Ni en poesía ni en prosa

Querido J:

Tal vez habrás oído esta semana al lingüista Gregorio Salvador remarcando lo obvio: que no todas las lenguas valen lo mismo. Esta afirmación sólo es falsa si uno lleva la lengua como un escapulario, porque respecto a Dios vale lo mismo una religión de 100 como otra de tres. Pero si uno utiliza la lengua como un instrumento de comunicación no es lógico sostener que todas las lenguas cumplen su función con igual eficacia. En Cataluña se da una circunstancia poco habitual: la lengua que trajeron consigo los emigrantes era más poderosa (es decir, tenía más poder de comunicación) que la que hablaba la gran mayoría de los que les daban trabajo. Ya digo que esto no suele suceder. Si hubiera pasado lo habitual, es decir, que la lengua de los pobres fuera tan inútil como su bolsillo, el discurso nacionalista de asimilación habría incorporado la variable de eficacia.

Y precisamente porque no todas las lenguas son iguales ni valen lo mismo, el castellano no corre ningún peligro en Cataluña. Se puede permitir el desprecio oficial y político. El comercio lo mantiene y no es previsible que esta situación varíe. La cuestión importante, sin embargo, no es la lengua. Para nosotros, creo que puedo incluirte, las lenguas son un arabesco de la respiración. Pero con las personas no pasa lo mismo. Más de la mitad de la población de Cataluña tiene el castellano como lengua materna. El desprecio institucional por el idioma que hablan deja a la lengua intacta, pero a las personas no.

Hay múltiples ejemplos del desprecio. Hay, por ejemplo, uno poético que me parece ejemplar. Casi enternecedor, tal vez porque va de críos. Al llegar la primavera, los colegios de Barcelona mandan a los niños que escriban sus impresiones del aquí y ahora según la edad. Cuentos, composiciones poéticas, silva de varia lección. En algunos de esos colegios, como en el de mis entrañables criaturas, los profesores les indican que escriban los diversos ejercicios en las dos lenguas oficiales. Luego un jurado compuesto por los profesores disponibles elige los mejores textos en cada género y en cada lengua. Los vencedores pasan un día realmente feliz. Pero eso sólo es el comienzo. Porque lo más importante es que luego viene la Champions. Los textos ganadores llegan a la sede municipal de los distritos correspondientes para competir y elegir así el mejor del barrio. Lo que ya son palabras mayores. Pero... debo decírtelo: al distrito no llegan todos, sino sólo los que están escritos en catalán. Es una mala pasada, desde luego. Los niños premiados en castellano tienen la impertinente sensación de que han jugado en Segunda División. De que escriben en una lengua que lleva directamente al limbo. Aleja de ti cualquier sospecha de que me mueva el resentimiento privado: mis criaturas tienen muy bien puesto en su pie quebrado el vaixell pirata que llaman por su bravura El Temido. La cuestión regurgitante, amigo mío, es que el castellano no es la lengua del poder, es decir, de los juegos florales.

Estos días he conocido otro ejemplo realmente estupefaciente de esta actitud discriminatoria. Si los floralescos es responsabilidad del Ayuntamiento de Barcelona (gobernado desde hace 30 años por la izquierda) esto que te contaré concierne a la Generalitat (gobernada por los mismos desde hace cuatro). A la Generalitat y a internet. Un estudio que ha encargado la Asociación por la Tolerancia sobre la presencia de la lengua castellana en las web oficiales del Gobierno autonómico da unos resultados asombrosos. El estudio ha analizado el mapa web de cada departamento, lo que da una suma cercana a las 1.700 páginas. Pues bien: el 86% de estas páginas, repite conmigo, el 86%, no ofrece su información en castellano. O lo que es lo mismo, sólo una de cada siete páginas de información ofrecida por el Gobierno está escrita en castellano. Si acercas algo más la lupa, el resultado ya incide peligrosamente en la salud pública. Te transcribo un párrafo del informe de la Tolerancia: «Entre la información no disponible en castellano se encuentra la web de la policía autonómica (Mossos d'Esquadra), información sobre teléfonos de emergencia, planes de protección civil, sistemas de alarmas, ayudas a personas con dependencias o enfermedades mentales, becas y ayudas para estudiantes, acceso a la función pública, múltiples trámites con la Administración y ayudas para el acceso a una vivienda». La distribución de las responsabilidades indica que en dos departamentos, la Vicepresidencia (en manos del señor Carod-Rovira) y el departamento de Justicia (en manos de la señora Tura), no hay una sola página escrita en castellano. En otros seis (Educación, Gobernación, Cultura, Economía, Acción Social y Agricultura) la presencia es sólo testimonial. Y en ningún caso la información en castellano llega a la mitad del contenido, aunque bien es verdad que los departamentos de Salud y Medio Ambiente ofrecen porcentajes próximos.

Ante el panorama me permití comprobar algo que no recordaba bien si era bulo o noticia cierta, esto es, si el presidente de la Generalitat tomaba clases de catalán. Me respondió con diligencia su jefe de prensa: «Es cierto que el presidente recibe clases de catalán. Lo hace dos veces por semana en sesiones de una hora. Siempre a primera hora de la mañana. De todos modos, le querría puntualizar que las clases no suponen ningún gasto para la Generalitat, ya que están sufragadas por el propio presidente. Respecto al nombre de su profesor, tengo que lamentar que no desea hacerlo público». La respuesta me tranquilizó (y me sorprendió la puntualización económica, que yo no había reclamado), porque por un momento temí que el presidente no pudiera entrar en su propia casa virtual. Pero en fin: si aún no puede, el arreglo está en trámite.

Esta absoluta falta de sensibilidad lingüística, política y cívica puede verse también desde el otro lado. Es decir, desde el lado de internet. Revela con nitidez cuál es el aprecio y la importancia que las autoridades políticas dan a la herramienta más poderosa de información que ha concebido el hombre. Y ayuda a explicar por qué España está por encima o por debajo de Malta (ahora no lo recuerdo bien), pero en el puro suelo del uso internáutico. Tampoco es descartable que el Gobierno de la Generalitat considere que internet aún no está al alcance de los castellanos, sospecha menos demagógica de lo que pudiera parecer a primera vista.

El bilingüismo es una desgracia, y ya no hablemos del plurilingüismo. La única ventaja que he sabido encontrarle me la enseñó hace mucho Miquel Siguán cuando señaló la utilidad que tenía el aprendizaje bilingüe para entender la arbitrariedad del signo lingüístico: aprender que un perro es también un gos es una lección importante y útil; pero creo que es una de esas lecciones que pueden darse sin la carne viva del ejemplo. Sea como fuere, los ciudadanos de Cataluña son fundamentalmente bilingües y es imprescindible que el principio de la realidad les sea aplicado. Es legítimo y es legal. Y la opción lingüística del poder político catalán, sea en la actividad poética o la teoría de redes, es una ficción hiriente.

Y ya estamos en el verano, como quien dice.

Sigue con salud

A.