Néstor Luján, catalán y taurino

Un lector curioso que desee conocer la historia de la tauromaquia dispone de varias monografías rigurosas, escritas por el mexicano Daniel Tapia Bolívar, el francés Bartolomé Bennassar, los españoles Fernando Claramunt y Néstor Luján: una muestra clara de la universalidad de este arte.

Néstor Luján fue un gran periodista y escritor, en lengua castellana y catalana. Vinculado desde 1943 a la revista «Destino», publicó en ella, durante años, su columna Carnet de ruta» (con el seudónimo «Pickwick») y las críticas taurinas (firmadas como «Puntillero»). La dirigió de 1958 a 1975; de 1975 a a 1992, fue director de «Historia y vida». Como gastrónomo, escribió libros clásicos, en colaboración con Juan Perucho, y numerosísimas columnas. A partir de 1987, se reveló también como notable novelista histórico.

A su entierro, en 1995, asistió el presidente Jordi Pujol. Adquirió su biblioteca y archivo la Biblioteca de Cataluña. «Culturcat», la página web de la Generalitat Catalana (que le había concedido la Cruz de San Jordi), informa sobre los temas que trató: «Escribió sobre casi todo: entierros, crítica de arte y literatura, crónicas de viaje, críticas de boxeo y tenis, ballet y música, editoriales, crónicas políticas y gastronómicas». De esta enumeración, tan amplia y variada, se excluye a la tauromaquia, a pesar de que fue durante 15 años crítico taurino de «Destino» y es autor de una de las mejores historias de este arte: la «corrección política» (o el sectarismo) no permiten mencionarlo.

Los saberes de Néstor Luján eran muy amplios. Le encantaban Voltaire, Proust, Quevedo, José Pla, Julio Camba, Stefan Zweig... Conocía perfectamente el Madrid del Siglo de Oro y el París de la «belle époque». Era todo lo contrario de un paleto localista: apreciaba todo lo bueno y refinado que la cultura universal le ofrecía.

Su amigo y colaborador Juan Perucho lo definió como un hombre «pródigo en todo». Era capaz de discutir con Álvaro Cunqueiro –otro gran personaje– sobre «la excelsitud de la lièvre à la royale», citando al poeta Boileau: lo hacía sin ninguna pedantería, con el regocijo de un auténtico conocedor. Escribió sobre «las tribulaciones del obeso» (obviamente, él lo era), las virtudes de la cocción «al dente», la hermosura de la siesta, «el cada vez más desdeñado pan» o «las ilusiones de la cocina erótica». Formaba parte de la sociedad gastronómica «Los puercos de la piara de Epicuro»; dirigía el Club de fumadores de habanos...

Sus amigos le recuerdan con un pitillo humeante, estilográfica en ristre, escribiendo a toda velocidad: un periodista todo terreno, con una amplia cultura que hoy no sería fácil de encontrar.

Sabía disfrutar de la vida, sin duda: era un auténtico «bon vivant». No hay que quedarse solamente en ese tópico. Francesc de Carreras ha destacado que, además, como director de «Destino», «dio pruebas de su valor moral al no ceder ni ante las sanciones penales ni ante las políticas». Pero no se colgó medallas por sus numerosas peleas con la censura de la época.

En recuerdo suyo, se creó el Premio literario Néstor Luján. Por cierto, lo obtuvo en el año 2000 Alfred Bosch, portavoz de Esquerra Republicana en el Congreso de los Diputados, aunque no comparte su afición por los toros, a los que considera «festejos sádicos» y «una razón más para irnos»: de España, se entiende. Claro que también se solidariza públicamente el Sr. Bosch con el Sr. Picardo, ministro de Gibraltar: coincide con él en sentirse víctima de la explotación española...

Ya en 1946, a los 24 años, publicó Néstor Luján su primer libro taurino, «De toros y toreros», con ilustraciones del gran artista Manolo Hugué. En 1954, apareció, editada por Destino, su «Historia del toreo», que ha tenido sucesivas reediciones, en 1967 y 1993 (esta última, completada, para lo más reciente, por Juan Antonio Polo). Según Mariano de la Cruz, se trata de «el análisis más importante que, desde el punto de vista sociológico, se ha hecho en nuestro país sobre la fiesta».

En el prólogo, indica su propósito: «Un intento de explicar los toros en relación con la vida española de este momento». Y el atractivo que él percibe en la Fiesta: «Un espectáculo único, impar, fanático, suntuoso y extraño... El valor inexplicado, la misteriosa palpitación humana, la plástica y la sugestión trágica, la belleza estremecida por la caricia de la muerte...».

Lo aclara también en su prólogo a un libro de Carlos Abella: «Porque ser aficionado a los toros no es tan sólo ser un espectador, es pertenecer... a un mundo colectivo, suscitado por el misterio de las viejas culturas».

La «Historia del toreo» de Néstor Luján es una obra clásica, que se sigue leyendo hoy con deleite y provecho. Pero, además de ella, publicó muchísimas crónicas y artículos de tema taurino, sujetos a la inexorable fugacidad de lo periodístico. Baste con recordar un solo ejemplo, el que escribió, en 1984, con motivo de la muerte de Cagancho, al que aplicó una expresión de Jean Cocteau: «El prestigio de la presencia».

Aunque muchos pretendan olvidarlo, no es Néstor Luján el único de los grandes críticos taurinos de Barcelona, catalanes por nacimiento o por residencia y medio. Los estudió él en el tomo VII de «Los toros» de Cossío: José Díaz de Quijano, «Don Quijote»; «Don Ventura»; Mariano de la Cruz; Eduardo Palacio Valdés; Antonio Santainés, que firmó en el «Avui» las primeras crónicas taurinas publicadas en catalán; Ángel Luis Lorente, Rafael Manzano, Ricardo Huertas López, Juan Antonio Polo... Es otra prueba – una más– de la importancia que la Tauromaquia ha tenido en la Ciudad Condal. Añado yo el importante libro «Bous, toros i braus. Una tauromàquia catalana», de Antoni González, donde leo: «Ser taurófilo, en Cataluña, es un derecho inalienable que no puede generar sospechas ni provocar discriminaciones sociales ni políticas». Lo escribió, claro está, antes de la prohibición del Parlamento catalán.

Leemos hoy con nostalgia a Néstor Luján, como ejemplo destacado de una forma de ser catalán que posee hondas raíces: un escritor culto, irónico, abierto, ilustrado, amante de la buena mesa, de los buenos puros y, naturalmente, de la Tauromaquia. Así se definía él mismo:

«Me gusta comer, beber, hablar con los amigos, y no creo haber sido un mal conversador. Soy enemigo de la intolerancia, de los predicadores de dietas y de los administradores de las depresiones saludables. Adoro a la gente inteligente porque pienso, alarmado, que tener ideas pronto será considerado como una enfermedad de psiquiatra».

Se refería, por supuesto, a tener ideas con libertad, no a seguir consignas... Después de charlar con él, Monserrat Roig resumió así su impresión: «Ciertamente, Néstor Luján se ha equivocado de época y de país». El tiempo –me temo– le ha dado la razón.

Andrés Amorós es escritor y crítico taurino de ABC.

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