Netanyahu, el mago

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, es una persona a la que le gusta ver siempre el peor escenario. Ante un dilema, siempre ve el fracaso que está por venir. A veces acierta pero, en general, se equivoca. Es un hombre de discursos, y el hecho es que saber darlos, especialmente, en inglés, y le gusta hacer declaraciones rotundas, de las que en ocasiones luego se desdice. Así, por ejemplo, en un libro suyo escribe que un Estado palestino supondría una catástrofe para Israel, pero después en un discurso habla sobre el derecho de los palestinos a tener un Estado. Una vez declaró que no se debía liberar a presos palestinos a cambio de israelíes secuestrados, pero siendo primer ministro ha liberado a más de mil prisioneros palestinos como intercambio de un soldado israelí capturado.

En el 2002, en una época en que no era primer ministro, fue invitado para asesorar a la comisión de Exteriores del Congreso estadounidense sobre qué hacer en Iraq. Con entusiasmo, les dijo a los congresistas que debían iniciar la guerra contra Iraq, derrocar a Sadam Husein y controlar los depósitos de armas nucleares. Comentó, además, que sin duda la conquista de Iraq haría que los moderados dentro de Irán se rebelasen contra el régimen de los ayatolás y liberasen Irán de la teocracia islámica. Como se puede ver, su análisis carecía de base alguna.

Seguramente, los congresistas de Estados Unidos se habían olvidado ya de aquel análisis cuando le volvieron a invitar al Congreso tan sólo dos semanas antes de las elecciones en Israel este mes de marzo. Esta vez fue invitado como experto en cuestiones nucleares para explicarles por qué el acuerdo que se está negociando entre seis potencias e Irán es un mal acuerdo al que hay que oponerse. Además, llamó a los congresistas a instar al presidente Obama a no firmarlo cuando se culminaran las negociaciones. Lo cierto es que no fue el Congreso quien lo invitó, sino el presidente de la Cámara de Representantes, John Byner, un líder importante dentro del Partido Republicano y uno de los mayores adversarios de Obama. De hecho, invitó a Netanyahu sin informar al presidente previamente y sin contar con los congresistas demócratas.

Es, sin duda, un acontecimiento alucinante. Los republicanos piden ayuda a Netanyahu que, según las encuestas en Israel, no hace más que perder votos semana tras semana, y este va y viaja hasta el Capitolio de Estados Unidos para convencer a los congresistas de que torpedeen el acuerdo político más importante para el presidente de su país. Mucho se escribió sobre cómo sería el discurso. Muchos en EE.UU., tanto del bando republicano como demócrata, le sugirieron a Netanyahu pensárselo dos veces antes de viajar, dadas las circunstancias, pero el primer ministro israelí se negó alegando que debía salvar a su país de un ataque nuclear iraní y no iba a perder la oportunidad de hacerlo hablando ante el Congreso de EE.UU. También hubo muchas voces dentro de Israel, y no precisamente provenientes de la oposición, que veían con reservas ese viaje, pero él no desistió.

Muchos creían que Netanyahu sacaría un conejo de la chistera con alguna de sus sorpresas. Incluso Obama le advirtió de que no desvelara detalles secretos de las negociaciones con Irán. Otros pensaron que protagonizaría algún golpe de efecto, como ya ha hecho otras veces cuando ha hablado ante las Naciones Unidas. Sin embargo, Netanyahu sorprendió precisamente por no dar ninguna sorpresa. Dio el típico discurso de alguien que ve el peor escenario posible: Irán no ha cambiado, Rohani y Sharif no son diferentes de sus predecesores, incluso puede que sean peores, Irán puede engañar a EE.UU. exactamente igual que ha hecho Corea del Norte, se trata de un acuerdo que se limita a sólo diez años, que no anula la capacidad de crear armamento nuclear por parte de Irán, y además, no evitará que Irán esquive el control de los inspectores.

Netanyahu sabía que no podía hablar ante una cámara de legisladores sin ofrecer una alternativa y, por eso, declaró que lo que había que hacer era alcanzar un buen acuerdo, y eso para él es un acuerdo con una vigencia de más años, que no elimine las sanciones económicas a Irán y que implique que Irán reconoce al Estado de Israel y que va a abandonar el terrorismo. Todo esto suena muy bonito, y de hecho los congresistas se levantaron y le aplaudieron, pero Netanyahu no se molestó en explicar cómo se podía lograr un acuerdo tan bueno. El primer ministro israelí no dijo por qué los iraníes no podían dar un portazo y volver a enriquecer uranio a una escala más amplia, no dijo que podía ocurrir que Oriente Medio entrase en otra vorágine de violencia si EE.UU. o Israel quisieran impedir a través de la fuerza el desarrollo nuclear iraní. Entonces me acordé también de la postura de Netanyahu ante el conflicto israelo-palestino, al cual, por cierto, no aludió para nada en su discurso. En este caso, él también está a favor de un acuerdo, pero, claro, de un acuerdo en el que no se contempla la partición de Jerusalén, en el que no se resuelve el problema de los refugiados palestinos, en el que Israel no vuelve a las fronteras del 67, en el que las fuerzas de seguridad israelíes se queden en el futuro Estado palestino.
Yossi Beilin, exministro de Justicia israelí, negociador en el proceso de paz de Oslo.

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