Ni Putin ni las peleas con sus socios tumban a Scholz. ¿Por qué?

Durante sus primeras semanas, la guerra de Ucrania pareció fortalecer al Ejecutivo alemán, formado  tras las elecciones de 2021 por socialistas (SPD), liberales (FDP) y Verdes. En su discurso del 27 de febrero, el canciller Olaf Scholz pareció anunciar un giro radical en la política exterior alemana. "La guerra de Putin", declaró, marcaba un "punto de inflexión". Alemania debía hacer frente al "régimen opresor". Y si frenar la "agresión" rusa requería enviar armas a Ucrania, así se haría.

En los días siguientes, la palabra más repetida en el debate político europeo fue Zeitwende (cambio de época). Por fin, se pensaba, Alemania había dejado atrás su ceguera colectiva hacia Rusia. Por fin, el nuevo Gobierno semáforo aprendería de los fallos de su Ostpolitik y haría lo posible para hacer frente a Vladímir Putin.

Con el paso de las semanas, sin embargo, las contradicciones ideológicas entre sus tres integrantes comenzaron a quedar en evidencia. La respuesta político-militar a Rusia, los problemas de suministro energético y la crisis económica plantearon cuestiones existenciales que el acuerdo de coalición, negociado escasas semanas antes, no contemplaba.

Y mientras las encuestas mostraban un distanciamiento entre el Gobierno y su electorado, las acusaciones desde la oposición eran cada vez más feroces. Según el líder de la CDU, Friedrich Merz, el Ejecutivo no sólo era el "más débil" de la historia de la República. La debilidad de su canciller, añadió Merz, hacía "peligrar" la unidad de Occidente frente a Rusia.

Durante meses, el foco de las críticas a la gestión de su Gobierno ha sido el propio Scholz.

En primer lugar, por su reticencia inicial a enviar armamento a Ucrania. Unas dudas que, pese a su posterior rectificación (Alemania ya es el segundo país de la UE que más armas ha mandado a Ucrania), han lastrado su imagen desde entonces.

En segundo lugar, por su estilo político aburrido. Frente a líderes como Zelenski, Johnson o Macron, que comprendieron la importancia de la comunicación política en tiempos de guerra, el canciller no ha sabido captar la atención de su electorado. Su conducta, de hecho, ha dado lugar al adjetivo scholzig, una palabra que describe el estilo político "acartonado y aburrido" que caracteriza al canciller.

Por último, porque la impopularidad de Scholz contrasta con la creciente popularidad de los Verdes y, en especial, de su vicecanciller Robert Habeck, "un filósofo de 52 años, con barba de tres días y camisa arremangada" cuyos discursos, cuya sinceridad y cuya forma de hacer política han atraído a un electorado acostumbrado a la política acartonada de Angela Merkel o de Scholz.

La crisis demoscópica del SPD, sin embargo, va más allá de los defectos de su canciller. Los socialistas están acusando tres problemas.

El primero, encabezar una coalición heterogénea y compleja, cuyos integrantes están sabiendo apuntarse sus logros (energéticos y geopolíticos, en el caso de los Verdes; económicos, en el del FDP) mientras cargan sus errores al SPD.

El segundo, haberse hecho con unas carteras (Defensa, Interior, Sanidad, Cooperación al Desarrollo, Vivienda y Presidencia) pensadas para el mundo previo a la invasión de Ucrania, y que han impedido al partido desempeñar un papel más destacado en las grandes crisis del momento.

El tercero, el hecho de que el partido está acusando la falta de ministros con presencia mediática. Frente a los jóvenes y populares ministros de los Verdes, y frente al carismático líder del FDP, los socialistas presentan una terna de políticos más mayores, menos hábiles en sus apariciones mediáticas y con perfiles más bien técnicos.

Esto no quiere decir que el SPD sea el único que está atravesando un mal momento. El FDP, tras una campaña electoral centrada en su supuesta rectitud fiscal y su oposición a cualquier política económica expansiva, está sufriendo a la hora de cuadrar su programa político con el paradigma económico contemporáneo.

Los Verdes, por su parte, podrían pagar el precio de no haber resuelto la tensión política entre Robert Habeck y la ministra de Exteriores, Annalena Baerbock. Hace escasos días, el periódico Süddeutsche Zeitung afirmaba que ya se estarían produciendo los primeros movimientos para elegir al próximo cabeza de lista del partido, un proceso de primarias que podría fracturar a los Verdes.

Pese a todo, el Ejecutivo alemán ha sabido resistir a un durísimo primer año de coalición. La mayor parte de sus choques políticos (sobre vacunación, fiscalidad, política energética y militar) se han resuelto de puertas adentro, sin necesidad de escenificar grandes crisis de Gobierno y proyectando una sensación de relativa estabilidad.

Con el paso de los meses, de hecho, el Ejecutivo ha aprendido de sus errores y sus integrantes muestran una sintonía política cada vez mayor. El reciente retiro del Gobierno en el palacio de Meseberg, convocado tras varias semanas de tensiones entre SPD y Verdes, concluyó con un cierre de filas por parte de Robert Habeck, quien destacó la "experiencia", la "prudencia" y la "tranquilidad" de Scholz.

Tampoco los sondeos auguran una grave crisis política. Pese al repunte de la CDU y la mala coyuntura de socialistas y liberales, todo parece indicar que la coalición de Gobierno ha dejado atrás lo peor de su crisis demoscópica.

El panorama, de hecho, está más abierto que nunca. Según el agregador de encuestas Pollytix, tanto la propia coalición semáforo (47%) como las alianzas SPD-Verdes (46%) y CDU-Verdes (48%) podrían alcanzar la mayoría parlamentaria en unas futuras elecciones federales que, como en 2021, se decidirían por márgenes muy estrechos.

El superaño electoral de 2024, en el que nueve Länder acudirán a las urnas, será un buen indicador de la salud política de los respectivos partidos.

Por último, el nuevo Gobierno ha supuesto un soplo de aire fresco para una Unión Europea que, desde hacía tres lustros, sufría la excesiva cautela de Angela Merkel.

En los últimos meses, el nuevo Ejecutivo no sólo ha dejado atrás la era Merkel. Frente a la debilidad coyuntural de Emmanuel Macron y un posible Gobierno euroescéptico en Italia, la coalición semáforo ha sabido resarcirse de sus errores, tejer alianzas más allá del eje francoalemán y defender, mediante intervenciones como el reciente discurso de Praga de Olaf Scholz, un ambicioso programa de integración europea.

Diez meses después de su investidura, la coalición semáforo goza de una salud política relativamente buena. El reto que tiene por delante, sin embargo, es mayúsculo. Reforzar su cohesión interna, encontrar una voz política propia tanto en Alemania como en Europa, y revalidar, en 2025, su mayoría parlamentaria.

Guillermo Íñiguez es analista político y máster en Derecho Europeo por la London School of Economics.

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