Neuropolítica del chalé

La compra de un chalé de 600.000 euros por parte de la pareja Iglesias-Montero ha sido, según han declarado ellos mismos, fruto de la necesidad: al decir de ambos, la adquisición de dicho inmueble les permitirá criar a sus hijos en la intimidad.

El caso es interesante por muchos motivos. En primer lugar, por las derivadas psicológicas y psicopolíticas del lugar elegido: una casa unifamiliar frente a la sierra de Guadarrama. Respecto a las primeras, es sabido que mientras que las personas de tendencia introvertida prefieren los espacios abiertos y las montañas, las de tendencia extrovertida se inclinan por el mar (opción poco práctica, admitámoslo, para quien trabaja en Madrid).

La vida en núcleos urbanos, por su parte, es una creación cultural suficientemente novedosa como para poner de manifiesto lo que los psicólogos evolucionistas llaman “desajuste” (mismatch) respecto a nuestras tendencias ancestrales. Las preferencias, en cualquier caso, no son reprochables per se. Y la de una casa en el campo es bastante natural, menos dependiente de la ideología que de factores básicos de la personalidad y de dicho “desajuste” elemental.

Por lo que respecta a los factores psicopolíticos, un amigo se preguntaba en Facebook por qué las “bases” de Podemos no se escandalizaron por la financiación iraní del partido, o por su complicidad con los separatistas en la misma medida en que lo han hecho a raíz de la compara del chalé de marras. La razón es que el dinero iraní o el compadreo independentista no vulneran las “fundaciones morales” de los seguidores de Iglesias y Montero, pero sí lo hace una casa con jardín en la sierra financiada a través de una hipoteca de dudosa apariencia.

Es lo que Jonathan Haidt llama “fundación de justicia” (fairness), noción que remite a la idea de un trato justo, y que las personas de izquierda identifican fundamentalmente con la igualdad. Los tratos percibidos como engañosos o que conducen a resultados patentemente desigualitarios violarían esta “fundación moral”.

La aversión a la desigualdad, de hecho, es un rasgo humano universal, evidenciado y cuantificado incluso a través de estudios neuroeconómicos llevados a cabo en condiciones de laboratorio. Numerosos juegos muestran que una buena parte de las personas rechazan tratos que consideran injustos, incluso si ello les cuesta dinero, y aunque las normas culturales influyen, parece que una parte en absoluto trivial de esta propensión está en nuestros genes.

También se sabe que las personalidades más “colectivistas”, en contraste con las “individualistas”, responden de forma distinta ante un trato que perciben como injusto o desigual. Se trata, como detalla el neurocientífico Adolf Tobeña en el libro Neuropolítica. Toxicidad e insolvencia de las grandes ideas, de una aversión visceral fraguada en hondas regiones del cerebro emotivo, susceptible de activarse “ante la distancia abusiva” entre unos y otros en relación con los bienes económicos. Ello se sustenta en el conjunto de estos rasgos psicológicos heredados y las “fundaciones morales” a las que nos hemos referido, y afecta a cualquier ser humano (ya no digamos a quienes sostienen ideologías de corte izquierdista que tienen en la igualdad un pilar fundamental). Aunque los medios de comunicación con pocos escrúpulos o los adversarios políticos puedan ciertamente exacerbar estas tendencias del electorado, la aversión a la desigualdad y lo que se percibe como trato injusto no es simplemente un “síndrome” o una condición patológica.

Cuesta más entender que unos líderes políticos que aspiran a gobernar España evidencien tamaña ignorancia e infravaloren, de manera tan arrogante, las fundaciones morales que motivan a sus seguidores.

Teresa Giménez Barbat es eurodiputada y está integrada en la delegación Ciudadanos Europeos, dentro del grupo de la Alianza de los Demócratas y Liberales por Europa.

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