Neville Chamberlain tenía razón

Actualmente se recuerda a Neville Chamberlain como el Primer Ministro de Gran Bretaña que, como avatar del apaciguamiento de la Alemania nazi, contribuyó a meter a Europa en la segunda guerra mundial, pero, en un período anterior de aquel decenio decisivo y relativamente poco después del comienzo de la Gran Depresión, la economía británica estaba recuperando rápidamente su anterior nivel de producción, gracias a que el ministro de Economía, Neville Chamberlain, había recurrido al estímulo fiscal para restablecer el nivel de precios propio de su trayectoria anterior a la depresión.

Compárese aquel planteamiento con la política de expansión mediante la austeridad aplicada actualmente por el gobierno del Primer Ministro británico, David Cameron (y tan jaleada por el Ministro de Economía, George Osborne). El PIB real del país está estancado y hay muchas probabilidades de que vaya camino de disminuir otra vez.

De hecho, si los pronósticos actuales son correctos, en menos de un año la depresión de Cameron-Osborne en Gran Bretaña no será sólo la peor que ha experimentado este país desde la Gran Depresión, sino también la peor habida probablemente en él… en todos los tiempos.

Se trata de un gran logro. Como ha dicho recientemente Phillip Inman, de The Guardian: “El plan del Reino Unido para restablecerse de la crisis financiera se basaba en una recuperación a toda velocidad en 2012… La confianza de los consumidores, la inversión de las empresas y el gasto general convergerían para orientar la economía por una trayectoria de crecimiento superior a la media”.

No ha funcionado: los ministros del Gobierno “han hecho lo que los economistas de derechas les dijeron sin más, pues la teoría era la de que el gasto y la inversión del sector público estaba ‘excluyendo el sector privado’ “. En cambio, “España está mostrando el camino con su recesión provocada por la austeridad. Por donde se dirigen los débiles, nosotros [en Gran Bretaña] parecemos encantados de seguir…”

El fracaso de la expansión mediante la austeridad en Gran Bretaña debería hacer reflexionar a todos sus partidarios de todo el mundo y revisar sus cálculos normativos. La de Gran Bretaña es una economía muy abierta con un tipo de cambio flexible y cierto margen para una mayor relajación monetaria. Los tipos de interés británicos no entrañan riesgo ni prima de incumplimiento, por lo que no hay indicios de que el temor a un caos político-económico en el futuro esté ahuyentando la inversión.

Existe el argumento –no necesariamente acertado, pero argumento, de todos modos– según el cual, durante sus mandatos desde 1997 hasta mayo de 2010, los gobiernos laboristas de Tony Blair y Gordon Brown se excedieron en el gasto estatal sostenible a largo plazo como porcentaje del PIB. Sus medidas contrastan con las de países que redujeron sus niveles de deuda respecto del PIB en el decenio de 2000 y con las de los Estados Unidos, donde el problema no fue un gasto excesivo, sino una fiscalidad insuficiente durante el gobierno de Bush.

Sin embargo, si tomamos en serio esa opinión, Gran Bretaña, con un tipo de interés nominal a diez años de menos del 2,1 por ciento anual, debería estar experimentando ya un auge. Si ha habido jamás un lugar en el que la expansión mediante la austeridad debería dar buen resultado –donde la inversión privada y las exportaciones deberían ser elevadas y los gastos estatales bajos, lo que confirmaría la concepción del mundo de sus partidarios– debería ser la Gran Bretaña actual.

Pero la Gran Bretaña actual no es ese lugar y si la expansión mediante la austeridad no está funcionando en Gran Bretaña, ¿cómo va a funcionar en países menos abiertos, que no pueden recurrir al tipo de cambio para impulsar las exportaciones y carecen de la confianza a largo plazo que tienen los inversores y las empresas en Gran Bretaña?

Nick Clegg, Viceprimer Ministro de Gran Bretaña y dirigente del Partido Liberal Democrático, socio de la coalición con Cameron, debería poner fin ahora mismo a esta farsa. Debería decir a la reina Isabel II que su partido ha dejado de tener confianza en el Gobierno de Su Majestad y proponer humildemente que pida al dirigente del Partido laborista Ed Milliband que forme otro.

Desde luego, si Clegg hiciera eso, probablemente su carrera política estaría acabada y las perspectivas electorales de su partido quedarían menoscabadas por mucho tiempo, pero, en cualquier caso, la carrera política de Clegg y la suerte de su partido no serán precisamente sólidas durante mucho tiempo, dadas las penalidades económicas que Gran Bretaña está (y seguirá) padeciendo. Al menos el abandono de la desacertada coalición conservadora-liberal beneficiaría ahora a su país.

Que tomen nota las autoridades de los demás países del mundo: someterse a un régimen de hambre no es el camino para recuperar la salud y aumentar aún más el desempleo no es una fórmula para lograr la confianza de los mercados.

Por J. Bradford DeLong, ex Secretario Adjunto del Tesoro de los Estados Unidos, profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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