El campo español está en llamas. La campaña electoral de Castilla y León, la crisis energética agravada por la guerra en Ucrania o los efectos de la huelga del transporte han traído a las calles de nuestras ciudades el grito de socorro de un mundo que ve colapsar su modo de vida. Un grito que pide soluciones urgentes a problemas inmediatos como la escalada de costes pero que, también, obliga a poner en primer plano retos estructurales que, de no abordarse, nos dejarán instalados en el “pan para hoy y hambre para mañana”.
Las voces que demandan precios justos o mejores servicios se mezclan con otras que defienden macrogranjas, toros, caza…dependiendo de intereses no necesariamente coincidentes. Pero la realidad es que no se han escuchado las de mujeres y jóvenes, casi ausentes del actual escenario reivindicativo, ni tampoco las de la ciudad, como si ésta se situara al margen de las dificultades que atraviesa nuestro campo. Una dicotomía tramposa pues los desequilibrios de ambas se retroalimentan mutuamente. Así, mientras el medio rural lleva décadas desangrándose como consecuencia de una imparable pérdida de habitantes, la densidad poblacional de Madrid supera en 30 veces la de Aragón, Extremadura y las dos Castillas y, de las 33 áreas en Europa de un kilómetro cuadrado que albergan más de 40.000 habitantes, 23 se encuentran en España.
El campo es clave para garantizar la seguridad alimentaria del entorno urbano. Es también el repositorio medioambiental, concentra un incalculable patrimonio cultural y podría ofrecer alternativas innovadoras a las disfuncionalidades que afectan a muchas de nuestras ciudades. Pero, para hacerlo, es necesario establecer una nueva relación entre lo urbano y lo rural. Otra mirada que dé valor a lo pequeño y a las personas, apostando por modelos integrales de desarrollo cuyo vector sea la sostenibilidad de la vida en ambos espacios.
Primero, la gente. La que se queda, la que se marcha y la que habría que atraer para llenar la España que llamamos vaciada. La sangría poblacional sólo podrá cortarse creando condiciones favorables a la vida de las personas, que acorten las enormes distancias existentes entre un mundo urbano que brinda oportunidades frente a un mundo rural escaso en todo.
Escaso, en primer lugar, de juventud porque, en un contexto de población envejecida (casi 10 puntos por encima de la media española), retener y atraer a las personas más jóvenes será el único modo de garantizar un relevo generacional que además resulta urgente, considerando que la mayoría de los productores rurales están ya próximos a la jubilación y ese campo de canas abundantes y deficitario en niños está también sediento de cuidados.
Escaso de mujeres porque son ellas las que más emigran del campo. El reciente informe de Closingap aporta datos reveladores sobre las brechas de género en el mundo rural. Pese a que sus niveles medios de estudios superan con creces los de los hombres (por cada mujer entre 20 y 34 años con título universitario, solo hay 0,57 hombres), su tasa de empleo es más baja, la temporalidad más elevada y en jornada parcial triplica la masculina. Están infrarrepresentadas en la propiedad y titularidad de las explotaciones agrarias. Dedican, asimismo, dos horas y siete minutos más al día que los hombres a tareas del hogar y cuidados (una hora más que las mujeres en entornos urbanos).
Es sabido que el campo español está altamente masculinizado (alcanzando 112,8 hombres por cada 100 mujeres en localidades inferiores a 1000 habitantes, frente a 94,8 en zonas urbanas) y sus culturas son menos proclives a reconocer la igualdad entre uno y otro sexo. Esto refuerza el abandono de las mujeres, acuciadas tanto por la falta de oportunidades laborales, como por la extrema escasez de servicios de atención a la dependencia, que las convierte en proveedoras casi exclusivas de cuidados. A todo lo anterior, se suman las mayores dificultades de las mujeres para la conformación de pareja y familia en el entorno rural en comparación con el urbano. Por ello, la principal semilla transformadora del campo es la igualdad.
Asentar población en el medio rural de manera sostenible quiere decir, por otra parte, hacerlo en un campo cuya tierra, agua y aire estén preservados de la deforestación, la contaminación, los incendios, los vertidos y la desprotección del patrimonio medioambiental. Un campo apto para disfrutar de una vida sana e, igualmente, contribuir a un tejido productivo diversificado, generar una potente economía verde, retener habitantes y captar un turismo que valore los tesoros del mundo rural y aporte nuevas oportunidades a su población.
Afianzar economías sostenibles en el medio rural requerirá, en esa medida, el impulso de políticas sectoriales sólidas y ancladas en los activos de cada territorio. Considerando, además, la relevancia de promover el emprendimiento y el desarrollo de los negocios más pequeños. Según cifras del IPyme6, las agrarias representan el 10,03% de las empresas pero apenas el 5,15% del empleo, con un tamaño medio (2,8 trabajadores) que es la mitad del conjunto. Ayudarlas a mejorar y crecer ha de ser prioritario, como lo es valorar sus productos pagando precios justos.
Llenar la España vaciada exige también ofrecer un internet estable y de calidad, que no solo atraerá población urbana animada por las crecientes posibilidades de emprendimiento y teletrabajo en cada vez más actividades, sino que es clave desde el punto de vista de la modernización y digitalización de las economías locales. Pero, asimismo, del acceso por parte de la población a los beneficios de la educación en línea, la telemedicina, el comercio electrónico o los servicios administrativos. Oportunidad cuyo aprovechamiento requiere de la dotación masiva de competencias digitales a la población y de la creación de servicios de mediación que faciliten las transacciones a quienes están más alejados de la tecnología, evitando así que se produzcan nuevas brechas.
Llenar la España vaciada significa también articular las nuevas comunidades que se están constituyendo con la llegada de inmigrantes y, en los dos últimos años, un creciente trasvase de población urbana que redefine sus prioridades vitales frente a la sacudida pandémica. Ahuyentar el riesgo de la configuración de nuevos “guetos” será, por tanto, una tarea central para preservar derechos, propiciar la innovación, resolver posibles tensiones y lograr una convivencia enriquecedora que sea fuente de bienestar para todas y todos.
Por último, recordar que en 4.997 municipios de menos de 1.000 habitantes (61% del total) se distribuye dispersa el 3% de la población española. Esto hace casi imposible impulsar estrategias capaces de generar oportunidades, captar y gestionar inversión, retener y atraer población o gestionar servicios que necesitan una mínima escala. Llenar de vida y gente nuestro medio rural depende también de hacerlo institucionalmente sostenible, con políticas ambiciosas de desarrollo local, acompañadas de una amplia mancomunación de organismos susceptibles de dar respuesta a las viejas y nuevas demandas de los territorios rurales.
Sembrar de vida y futuro el campo español debe convertirse en una de nuestras prioridades políticas, no de gobierno sino de Estado, de sociedad. Contamos, aquí y ahora, con poderosas herramientas a nuestro alcance para conseguirlo. No las tiremos por la borda. La España Vaciada, y la Llena, no lo merecen.
Cecilia Castaño es catedrática de Economía Aplicada de la Universidad Complutense y María Ángeles Sallé es doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Valencia.