Negacionismo vacunal y trivialización del Holocausto

Manifestantes antivacunas en Berlín.Michael Sohn (AP)
Manifestantes antivacunas en Berlín.Michael Sohn (AP)

Protestan contra un Estado, el alemán, que les garantiza su derecho a protestar en la vía pública, siempre y cuando se cumplan ciertas condiciones previstas por la ley. Porque, claro, los demás también existen y a lo mejor necesitan la calzada para ir a casa o para dirigirse al trabajo. Así pues, si se incumplen las tales condiciones, no se les permite manifestarse. Entonces ellos se manifiestan igual. Lo llaman paseo. Una muchedumbre de bocas lanza gritos al unísono contra las normas restrictivas asociadas a la actual pandemia. Aseguran que han coincidido por azar en la misma calle y que no se conocen entre sí. Se sienten, dicen, acosados y perseguidos, también por la prensa, a la que acusan de mentirosa.

Ahora que se especula en el parlamento y en los medios de comunicación alemanes sobre la posibilidad de imponer la vacuna obligatoria, el volumen de la gritería ha aumentado perceptiblemente. Hace poco, una señora exaltada afirmó delante de un micrófono que ella “no iba a consentir que le inyectasen ningún caldo”. De esta y otras aseveraciones similares se deduce una sostenida propensión a las metáforas entre los adeptos al negacionismo vacunal.

Su ocurrencia más cínica consiste en colocarse un brazalete que remeda la estrella de David con fondo amarillo, idéntica a la que los ciudadanos de estirpe judía debían llevar por fuerza, cosida en parte visible de su indumentaria, por los tiempos del nacionalsocialismo, para más señas a partir de septiembre de 1941. La estrella enmarca una inscripción: ungeimpft, o sea, no vacunado, en el lugar donde los nazis prescribieron que figurase la palabra judío. Los hay que optan por colocarse la estrella en la mascarilla o a modo de estampado en la camiseta. Huelga decir que lo hacen voluntariamente y no obligados con amenaza de terribles castigos por un régimen tiránico.

Estas y otras baratijas similares están a la venta en internet, donde también se ofrecen fotomontajes de la puerta del campo de exterminio de Auschwitz con el lema cambiado. En lugar del tristemente célebre Arbeit macht frei (“El trabajo hace libre”), puede leerse Impfen (”vacunarse”) macht frei.

Tras comprobar la presencia repetida de la estrella en las manifestaciones contra la vacuna, la policía alemana recibió orden de intervenir. Se efectuaron incautaciones del accesorio de tela, frívola tergiversación de una atrocidad histórica; llegaron a continuación algunas detenciones y ya hay constancia de al menos una sentencia judicial condenatoria. Por fortuna, existen en la Alemania actual mecanismos legales para frenar el antisemitismo, nunca desaparecido del todo. El lado negativo del asunto lo constituye la frecuencia cada vez mayor con que se hace necesaria la aplicación de dichos mecanismos.

La burda equiparación de unas restricciones de índole sanitaria con la persecución sistemática y criminal a los ciudadanos judíos durante la época nazi no niega el Holocausto (cosa, por cierto, penalizada en Alemania), pero desfigura su significación en interés propio, a la par que borra del recuerdo la verdadera magnitud del dolor causado por el régimen nazi en nombre del pueblo alemán. La acción trivializa el Holocausto, combinándolo con ingredientes lúdicos, por no decir burlescos.

La ridiculización del mencionado símbolo es obra de simpatizantes de la derecha radical y sus aledaños ideológicos, con fuerte arraigo en las regiones federadas que antaño integraron la República Democrática Alemana. En vano se buscará en los ciudadanos que se adornan con la estrella un ápice de compasión hacia los judíos perseguidos y asesinados en Europa por iniciativa de Hitler. Más bien cunde en sus mentes una convicción que ya hemos percibido en otros sitios, según la cual unas víctimas se compensan o se neutralizan con otras de distinto signo. Este igualamiento tan simple como perverso parece resultar efectivo, según parece deducirse de la frecuencia con que algunos recurren a él. Entra dentro del cálculo de aquellos que tienen facilidad para encontrar víctimas en las filas de los agresores y se apresuran a hablar de un arreglo de los conflictos que tenga en cuenta “todas las víctimas”.

La usurpación de la estrella de David sobre fondo amarillo pretende situar a un mismo nivel de sufrimiento a seis millones de judíos exterminados y a una minoría de adversarios de un plan de vacunación y de unas medidas restrictivas adoptadas, previo debate y votación parlamentaria, por las autoridades de un Estado de derecho. Las campañas de trivialización del Holocausto contribuyen a sacar de la conversación privada y exhibirlo en la vía pública un odio cada vez menos larvado a la comunidad judía. En tal sentido, va para largo tiempo que el Consejo Central de los Judíos en Alemania traslada de vez en cuando mensajes de alarma a la opinión pública. Como en tiempos que ingenuamente creíamos pasados, caminar con la kipá por las calles de algunas ciudades centroeuropeas vuelve a entrañar serios riesgos. Los insultos, como mínimo, están garantizados.

Fernando Aramburu es escritor y premio nacional de Narrativa. Su última novela es Los vencejos (Tusquets).

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