Negociación en Minsk

El Congreso y la Casa Blanca discuten el envío de armas a Ucrania: envío no decidido aún pero quizá próximo. Estamos ante la mayor amenaza desde el comienzo de la posguerra fría. Estados Unidos, no la OTAN, enviaría a Kiev armamento sofisticado y especialmente peligroso. De nuevo llegan momentos decisivos para la alianza que franceses y españoles llamamos OTAN, NATO para germanos y anglosajones. Putin es un difícil rival, empeñado en poner a prueba la capacidad euroamericana. El 12 de febrero, Putin, Merkel, Hollande y Timoshenko, presidente ucraniano, firmaron por fin un acuerdo. Alto el fuego a partir del 15 febrero. Retirada de armamento pesado en 14 días. Zona tampón más amplia que la de los incumplidos acuerdos de septiembre 2014. Ucrania salvaría lo esencial, la integridad territorial. Ninguna mención a Crimea. Elecciones en el Este vigiladas y coordinadas internacionalmente.

Negociación en MinskLa fragilidad del acuerdo se subraya en el «New York Times». El vicepresidente americano, Joe Biden, desde Múnich: «Señor Putin, usted ha ofrecido una y otra vez la paz. Pero hoy, aquí, hablamos en serio. Deje de mandar tanques a la frontera…». El ministro francés Laurent Fabius: «Necesitamos todos una verdadera paz: no sobre el papel, sino sobre el terreno». Merkel y Hollande vuelan desde Minsk a Bruselas, donde se reúne el Consejo Europeo. Grecia en el centro del debate. Pero también acude el presidente de Ucrania.

La OTAN necesita la colaboración de Rusia para plantar cara a la amenaza yihadista. Es un argumento difícil de rebatir cuando el ISIS, Ejército Islámico Siria Irak, llega a extremos desconocidos de crueldad, exhibidos al mundo en las nuevas redes, mientras otras yihad amenazan al Cáucaso, zona de influencia rusa de nuevo amenazada en Chechenia.

Acabamos de recordar los cien años desde 1914, cuando los imperios centrales, Alemania, Austria, Rusia, se lanzaban a la Primera Guerra Mundial. Hoy, ni los occidentales ni los rusos caerían en ese río de trampas que desembocaría en la guerra. Una guerra que movilizaría a australianos, indios, canadienses, turcos, árabes, nórdicos… y dos años después a Estados Unidos, todos volcados en los frentes de Europa. Al cabo de un siglo, ¿sabremos evitar años como aquellos?

Merkel recuerda su infancia en Alemania del Este. Paréntesis, Merkel habla cada semana con Putin, incluso dos o tres veces, cerramos paréntesis. «Cuando yo apenas tenía siete años se levantó el Muro de Berlín: nadie esperó que la OTAN atacara entonces y lo derribara. Hubo que aguantar 28 años más de dictadura. Hasta que el Muro cayó en 1989». Merkel no cree que los avances necesarios en Ucrania puedan resolverse con la guerra. Otras voces de peso tampoco. El socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, ministro de Asuntos Exteriores de Merkel, se enfrentaba en Múnich a su homólogo canadiense. «A ustedes Ucrania les cae un poco lejos… Sean buenos o malos tiempos, Rusia es nuestro vecino: ustedes tienen un confortable océano por medio».

El presidente ucraniano, Petro Poroshenko, se esfuerza en empujar a los europeos al enfrentamiento con Rusia. Cree que en el griterío general los ucranianos reforzarán su propia defensa. En Estados Unidos, la mayoría de los senadores y congresistas empujan también a una respuesta firme. Cuando un senador americano dice respuesta firme, los europeos entendemos.

En 1947 cientos de miles de americanos, británicos y franceses defendían a la futura República Federal con Berlín cercado, mientras, en horas, se montaba un puente aéreo. La semana pasada también intervenía en Múnich John McCain, piloto derribado en Vietnam y torturado durante dos años, después candidato a la presidencia americana. Nadie dijo entonces «eh, aquí estamos decididos a provocar a Rusia. Los rusos entendieron solo entonces hasta qué punto se arriesgaban. Hoy tenemos la sensación de que Putin no ha pagado ni quiere pagar por su agresión». Obama, más templado, también levantaba la voz: «En el siglo XXI no podemos permitir que fronteras de Europa se redibujen a punta de pistola».

El presidente ha planteado el envío de electrónica armamentística avanzada a Kiev. El trance es más que difícil, y la capacidad de riesgo de Putin, ilimitada. La descomunal superioridad tecnológica puede trabajar contra sus intereses americanos. Grigory Yavlinski, antiguo rival de Putin a la presidencia, analizaba la semana pasada los riesgos crecientes de una Rusia llamada a convertirse en potencia de tercera clase en la lista mundial. ¿Será posible que Estados Unidos y Rusia no formen un frente común contra el ISIS?

Sobre Ucrania pesa además una doble carga: economía y psicología. El rublo atraviesa una de sus grandes crisis. Hoy existe una lejana pero clara amenaza, la desintegración del gigantesco país. Rusia, perpleja, no entiende lo que está ocurriendo. Putin cree que Occidente le hace a un lado. En 1989-94 la OTAN no pidió permiso para aproximarse peligrosamente hacia el Este. La Alianza Atlántica se había comprometido a evitar el acercamiento de la línea roja al territorio ruso: promesa incumplida por Bush padre. No solo los tres bálticos, directamente limítrofes, sino Polonia, Hungría, Eslovaquia y otros se acercaron más. Una gran polémica se mantiene desde entonces entre rusos y OTAN (Hitler interrumpió en pocas horas su alianza con Stalin e invadió Rusia, junio de 1941).

Es difícil luchar contra el narcisismo si el narcisista está respaldado por la fuerza nuclear de Estados Unidos (ver Defence-One, 9 de febrero de 2015). Al narcisismo hay que darle salidas. A Putin también. Hoy nadie cree a Rusia: tardará años en restablecerse la fe. La economía rusa cae en picado: crece la irrelevancia financiera, también la amenaza de desintegración.

Ucrania es para los europeos un problema central. La solución de Washington consiste en blindarla: lo que no puede intentarse sin lanzar un órdago al Kremlin. Al talento práctico de Putin conviene añadir, no se olvide, sus 3.000 cabezas nucleares. Putin es astucia y fuerza. Nunca creerle, por favor.

Si Estados Unidos va delante, comenzará otra etapa, distinta para todos. Si la línea Merkel-Hollande prevalece, quizá Putin trate de aprovechar la oportunidad. La primera solución es mala; la segunda, peor. O quizá al revés: la segunda es mala; la primera, peor. Desde el norte de África lo aconsejó Agustín, hace 16 siglos. Quienes crean, recen.

Darío Valcárcel, consejero-delegado de Estudios de Política Exterior S.A.

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