¿Necesita Europa a Gran Bretaña?

Muchos británicos hoy creen que su país no necesita a la Unión Europea, e incluso hay quienes van más allá (como los miembros del Partido por la Independencia del Reino Unido y una importante cantidad de “euroescépticos” conservadores) y consideran que al país le iría todavía mejor fuera de la Unión. Sueñan a Gran Bretaña convertida en una especie de Singapur de Occidente, una potencia comercial dirigida desde la City londinense.

Por eso, el primer ministro David Cameron se sintió obligado a ofrecer al pueblo británico un referendo con una pregunta sencilla: ¿dentro o fuera? Personalmente, Cameron no quiere que Gran Bretaña abandone la UE, pero sabe que para que los futuros gobiernos británicos puedan dar la cuestión por terminada, se necesitará alguna forma de acuerdo democrático.

Convenientemente, todavía falta mucho para 2017, el año previsto para el prometido referendo. Mientras tanto pueden cambiar muchas cosas. Si la eurozona sale adelante, lo que hagan los países ajenos a ella tal vez ya no importe tanto. Además, también puede ocurrir que más europeos terminen coincidiendo con Cameron en que una unión política europea cada vez mayor no es deseable (siempre que tengan esa opción, lo cual no está para nada seguro).

Entretanto, habría que analizar otra cuestión: ¿cuántos en Europa quieren que Gran Bretaña permanezca en la UE? La respuesta depende en parte de la nacionalidad. Los pequeños estados del norte, por ejemplo los Países Bajos, siempre han querido a Gran Bretaña dentro de la Unión, ya que sin ella serían presa de las ambiciones de mando de Francia y, en mayor medida, de Alemania. Sin embargo, conforme los recuerdos de la Segunda Guerra Mundial se van borrando, son cada vez más los que en los Países Bajos y Escandinavia se sienten a gusto bajo la sombra protectora de la poderosa Alemania.

Pero si preguntáramos a los alemanes, probablemente responderían que prefieren tener la compañía de Gran Bretaña antes que vérselas solos frente a los países del Mediterráneo. La cultura todavía importa, y los alemanes tienen en común con los británicos mucho más de lo que comparten con los griegos, o incluso con los italianos.

Francia es otro tema. Según una encuesta reciente, el 54% de los franceses preferirían que Gran Bretaña abandone la UE, cifra que también puede tener un elemento cultural. Gran Bretaña nunca gozó de mucho aprecio entre los franceses. El presidente Charles de Gaulle bloqueó dos veces la entrada de los británicos a la Comunidad Económica Europea; igual que muchos líderes franceses, de Gaulle desconfiaba profundamente de los “anglosajones”. En su pomposa forma de ver las cosas, Francia era el guardián natural de los valores europeos, que en su opinión, no eran otra cosa que los valores franceses.

En 1930, Winston Churchill dijo acerca de su país: “Estamos con Europa, pero no en ella”. Este sentimiento todavía lo comparten muchos en Gran Bretaña, y de Gaulle también lo compartía. Una vez dijo, con cierta ironía, que convirtiéndose en miembro de una unión europea, Gran Bretaña perdería su identidad, y eso sería una verdadera lástima.

Pero ni la cultura, ni la nacionalidad, ni siquiera el chauvinismo gaullista bastan como única explicación. La expresión de sentimientos pro o antibritánicos en Europa tiene un importante componente político. Los franceses que se declararon partidarios de que Gran Bretaña abandone la UE son en su mayoría de izquierda, mientras que muchos de los que mantuvieron la posición contraria están más a la derecha. Por qué es así no está del todo claro, pero probablemente tenga que ver con que la derecha incluye a los neoliberales, que comparten la actitud británica hacia los negocios y el libre comercio.

La izquierda francesa, igual que la del resto del mundo, es partidaria de un importante grado de control estatal de la economía, junto con soluciones tecnocráticas, más que liberales, a los problemas sociales y económicos. Esta forma de pensar estuvo muy presente en la construcción de las instituciones europeas.

Alguien que personifica esta tendencia es Jean Monnet, uno de los artífices de la unificación europea, burócrata de alma que desconfiaba de los políticos. La política democrática es compleja y divisoria, y abundan en ella las soluciones de compromiso; Monnet odiaba todo eso. Estaba obsesionado con el ideal de unidad y quería resultados prácticos, independientemente de los vaivenes y las negociaciones de la política.

No es que Monnet y otros tecnócratas europeos estuvieran en contra de la democracia, pero en su celo por unificar a las diversas naciones-estado de Europa, muchas veces parecía que no le daban demasiada importancia. Los eurócratas sabían qué era lo mejor para los ciudadanos europeos y qué debía hacerse. Un exceso de debate público o la interferencia de los ciudadanos y sus representantes políticos no harían más que retrasar el proceso. De allí surge el típico lenguaje de la UE, con sus “trenes imparables” y sus “decisiones irreversibles”; que los ciudadanos cuestionen la sabiduría de los grandes planificadores no forma parte de las previsiones.

Este énfasis en la planificación es una de las razones por las que el “proyecto europeo” siempre atrajo a la izquierda, y no solamente en Francia. La creencia tecnocrática en modelos ideales es inherentemente utópica. Además, la gente de izquierda siempre ha sentido hacia el nacionalismo una profunda aversión que se origina en las dos desastrosas guerras europeas.

Pero los británicos, a los que el nacionalismo churchilliano ayudó a sobreponerse a los ataques de Hitler, nunca compartieron esta aversión. Y el profundo orgullo que sienten por la tradición británica de democracia liberal siempre los hizo desconfiar de los entrometidos burócratas de Bruselas. Sin duda, hay en esto una parte de chauvinismo e incluso de xenofobia: ¿cómo es posible compartir la autoridad política con extranjeros?

Pero sería un error no prestar atención a las dudas británicas sobre el proceso de unificación de Europa, ya que son más que una simple reacción nacionalista. También en el resto de Europa hay ahora muchos que lamentan el aumento de poder de la burocracia de la UE. La resistencia británica a los grandiosos planes europeos es una muestra de firmeza democrática, dentro de una empresa que, por mejores intenciones que tenga, puede tornarse autoritaria; dicha resistencia debe servir de necesario contrapeso al utopismo de los tecnócratas.

Los partidarios de la unificación europea deberían tomarse muy en serio las críticas a las deficiencias políticas del proyecto. Es la única garantía de que Europa unida, cualquiera sea la forma que adopte, será democrática y al mismo tiempo beneficiosa desde el punto de vista económico. Por eso Europa necesita a Gran Bretaña: no como un centro bancario y comercial de ultramar, sino como un socio difícil, cuestionador, obstinadamente democrático.

Ian Buruma is Professor of Democracy, Human Rights, and Journalism at Bard College. Traducción: Esteban Flamini

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