Siempre he dudado de que los procedimientos internos de los partidos sean en sí mismos una fuente de legitimidad social o de adhesión popular, una idea que se propaga especialmente tras las derrotas electorales.
Los ciudadanos que han dejado de apoyar al PSOE lo han hecho, principalmente, porque no han confiado en que un Gobierno socialista fuera la mejor opción para los próximos años.
El impacto terrible de la crisis, la constatación de que las sucesivas fórmulas no han servido para superarla y la percepción de errores en la gestión han sembrado esta desconfianza. "Lo que se ha hecho hasta ahora no ha funcionado; intentemos otra cosa", es lo que parecen haber pensado muchos votantes.
Para restablecer esa confianza se necesita que la mayoría vuelva a ver al PSOE como una alternativa viable, creíble y deseable. La sociedad tiene que saber que quien está en la oposición puede ser gobierno con todas las garantías. La oposición no se puede permitir ser menos solvente, firme y responsable que el Gobierno.
Los socialistas vamos a elegir en nuestro congreso un/a secretario/a general y también al líder de la oposición. A los militantes nos importa mucho lo primero, pero lo que más concierne a la sociedad es lo segundo. Volveremos a ser deseables como Gobierno si somos útiles, fiables y eficaces como oposición; y si actuamos como un factor influyente y operativo, desde nuestras propias posiciones, en la lucha contra la crisis.
¿Hay que renovar y reformar el PSOE? Otra cosa sería suicida y de ello están convencidos, sobre todo, los militantes. Había que hacerlo antes de las elecciones y aunque las hubiéramos ganado. Este modelo de organización es ya obsoleto e ineficiente. Hay que cambiar los partidos porque ha cambiado para siempre la forma de hacer política.
Las bases de la comunicación política convencional han saltado por los aires; las maquinarias de movilización y encuadramiento de los partidos no pueden competir con el fenómeno masivo de la automovilización en la Red; muchos de los grandes hechos políticos de los últimos años (desde el movimiento que llevó a Obama a la presidencia de Estados Unidos hasta las primaveras árabes) no se han gestado en la sede de ningún partido sino en la Red, un instrumento democratizador de potencia inusitada.
Aumentar la democracia en los partidos no se limita al método de elección de los dirigentes. Hay que revisar el concepto mismo de la organización política: que el "partido de militantes" se abra también a ciudadanos y ciudadanas que desean apoyar activamente una idea política de las mil distintas formas en que eso puede hacerse hoy.
El PSOE es, de lejos, el partido político más democrático de España. Estamos ya preparados para entrar en la segunda fase del modelo de primarias, abriéndolas a los simpatizantes, mientras todos los demás aún no han dado el primer paso. Y lo mismo respecto a la paridad.
Ahora se trata de ir otra vez por delante y enriquecer esa democracia interna. Porque lo que hoy se cuestiona no es cómo se elige a los dirigentes, sino la funcionalidad y legitimidad de los partidos para la representación política de las corrientes sociales.
Tampoco ayuda pasar de la idolatría a la pulsión iconoclasta, del líder como tótem infalible al exlíder como tabú innombrable. Zapatero no ha sido el césar providencial que algunos aclamaban; pero desde luego no ha sido el culpable universal que hoy se pinta. No deberíamos comprar el relato de la derecha sobre lo ocurrido en estos años.
Recuperaremos la confianza y los votos si participamos en la salida de la crisis y damos una respuesta desde la izquierda a los desafíos del cambio global: el tránsito de la economía industrial a la economía tecnológica, la globalización de las decisiones, la transformación energética, la crisis demográfica de Europa y el mestizaje social derivado de la inmigración, el deterioro del planeta, la progresión decidida de la igualdad entre hombres y mujeres; y sobre todo el aumento de la pobreza, de las desigualdades y de los conflictos.
Hay que debatir y abordar de frente las reformas que el Estado de bienestar necesita para salvarse de la demolición a la que lo ha condenado la derecha. Y el Partido Socialista Europeo tiene que responder a su nombre y ser un partido de verdad: con dirigentes elegidos, con políticas compartidas y con decisiones vinculantes para la socialdemocracia europea.
Ojalá sea este el debate de los socialistas españoles. Pero habrá que utilizar ideas y no proclamas. Porque a veces tengo la impresión de que por un lado van los que reclaman "debate de ideas" y por otro los que las tienen.
Y no nos engañemos: en la política, los liderazgos son esenciales. El liderazgo forma parte de la idea porque anticipa su realización. Los nombres importan siempre y, en los momentos difíciles, importan muchísimo.
Ideas de verdad con un liderazgo de garantía; si es eso lo que buscamos, a socialistas de todas las edades y lugares de España -sin menoscabo del sincero respeto por las otras opciones- nos viene a la cabeza el nombre de Alfredo Pérez Rubalcaba. Un liderazgo actual, confiable y racional. Ni tótem ni tabú.
Por Elena Valenciano, diputada del PSOE.