Ni punto de comparación

Hace meses que desde los aledaños de La Moncloa y de Ferraz se trabaja para hacer creer a los ciudadanos que lo que está haciendo Zapatero con ETA es lo mismo que intentó Aznar en 1998 cuando la banda terrorista declaró una «tregua permanente». El objetivo de ese empeño es que la gente se plantee la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que el PP se oponga tan frontalmente al proceso de paz con lo que en aquella tregua hizo o dijo? Como la tentación de falsear la Historia es algo en lo que este Gobierno y la actual dirección del PSOE suelen incurrir, conviene señalar las diferencias fundamentales entre lo que pasó hace ocho años y lo que está sucediendo ahora.

1. Primera diferencia.

La tregua de 1998 llegó no porque el Gobierno de Aznar la mendigase a ETA, sino precisamente por todo lo contrario. Cuando el PP ganó las elecciones en marzo de 1996, cerró todas las vías de comunicación que el PSOE tenía abiertas con los terroristas y que fundamentalmente eran dos: la protagonizada por ese personaje algo estrafalario que es Adolfo Pérez Esquivel, y otra en las cárceles, a través de un alto cargo de Instituciones Penitenciarias. Ante esta actitud del Gobierno de Aznar al llegar al poder, ETA golpeó duramente al PP y asesinó en 11 meses -de julio de 1997 a junio de 1998- a seis concejales de este partido: Miguel Angel Blanco, José Luis Caso, José Ignacio Iruretagoyena, Alberto Jiménez Becerril y su mujer Ascensión García, Tomás Caballero y Manuel Zamarreño.

En medio de tanta orgía de sangre, en enero de 1998 ETA envió al Gobierno un mensaje de que estaba dispuesta a sentarse a hablar. La respuesta del ministro del Interior, Jaime Mayor, fue tajante: con muertos no hay diálogo. Además, la voluntad del Gobierno es derrotar a ETA, no negociar con ella. Ante esta negativa, la banda buscó el amparo del PNV y de EA, con los que pactó en Estella excluir al PP y al PSOE de las instituciones vascas y declaró una tregua en septiembre de 1998 que rompió 14 meses después, echando la culpa de ello al PNV, no al Gobierno.

El «alto el fuego permanente» declarado por ETA en marzo de este año tuvo una cocina bien distinta. Se ha sabido que, siendo Zapatero líder de la oposición, dio instrucciones al presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren, para que sondeara a ETA sobre su disponibilidad a negociar en caso de que el PSOE ganara las elecciones. Es decir, que aunque Zapatero no se declare muy creyente, estaba poniendo al mismo tiempo una vela a Dios (Pacto Antiterrorista con el PP y Ley de Partidos) y otra al diablo. Esos contactos y gestos con el mundo de ETA-Batasuna siguieron con Zapatero instalado en La Moncloa, aunque él los negara reiteradamente, incluso en sede parlamentaria. ETA entendió ese comportamiento del presidente en clave de debilidad. Y ha ido a por todas.

2. Segunda diferencia.

El Gobierno de Aznar se sentó sólo una vez con dirigentes de Batasuna -entonces formación política legalizada aunque no condenara la violencia- y otra con miembros de ETA. En ambos casos, los intentos fueron vanos. Batasuna sólo quería hablar de política y en la reunión de Suiza -con presencia física de obispo incluida- el diálogo fue auténticamente de sordos: los unos queriendo constatar si la banda terrorista tenía voluntad de dejar definitivamente las armas y Mikel Antza y Belén González Peñalva a lo suyo, es decir, a lo mismo en lo que están los actuales dirigentes de la banda: autodeterminación, unidad territorial de Euskal Herria y presos a la calle. Ahí se acabó todo. No hubo más reuniones porque desde la dignidad de un gobierno democrático no había más que hablar.

Ahora, los enviados de Zapatero -¿o acaso el citado Eguiguren, Patxi López, Francisco Egea o Rodolfo Ares no lo son?- se han reunido ni se sabe cuántas veces con Batasuna, con la pequeña diferencia que lo están haciendo con una formación ilegalizada por ser parte de un entramado terrorista. Además, están hablando de todas las cuestiones políticas que interesan a ETA-Batasuna; y Zapatero y el PSE apoyan la creación de una mesa extraparlamentaria de partidos porque piensan que con luz y taquígrafos en Vitoria podría haber algunas cuestiones difícilmente digeribles para los españoles que votan al PSOE de Miranda de Ebro para abajo.

3. Tercera diferencia.

En la tregua del 98, el Gobierno informó ampliamente al PSOE y acordó los pasos que se iban dando. Entonces, los Almunia, Rubalcaba, Belloch o Redondo Terreros formaban parte del paisaje del palacete que alberga al Ministerio del Interior, por la cantidad de veces que acudían a reunirse con Jaime Mayor. ¿Ahora? Desde la reunión que mantuvieron Zapatero y Rajoy pocos días después de que ETA declarara el alto el fuego, el líder de la oposición no se ha vuelto a ver con el presidente para esta cuestión ni ha recibido ni una sola llamada telefónica desde Moncloa.

4. Cuarta diferencia.

El Gobierno de Aznar buscó el aislamiento internacional de ETA y de su entorno; Zapatero ha «internacionalizado el conflicto» al autorizar e impulsar el debate en el Parlamento Europeo. Aznar cometió efectivamente el error de referirse al Movimiento Vasco de Liberación, pero nunca dijo que Otegi «es un hombre de paz» o que un terrorista convicto o confeso como De Juana Chaos «está a favor del proceso». Los gobiernos de Aznar escucharon a las víctimas del terrorismo, las atendieron tanto material como moralmente. A Zapatero, las víctimas le estorban para llevar adelante su proceso. Ha intentado dividirlas, ningunearlas, arrinconarlas.

5. Diferencia fundamental.

Los españoles, independientemente de la simpatía o antipatía que despertara el personaje, tenían muy claro que los gobiernos de Aznar querían derrotar a ETA, empleando todos los instrumentos del Estado de Derecho y solamente los muy necios o sectarios pueden negar que, en marzo de 2004, la banda terrorista estaba contra las cuerdas y su brazo político, con el agua al cuello. Ahora, independientemente también de la simpatía o antipatía que suscite Zapatero, muchos españoles creen que el presidente ha renunciado a esa derrota y que busca el fin de ETA «como sea», es decir, de la única forma que los terroristas aceptarían ese final: pagando un precio político por dejar de matar. El drama de Zapatero es que muchos españoles ya no se fían de él. Se sienten engañados, porque les ha mentido durante este mal llamado proceso de paz. Y eso no se arregla ni con dossiers, ni con vídeos, ni falseando hechos. Se arregla rectificando, oyendo la voz de la calle, escuchando a las víctimas y volviendo a lo que más daño ha hecho a ETA: el consenso con el otro gran partido nacional en el marco del Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo.

Cayetano González