Necesitamos medidas del siglo XXI para la Covid

Hace unas semanas, gracias a Íñigo Errejón y a la publicidad dada por un diputado del Partido Popular, la cuestión de la salud mental generó cierta conversación y debate a nivel nacional.

No es un problema menor, sobre todo en los tiempos que nos toca vivir, con una pandemia que acaba de entrar en su segundo año de vida. Según los datos del CIS, un 35% de los españoles reconoce haber llorado a causa de la Covid-19.

En 2020 murieron 501.099 personas en España. 86.185 más que en 2019, lo que supone un aumento del 20,77%.

Hasta la décima semana de 2021 lo hicieron 106.995 personas, es decir, un 12,02% y un 18,20% más con respecto a 2019 y 2020, respectivamente. Que en números absolutos serían 11.482 defunciones más que hace dos años y 16.476 más que el año pasado.

En total, podríamos decir que han fallecido prácticamente 100.000 personas más desde el inicio de la pandemia. Pero no todas se deben al coronavirus.

Para calcular el exceso de mortandad tenemos que ver los datos del Sistema de Monitorización de la Mortalidad diaria (MoMo), que tienen en cuenta tanto los decesos esperados como los observados. Entre el 1 de marzo de 2020 y el 29 de marzo de 2021, el exceso de mortalidad se sitúa, según el MoMo, en 83.000 personas. Es decir, un 19,3% sobre las esperadas.

Los registros oficiales sitúan la cifra en 75.200.

Es probable que las cifras dadas por el Ministerio de Sanidad se aproximen a la realidad y que las diferencias se deban a que más personas han muerto debido a otras enfermedades. Enfermedades que no han sido correctamente atendidas porque la mayor parte de los recursos sanitarios se ha centrado en atender lo urgente (el coronavirus).

Pero, suponiendo que el número de óbitos causados por el resto de enfermedades se haya mantenido estable, los tumores y aquellas que afectan al sistema circulatorio tienen un mayor peso que las generadas por el virus.

Focalizar todo en el coronavirus hace que nos olvidemos de realizar un análisis integral de salud pública a medio y largo plazo.

Lo razonable es pensar que se han producido y se seguirán produciendo muertes evitables no asociadas al virus.

Por ejemplo, en un estudio realizado con datos de 32.500 pacientes de cáncer en Reino Unido, se estima que en los próximos cinco años habrá alrededor de un 10% más de fallecimientos debido a los retrasos de diagnóstico causados por la pandemia. En las islas británicas también se dan excesos de mortalidad a causa de enfermedades cardiovasculares sin relación con la Covid-19 de alrededor del 8%.

Pero a pesar de estos datos, las medidas adoptadas por muchos gobiernos, de todos los colores, se basan en lo mismo de siempre: cierre y confinamiento.

Parece que 365 días después confiamos en las mismas recetas que se aplicaron con la mal llamada gripe española. Es decir, que, a pesar de los avances en múltiples campos como el sanitario o el tecnológico, y de contar con muchos más recursos, vivimos instaurados en un estado de excepción permanente que más bien parece del siglo XX.

Y aunque se insiste en que se legisla y se ordena con base en la evidencia científica, esta señala que la clave no es aplicar restricciones severas. Estas restricciones, en España, podrían incluso haber tenido el efecto contrario. Es decir, que podrían haber generado un aumento en el número de casos.

Al mismo tiempo, si una región como la Comunidad de Madrid opta por una estrategia diferente, es atacada ferozmente, incluso con mentiras. Como la de que acumula el 40% de contagios, cuando en realidad esa cifra es el 25%.

Pero la mayor es la que tiene que ver con la mortalidad. Entre el 5 de marzo y el 9 de mayo de 2020, es decir, bajo el mandato único, el exceso se situó en el 195%.

Durante la tercera ola, es decir, entre el 10 de enero y el 3 de marzo de este año, en el 21%.

Desde mayo de 2020, las muertes observadas se mantienen más o menos estables dentro de las bandas estimadas de fallecimientos esperados calculados por el MoMo, y el número reproductivo básico se encuentra por debajo de la unidad desde hace dos meses.

La trazabilidad de los casos es del 56,2%, en niveles similares a los de Cataluña y por encima de, por ejemplo, Asturias (15%) y País Vasco (1%).

Lo fácil es hacer teatro pandémico. Es decir, fingir que se hace algo, aunque sea poco o nada efectivo. El cierre de parques o la desinfección de calles por parte de personal de limpieza con trajes EPI, prohibir el pararse en la calle para hablar y, por supuesto, cerrar negocios, han sido las más habituales.

Lo difícil es negociar en condiciones con las farmacéuticas para asegurar una rápida vacunación y tener buenos equipos de rastreo y detección.

Lo último es el concierto de Love of Lesbian. Ha generado indignación. Parece que debemos olvidarnos de vivir.

Pero los 5.000 asistentes se han sometido a pruebas para detectar positivos (seis en total). Todos, además, llevaban mascarilla FFP2. También se hicieron mediciones de temperatura y se puso a disposición de ellos abundante gel hidroalcohólico.

Se trata de un experimento monitorizado por un hospital para comprobar si es posible celebrar eventos de este calibre de manera segura.

Indignémonos con quienes gobiernan en contra de la evidencia y sus libertades, no con quienes usan la ciencia para aplicar medidas del siglo XXI frente a tanta (auto)flagelación y policía de balcón/instagramer/tuitera.

Santiago Calvo López es doctorando en Economía por la Universidad de Santiago de Compostela e investigador en el Instituto Juan de Mariana.

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