyo. Esto es lo que deseamos para todos en esta Navidad.

Federico Daniel Jiménez de Cisneros y Baudín es profesor de Historia.

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