Negar al aliado es regalar la victoria al adversario

El discurso de repuesta del presidente del PP, Pablo Casado, a modo de desquite político y personal, a la moción de censura del líder de Vox, Santiago Abascal, ha obrado la paradoja de suscitar mayores y más estruendosas felicitaciones cuanto más alejados se encontraban sus autores de los postulados liberales del centroderecha y más próximos al Gobierno de cohabitación socialcomunista. Es de temer que la ofuscación del jefe del principal partido de la oposición le haya cegado y no haya tenido la cautela de perro viejo de la fábula de Samaniego. Al verlo saciar su sed en el río sin dejar de correr a la vez, un taimado cocodrilo le encomienda: «¡Bebe quieto!». A lo que éste objeta: «Dañoso es beber y andar; pero ¿es sano aguardar a que me claves el diente?». Ante tal discernimiento, el caimán ha de admitir: «¡Oh; qué docto perro viejo! Yo venero tu sentir en esto de no seguir del enemigo el consejo».

El alegato de Casado, no ya por el fondo ni por su voto negativo, sino por la descarga de adrenalina que dispensó en su cainita descalificación moral a su hasta ese día amigo Abascal y en la estigmatización de una formación nacida de una costilla del PP en los términos que lo hacen comunistas y separatistas, no se ha atenido a la moraleja de Samaniego de que no conviene seguir el camino que te marcan quienes buscan tu extravío. Menos cuando la víspera, entre bambalinas, el PSOE había suscrito un nuevo pasquín con todas las fuerzas antisistema de la izquierda –incluida la CUP, que se añadía a neocomunistas, soberanistas y filoetarras– estableciendo un cordón sanitario en derredor de Vox. Pero con cuerda suficiente también para PP y Cs si no se pliegan al nuevo orden no precisamente democrático.

Negar al aliado es regalar la victoria al adversarioEste apartheid, esta segregación ideológica, de una formación más respetuosa con la Constitución que los sindicados de Sánchez, hace más peligroso y temerario al actual líder de un PSOE que ni siquiera en la oposición al tardofranquismo quiso alinearse con fuerzas de ese jaez. Desde Zapatero en adelante, en cambio, transita del pacto constitucional a la política de exclusión emprendiendo un revisionismo histórico que propicie un proceso destituyente de la Transición y de la Constitución de 1978. Así, de buscar el centro para ganar elecciones, ha pasado a radicalizarse para, a base de cortejar al extremismo, perpetuarse con la más baja renta electoral que gobernó partido alguno la España de la Restauración Democrática.

Por eso, sin necesidad de tener que oír los plácemes de Iglesias y de Lastra, o contemplar los aires de perdonavidas de Sánchez como si fuera el Petronio de las excelencias democráticas o nuncio del Papa Francisco, cuando apostata del Estado de Derecho y es un reconocido apóstata religioso, Casado debiera saber que su discurso no ha contribuido ni muchísimo menos a reforzar la alternativa al Gobierno Frankenstein. Quien no está dispuesto a romper con Podemos y el resto de su cohorte emplazaba a Casado a hacerlo con Vox y éste accedía. Cualquiera hubiera entendido el reposicionamiento del PP como parte de una estrategia común con el PSOE para que éste se apartara, a su vez, de sus aliados Frankenstein en línea con la demanda europea de una convergencia entre liberales y socialdemócratas para afrontar los retos políticos y económicos de la Covid-19.

En estas condiciones, al cabo de un año largo de la manifestación constitucionalista de la madrileña plaza de Colón contra la claudicación de Sánchez en Pedralbes y que le obligó a hibernar la Mesa de la Autodeterminación de Cataluña, el Gobierno puede felicitarse de haber desbaratado la confluencia del PP, Cs y Vox tras posibilitar gobiernos en autonomías y ayuntamientos. Otro tanto en Cataluña tras alentar un movimiento civil que operó la victoria no nacionalista por primera vez desde la restauración de la autonomía. El retroceso es tan apreciable que no se puede disimular con los aplausos que Casado recibió de los suyos en lo que sólo cabe circunscribir como un acto de vindicación interna frente a una formación que le gana terreno.

En vez de atraerse a los cuatro millones de votantes de Vox, como en Madrid o en Andalucía, ahora ciega esa vía y otorga a la izquierda la prerrogativa de estipular lo que es correcto o no, al tiempo que la dota de los instrumentos de cancelación del centroderecha como alternativa de gobierno. Craso error. Mordido el anzuelo, Sánchez jugará con Casado como con Arrimadas hasta haber aguado Cs obrando que Vox capitalice esa oposición con la que el Gobierno juegue al frontón. Cuando Casado acusa a Abascal de haberle facilitado el Le Pen que buscaba Iglesias, se olvida de que, si acaso, es fruto de la pasividad de Rajoy y él puede contribuir a solidificarlo si yerra en su estrategia.

En El club de los poetas muertos, la película de Peter Weir sobre el antiguo alumno que regresa como profesor para darle otro aire a la academia Welton, míster Keating anima a sus discípulos a que disfruten de la poesía para que sus vidas sean extraordinarias. Con versos de Robert Frost –«dos caminos se abrieron ante mí. Tomé el menos transitado: eso marcó la diferencia»–, el personaje que interpreta Robin Williams les traslada este dilema: «Hay un momento para el valor y otro para la prudencia. El que es inteligente, sabe distinguirlos».

En esta difícil encrucijada, Casado cree haber ejecutado un necesario acto de valor al ser puesto a prueba por un Abascal que, buscando una doble carambola, ha roto el tapete verde de la mesa de billar. De un lado, el líder de Vox pretendía reprobar a Sánchez por la calamitosa gestión de la pandemia y por aprovechar la emergencia para echar abajo la Constitución; de otro lado, pleitearle al PP la primogenitura de la derecha al no haber nacido para completar mayorías ajenas a la espera de dejarse comer, sino a comer y a comerse al PP si se deja.

En claro paralelismo, el populismo de la derecha alternativa de Vox seguía la falsilla que el populismo de la izquierda alternativa de Podemos en la moción de censura que Iglesias presentó en 2017 contra Rajoy, pero destinada a aprovechar la ola favorable de las encuestas para darle un sorpasso a un anémico PSOE y alzarse con la hegemonía de la izquierda. No obstante, en aquella Cámara sin diputados de Vox y hoy tercera fuerza, con Rajoy contribuyendo al espectáculo, un PSOE acéfalo –Sánchez había dejado su escaño al defenestrarlo los barones–, optó por tragar saliva y no votar contra Iglesias. Una prudente abstención ante esta incitación de sus hoy colegas de Consejo de Ministros. Aquel día Rajoy, zurrándole la badana a Iglesias, salió tan aplaudido y loado en titulares como Casado la otra mañana atizándole a Abascal.

En vez de optar por una abstención activa que marcara distancias con Vox, sin poner en riesgo esa mayoría alternativa de centroderecha, Casado ha resuelto volar los puentes con Vox y quemar las naves para que nadie tenga la tentación de dar marcha atrás como Hernán Cortés al lanzarse a conquistar México. Lo hizo con una inusitada violencia verbal contra su amigo de antiguo. Así, quien había confesado que lo tendrían que parir de nuevo para devolverle a Sánchez la trastada de filtrar unos mensajes mutuos a propósito de la renovación del Consejo General del Poder Judicial no ha tenido empacho en endilgarle al presidente de Vox y víctima de ETA que «el PP ha pagado un tributo de sangre que personas como usted están pisoteando». Si el doctor Sánchez, ¿supongo? jamás le perdonó a Rivera que le sacara en las Cortes su fraudulenta tesis doctoral, la fractura entre Casado y Abascal va a ser casi insoslayable y un escollo para su ineludible entente para sacar a Sánchez de La Moncloa.

Se podrá argüir que, tras liarse Abascal en una rotonda de Móstoles y desbarrar contra Europa cuando ésta supone una garantía para la libertad y el bienestar españoles, el PP no podía dejar de votar no. Es verdad. Pero la decisión venía de antes. No se sabe si de dos semanas atrás cuando Aznar le instó a ganarse los galones y a votar en contra. Cabe por ello entender que Casado quiso aprovechar la moción de censura contra Sánchez para convertirla en una moción de confianza en su favor a modo de confirmación de la alternativa que tomó hace dos años largos al encumbrarse contra pronóstico máximo dirigente del PP.

En este sentido, Casado buscó darle vuelta de judoca a Abascal y aprovechar la fuerza del contrario para tumbarlo en el tatami tras la arremetida mal calculada del gerifalte de Vox. Pero, con todos los hilos que se precisan para tejer un tapiz y tantas las piedras para formar un mosaico, la contienda cabileña del centroderecha imposibilita una mudanza de Gobierno y facilita el cambio de régimen en marcha. Así, en vez comerse ellos al lobo, se comen unos a otros. Raro modo de entenderse, desde luego, que diría Larra en estas vísperas de difuntos.

Como el valor de un acto se juzga por su oportunidad, esta moción ha supuesto un colosal estropicio para el centroderecha. Si la moción de censura de Podemos no impidió el reagrupamiento de la izquierda en la victoriosa investidura Frankenstein auspiciada por el PSOE, la abrupta ruptura del PP con Vox encizaña las alianzas en Madrid, Andalucía y Murcia, al tiempo que corta alas para otras empresas. Por mucha «fuerza tranquila» –emulando un histórico lema de Mitterrand– que enarbole Casado para reafirmarse frente a Abascal. No, desde luego, ante Sánchez siendo quien más merece una moción de censura desde la restauración democrática de 1977. No se trataba de ganar un partido, sino de poner las bases para conquistar el campeonato.

No parece tener visos de verosimilitud su presagio de que «este Gobierno que todos veis de larga vida, va a durar menos de lo que imagináis, y si no, al tiempo», como declaró el propio Casado a esRadio en la antesala del debate. Mucho más si se deja dorar la píldora que no se tragó aquel perro viejo de Samaniego cuando el ladino caimán le vino con el cuento que bebiera tranquilo. Como para fiarse y no echar a correr.

Francisco Rosell, director de El Mundo.

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