Negacionismo y posverdad

El siempre indigno e indignante negacionismo del Holocausto cobra una fuerza renovada en tiempos de la posverdad, esa marca blanca de la mentira a la que me he referido en otro artículo publicado en ABC. Este auge negacionista constituye una amenaza preocupante para la Justicia y la dignidad humana. El negacionismo no solo lo han practicado extremistas sin escrúpulos o deleznables políticos, también regímenes islamistas enemigos declarados de israel y del pueblo judío.

Por increíble que parezca, existen personas e intereses capaces de negar la existencia de un hecho histórico tan terrible como real, perfectamente acreditado y documentado, para vergüenza de la Humanidad. ¿Cómo es posible? Porque ya desde la posguerra mundial, hubo interesados en desmentir la horrorosa realidad de la Soah: los propios criminales nazis. Pero lo que podría no haber sido más que una mera estrategia de defensa de los genocidas, se extendió hasta nuestros días en alas del antisemitismo y con el aval de distintos sujetos capaces de falsear datos, levantar calumnias, inventar relatos y alimentar falazmente una de las mayores infamias posibles: negar el exterminio perfectamente planificado de seis millones de judíos.

Quienes hemos tenido el privilegio de escuchar en persona el testimonio de supervivientes del Holocausto como Violeta Friedman, Joseph Bohrer, Jaime Vándor, Jorge I. Klainman o Moshe Haelion, un testimonio de dolor, dignidad y esperanza, tenemos la responsabilidad de no permitir que sus palabras caigan en el olvido y mucho menos en la negación, tal y como expliqué en el citado artículo «Cuando ya no queden supervivientes». No podemos evitar que estas voces centenarias se vayan apagando progresivamente, como ya ha ocurrido con alguna de las citadas, pero sí podemos trabajar para que su infinito valor no se desvanezca en el olvido.

Pero volvamos al asunto que da título a esta reflexión. Solamente desde una ruptura absoluta de la realidad, una pérdida completa de objetividad, o una maldad insondable puede negarse un hecho histórico tan dolorosamente documentado. Y ahí es donde el negacionismo comparte raíz con la posverdad, esa mentira de la posmodernidad que desprecia todo argumento racional para trazar un relato falaz pero emocionalmente convincente.

La base común de negacionismo y posverdad es el relativismo, esa enfermedad filosófica de nuestra época, como lo definió Karl Popper, y ambos operar a un nivel irracional para perpetrar su manipulación y falsificar la realidad. A ello dediqué el segundo artículo citado, «Posverdad, marca blanca de la mentira», que explicaba los riesgos de este juego de apariencias que envuelve a nuestro mundo actual y la necesidad de una sociedad crítica que no consienta la prevalencia de la irracionalidad sobre la verdad.

La Soah es dolorosa, pero auténtica. Negar esa vedad constituye un segundo Holocausto, un crimen no solo contra sus víctimas sino contra toda la Humanidad, por lo que es de vital importancia combatir toda actitud negacionista, desenmascarando sus intereses y desmontando sus falacias. Y para ello solo hay un arma, la verdad, la gran enemiga de quienes solo pueden desenvolverse en la oscura impunidad de la sinrazón, donde toda injusticia es posible, donde cualquier persona puede ser despojada de sus derechos, donde cualquier pueblo puede ser humillado y masacrado. Y este desafío convoca a todas las esferas de las sociedades libres, la política, la justicia, la educación, la comunicación...

No permitamos que se pierda en esa oscuridad la memoria de tantos seres humanos aniquilados, preservemos el testimonio de los supervivientes de los campos de exterminio. En ello nos va nada menos que la defensa del hombre frente a nuevos genocidios, cuya vanguardia es ni más ni menos que ese negacionismo que campa a sus anchas en la incierta nebulosa de la posverdad.

David Pérez García, alcalde de Alcorcón.

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