Ni con Catalunya, ni contra Catalunya

La decapitación de Pedro Sánchez ha sido un espectáculo poco decoroso que ilustra la crisis de las izquierdas españolas y la crisis sistémica del régimen del 78. El paso del bipartidismo imperfecto al cuatripartidismo asimétrico ha afectado de forma desigual a derechas e izquierdas. En el campo de las derechas se ha saldado con la aparición de Ciudadanos como fuerza complementaria que refuerza al nacionalismo español unitarista y permite exhibir reformismo inofensivo. Mínimo peaje para un PP tóxicamente carcomido por la corrupción. La desorientación es mucho más evidente en el campo de las izquierdas.

Primero emergió Podemos, reduciendo al PSOE a un partido medio de identidad desdibujada. Pero rápidamente el nuevo partido ha entrado en crisis y el partido histórico ha implosionado. Personalismos a un lado, la crisis de Podemos se explica, en parte, por la pugna de dos concepciones estratégicas de la lucha por la hegemonía: asalto al cielo o guerra de posiciones. La situación del PSOE ya era penosa, pero el torpe golpe de mano ha terminado de desangrar al partido centenario. Tras matar moscas a cañonazos, la pírrica victoria de Susana Díaz y sus aliados solo tiene un ganador: un Rajoy reforzado que podrá escoger entre la abstención prácticamente gratuita del PSOE o intentar reforzar la representación parlamentaria del PP el próximo 18 de diciembre.

En todo este asunto, la política catalana puede haber parecido un actor secundario e irrelevante, pero ha tenido un papel determinante. Por un lado, la política española se muestra incapaz de abordar de cara y de forma realista los planteamientos políticos hechos desde Catalunya. Pero no habrá salida a la crisis sistémica de España haciendo política contra Catalunya. Ni con Catalunya, ni contra Catalunya. Esta contradicción es la que acaba de hacer irresoluble el sudoku de la política española. Tras el 20-D, el socialismo meridional y sus aliados impusieron dos severas restricciones a Sánchez: ni pacto de izquierdas con Podemos, ni diálogo con el soberanismo catalán. Ambas estaban justificadas por el supuesto extremismo de Podemos y por el rechazo radical al reconocimiento nacional de Catalunya y el derecho a decidir.

¿Por qué el reconocimiento de Catalunya como nación es indigerible para el nacionalismo hegemónico español? Hay razones de orden económico, pero también de orden cultural, político y emocional. En cuanto a las razones económicas, décadas de privilegios redistributivos generados por las políticas estatales fiscales e inversoras han acabado enquistando la situación. Nadie quiere perder posiciones y este hecho limita drásticamente el margen de racionalidad para normalizar el trato fiscal e inversor del eje mediterráneo.

Un ejemplo: en el contexto de las elecciones europeas del 2014, Ramón Jáuregui cometió la imprudencia de hablar del pacto fiscal catalán. El pacto fiscal era una especie de concierto vasco, pero con cuota solidaria. Sin embargo, la reacción del PP extremeño fue fulminante. El 14 de mayo presentó una moción en el Parlamento de Extremadura instando al Gobierno a mantener a Catalunya en el régimen común.

La argumentación era bien clara. De acuerdo con el texto del diputado Miguel Cantero, un cupo catalán representaría una disminución de hasta 16.000 millones de euros al año para el resto de comunidades autónomas. Poca broma, ellos no engañan. Cuando se trata de evaluar los costes o beneficios de una eventual soberanía fiscal catalana el cálculo más realista de las balanzas fiscales es el basado en el método del flujo monetario.

En cuanto a las razones culturales, políticas y emocionales, desde el 80 el nacionalismo español no ha dejado de reforzar una concepción uniformista de España. Abandonada toda pedagogía sobre el hecho plurinacional, política y electoralmente el anticatalanismo cada vez ha sido más rentable. La esperpéntica campaña contra el Estatut de Miravet -con recogida masiva de firmas incluida- culminó esta deriva. Parece que la salida del bloqueo de la política española estará pilotada por Rajoy, con el apoyo de Rivera y la complicidad formalmente crítica de Díaz.

Un pacto entre el conservadurismo posfranquista, el neolerrouxismo posmoderno y el conservadurismo meridional post-socialista. Nos esperan semanas de retórica patriótica y de proclamas de voluntad regeneradora estrictamente cosmética. Más política lampedusiana que no permitirá abrir ningún escenario de diálogo y negociación entre la política española y la política catalana. El margen se va estrechando.

Enric Marín, periodista y profesor de Comunicación de la UAB.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *